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La ansiedad por conseguir derechos. La angustia para eludir obligaciones
Se sabe que un derecho, según la Real Academia Española, es «la facultad natural del hombre para hacer legítimamente lo que conduce a los fines de su vida». Muy bien.
Y según podemos apreciar, especialmente en la humanidad actual, hay una cruzada de lo más exasperada para conseguir tales derechos.
Es que todos quieren todos los derechos. Y ya que la misma Academia también define como derecho: «la facultad de hacer o exigir todo aquello que la ley o la autoridad establece en nuestro favor, o que el dueño de una cosa nos permite en ella»... no hay quien los pare.
En realidad, es muy cierto que algunos derechos son una real obligación conseguirlos, porque no son absolutamente personales, sino que corresponden también al cargo que uno tenga o beneficios que por ése derecho le correspondan a terceros. Y como la obligación se define como: «imposición o exigencia moral que debe regir la voluntad libre», es totalmente adecuado defenderlos.
Pero centrémonos un momento en la actitud. En ésa actitud desaforada y enfermiza. Observe a algunos, que con cierto gusto amargo de resignación, se compenetran con el famoso dicho: «Mis derechos terminan, donde comienzan los de los demás», y entonces comienzan larga y repetidamente a decir ¡Qué lástima!, ¡Cuán oprimido me siento!
Es que en realidad, la situación limitativa de los otros enarbolando sus derechos, les genera una frustración de algo que quieren y no les dejan conseguirlo. Siempre habrá algo que les falta. Y pelearán por «correr» el límite de los derechos de los demás, para que comiencen más lejos.
¿No le parece demasiado pobre ese dicho? ¿De estar siempre midiendo las acciones de nuestra vida en función de dar lo menos posible, de sacar mayor ventaja, de conseguir lo que se nos ocurra sin armar revuelo?... ¿y sin que nos molesten los otros, con sus pretensiones de tener derechos que se superpongan con los nuestros?
¿Pensamos en serio alguna vez, en dar más, en brindarnos a los demás, en tomarnos el atrevimiento de facilitarle las cosas a los otros, para que logren sus derechos con menos dificultad?
¿Y si en lugar aquél dicho dijéramos: «Mis obligaciones siempre empiezan», y nos auto imponemos voluntariamente una acción de servicio? Piense que con esa disposición, estaríamos dispuestos a ceder pretensiones, sin esperar nada a cambio. Y si en el mundo existieran muchos pensando así, paradójicamente, siempre se estaría recibiendo más de lo que esperamos.
Claro. Se necesita abnegación. Grandeza. Amor.
No se confunda: no digo que se ama por obligación, sino que sí se sirve por amor. No se trata de perder derechos por decisión de otros, sino de cederlos por decisión nuestra.
No exagero si se piensa bien que la lucha desenfrenada por derechos es el comienzo y el meollo de muchas discusiones y peleas, de conflictos de todo tipo, privados o públicos, de los clásicos problemas de convivencia, y generalmente, de...las guerras.
¿No le parece que es hora de dejar las ansiedades por conquistar derechos, y lograr el gusto por cumplir voluntariamente obligaciones?
En una de ésas, tal vez, muchos lograrán, ser menos egoístas, menos miserables.
Del director
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