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Padres Increíbles

Los Increíbles

Cualquiera que tenga niños en la era del DVD sabe que cuando dicen «quiero ver una película», en realidad están diciendo quiero ver por n-ésima vez la última película que entró en casa. Durante semanas, los diálogos forman parte de las referencias culturales de la familia. De todas ellas mi preferida es Los Increíbles; la recomiendo, en especial, antes de que la califiquen «para mayores de 18 años con reparos»: familia numerosa, un padre y una madre, casados, cada uno con su rol en la casa, importancia del esfuerzo, del mérito, de la excelencia, del sacrificio, del darse a los demás; padres preocupados por sus hijos, e hijos que darían la vida por sus padres. Aunque no aparezca un solo crucifijo en la película, son el enemigo a batir, en un mundo que no quiere ser salvado.

Pues hoy he conocido a muchos increíbles. Era la fiesta de fin de curso del colegio de mis hijos. Un colegio nuevo, en un barrio nuevo, concertado, no confesional. Hacía unos días el director, en plena asamblea de padres, recomendó la objeción de conciencia a la asignatura de EpC. El colegio la impartiría —lo exige la ley— de acuerdo al ideario propio del centro —hasta aquí nuestra conciencia a salvo—, pero por principios y en solidaridad con todas las familias de España nos animaba a ejercer un derecho como medio concreto para cumplir con nuestra obligación de padres. Animó a que nos informásemos sobre la asignatura. Me acordé de la FERE y sus colegios, ¡qué contraste! Me acordé de muchos padres que en otras Autonomías lo tienen todavía más difícil, ¡ánimo!.

Aún así, el número de los que habíamos objetado era pequeño, la molicie es deprimente. El colegio permitió que dos matrimonios, de una de las múltiples plataformas que se están constituyendo, pusiesen una mesa, con folletos, con impresos y con sus gentiles cuerpos a la intemperie durante todo un lluvioso sábado (puedo aseguraros que no es el plan con el que yo soñaría después de una semana de intenso trabajo). Estuve un rato con ellos, la mayoría de las conversaciones giraban en torno a quién objeta y por qué.

Me sorprende que a estas alturas de la película, haya que seguir explicando que objetan los padres: ni los colegios, ni los curas, ni los obispos, que todo lo más han animado y apoyado esta medida como una más de las que tenemos derecho como ciudadanos para poder salvaguardar nuestros derechos y obligaciones.

En los últimos días se ha desatado una campañita para desactivar el movimiento objetor propagando el bulo de supuestas divisiones en la CEE, incluso hay alguno que, con grandes dosis de autobombo, anuncia «exclusivas» de diálogo con el gobierno como una muestra de que la línea correcta era la de la FERE. No voy a extenderme en aclarar la diferencia entre exclusiva, primicia, bulo o simple invento, al fin y a la postre, el gran periodista «perseguido» es él, y debe saberlo. Pero cuanto menos me llaman la atención dos aspectos. Primero, si el espíritu dialogante de la FERE era el correcto, qué es lo que se va a negociar ahora, qué cedieron para que haya que volver a negociar. Y el segundo, y creo que nuclear, lo costoso que está resultando que se acojan las enseñanzas del Vaticano II sobre el papel de los laicos y su autonomía, tanto en esa patulea de clericales informadores/opinadores, como en el Gobierno, que pensaron que como en el pasado bastaba con asegurar el pesebre a la patronal de la enseñanza religiosa (las otras patronales no han pasado por el aro). Los obispos lo tienen muchísimo más claro, la objeción de conciencia está promovida por laicos, por padres de familia, responsablemente y sin necesidad de tutelas. Ellos apoyan, animan, acompañan, y se lo agradecemos filialmente.

El otro gran tema era la obligación que tenemos los padres de educar moralmente a los hijos. Derecho que es preferente, hasta tal punto que está recogido así en la Declaración de Universal de los Derechos Humanos (26, 3) y la Constitución Española (27, 3). Que los padres confiemos parte de la formación religiosa y moral, no toda, a otro tipo de instituciones, no es una cesión de derechos, es una aplicación del principio de subsidiariedad. Y este derecho es tan absoluto como pueda serlo un derecho. Su abuso o dejadez podrá ser perseguido y enmendado, pero no sustraído de modo general a sus legítimos poseedores. Este es el motivo de la objeción.

Y más aún, lo que es un derecho para todo ser humano, para un católico es una obligación. Todavía hay quien piensa que la única exigencia del sacramento matrimonial es no beneficiarse al vecino/vecina. Existen otros amorosos compromisos adquiridos, entre los que destaca la educación moral y espiritual de los hijos, llegando a convertirse en uno de los mínimos indispensables para contraer matrimonio con un no-católico. Y los ministros de ese sacramento no son ni los curas, ni los obispos, ni los colegios; son los contrayentes. Yo defenderé la fidelidad a mi esposa con la sangre, ella lo aplaudiría. Los dos defenderemos la educación cristiana de nuestros hijos, ellos lo agradecerán.

No son los contenidos en sí mismos el objeto de la objeción (valga la redundancia), si no el hurto por parte del Estado de mi derecho, intentando incluso formar moral y religiosamente a los hijos contra mis convicciones. Como decía ya hace un año el Secretario de la Conferencia Episcopal, ni aunque el temario fuese el catecismo puede ser obligatorio, no se puede imponer desde el Estado ninguna moral.

La solución, creo, es fácil: hagan la asignatura optativa, separen los contenidos objetivos (seguridad vial, urbanidad, ordenamiento jurídico...) de las enseñanzas morales y políticas. Si al final este es el resultado de la negociación con los obispos o cualquier otro colectivo, bienvenido sea. Esto no es lo que se tragó la FERE.

Y en estas estamos. Al terminar el día, se recogieron las mesas (todavía había que picar los datos y tramitar), los bártulos de los once niños que atesoran entre los dos matrimonios y las objeciones de más del 90% del colegio. Gracias F. y E.; gracias P. y T., el empujón era necesario. Gracias a ABCD... y el resto de padres, por valentía, por responsabilidad y por solidaridad. Gracias al colegio por permitirnos ejercer nuestra libertad. Sois todos Increíbles, un ejemplo concreto de lo que nos describía hace poco monseñor Munilla:

Estoy seguro de que Dios bendecirá a estos padres que han decidido declararse en «santa rebeldía» por el bien de sus hijos. No quieren engañarse una vez más, optando por el «mal menor», porque han entendido ya que cuando el mal menor pasa a ser la opción ordinaria, termina por convertirse en una inexorable cuesta abajo hacia el «mal mayor». Su resistencia activa está escribiendo una de las páginas más bellas de la historia de la lucha por el bien los hijos, así como de la defensa del principio de subsidiariedad frente a la tiranía de los estados. Y cuando llegue el día de la victoria —¡que llegará!—, quienes nos hayamos quedado en segunda fila, tal vez hayamos de sentir admiración y agradecimiento; y quizás un poco de rubor y vergüenza...

Nota

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