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La profecía de Sabino Arana

Había leído muchas cosas acerca de este personaje que levantó su obra sobre el odio a España y los españoles y que al final de su vida dio un extraño giro, proponiendo una liga españolista, que unos trataron de explicar como locura, otros como conversión y otros como mera estrategia política.

Pero hace pocos días, vi un programa de televisión que ofreció un documental con las opiniones sobre el personaje de un nutrido grupo de devotos y detractores y a continuación una tertulia, en la que el historiador Don Jesús Lainz leyó una carta de Sabino Arana en la que explicaba a los suyos el sentido de su aparente giro españolista, como perversa estratagema para conseguir la destrucción de su odiada España. Se abandonaba aparentemente el nacionalismo para difundir el autonomismo por todas las regiones españolas, lo cual rompería la unidad de España, haciéndola estallar por todas sus costuras.

La carta debe de ser auténtica, ya que no fue tachada de apócrifa por el nacionalista Sr. Anasagasti, presente en la tertulia, y resulta totalmente congruente con la actitud básica de Sabino Arana durante toda su vida. Nada de locura ni de conversión sino estrategia política de largo alcance.

El Sr. Lainz comentó que en el Congreso de los Diputados se debería colocar el retrato de Sabino Arana como inspirador del título VIII de la Constitución. La extensión del autonomismo a toda España, el «café para todos» de Suárez, abrió la puerta a un proceso que ha producido diecisiete comunidades, luchando cada una por desguazar el Estado, vaciándolo de su contenido, y desvertebrar a España, en un proceso que no ha terminado todavía.

En su momento se levantaron voces que advirtieron del peligro de introducir, nada menos que en el artículo segundo de la Constitución, el derecho a la autonomía de las «nacionalidades y regiones» que integran la Nación española. Creyeron los constituyentes, o quisieron hacernos creer, que con semejante dislate se iban a solucionar los problemas creados por Sabino Arana y Prat de la Riba, propagandistas de unas patrias distintas, diferentes y enfrentadas a la nación de la que formaban parte desde siglos.

Craso error. El reconocimiento de la autonomía al País Vasco y Cataluña en lugar de calmar las apetencias políticas de los descontentos, estimuló su apetito de poder que contagió a los políticos del resto de las regiones. Vascos y catalanes tenían a mano una lengua diferente en la que basar su identidad. En el resto de las regiones se pusieron a buscarlas: los gallegos, los valencianos o los baleares reivindicaron sus hablas regionales y poco falta para que lo hagan los demás con el bable, el castúo o el silbo gomero. Andalucía desempolvó a Blas Infante y sus fantasías musulmanas, aunque no haya tenido ningún éxito la creación de un partido andalucista.

La creación de diecisiete autonomías, que lo mismo pudieron ser muchas más, en lugar de actuar como una administración descentralizada que acercara las decisiones a los ciudadanos, ha dado lugar a diecisiete gobiernos «centrales», con sus parlamentos permanentes, sus gobiernos, sus consejerías y algunos hasta con sus embajadas en el extranjero, todo a costa del sufrido ciudadano que tiene que sufragar la administración central, la autonómica, la local, la estructura partidaria, los aparatos sindicales, las subvenciones a los artistas amigos de los gobiernos y la Unión Europea, que tampoco es gratis.

¿Ha servido todo esto para conseguir una España mejor, más unida y más solidaria? Al contrario, lo que se está cumpliendo es el malvado designio de Don Sabino. Todos los políticos quieren disfrutar de este estado autonómico, mejor sería decir atomizado, que hace posible manejar poder y presupuesto sin cortapisas, en cada pedazo de España, vaciando de contenido al Estado o tratando de utilizarlo en beneficio propio aunque sea a costa de los demás.

La infección que incubó el nacionalismo se ha contagiado a los partidos nacionales, dispuestos a aceptar cualquier vulneración de la constitución, como la inmersión lingüística, la reescritura interesada y falsa de la historia o la ruptura de la solidaridad, para alcanzar acuerdos de poder.

Por mucho que diga el Presidente del Gobierno que España no se rompe ya está rota, ya no es la patria común de todos los españoles. La lengua común que nos unía a medio mundo no sirve para ejercer tu profesión en muchas regiones, si no compartes el credo nacionalista puedes estar amenazado o al menos mal visto, estás bajo leyes distintas según donde residas, etc. etc.

En este periodo se han creado tantos intereses políticos que no parece probable que puede enderezarse el rumbo que llevamos. La estrategia del vasco que odiaba a España está triunfando.

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