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Cor unum et anima una

Me llamó la atención que en la película titulada «Karol (El hombre que se convirtió en Papa)», del director Giacomo Battiato, en varios momentos de la misma el actor que representaba a Juan Pablo II Magno pronunciara la expresión «Cor unum et anima una» o lo que es lo mismo, un solo corazón y una sola alma.

«La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma». (Hech 4, 32), dice la Sagrada Escritura en el libro del médico de san Pablo.

Los Hechos de los Apóstoles recogen, Lucas dixit, esta realidad que supone, para los creyentes, la manifestación exacta de lo que el mes de junio se recuerda y celebra: el Sagrado Corazón de Jesús que se nos presenta pleno de esperanza y de entrega.

Muchas veces se habla del corazón en las Sagradas Escrituras: «Se habla del corazón para referirse a la persona que, como manifestó el mismo Jesucristo, se dirige toda ella —alma y cuerpo— a lo que considera su bien: porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón»

Con estas palabras, S. Josemaría, en la homilía pronunciada el 17 de junio de 1966 (Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús), nos habla de lo que es el corazón de la persona.

Por tanto, si el corazón del ser humano común contiene la Ley de Dios de tal forma inscrita por Él mismo, cuánto más no será en el caso de Jesús, Hijo de Dios.

Así, en la misma Homilía citada arriba dice el santo fundador que «al tratar ahora del Corazón de Jesús, ponemos de manifiesto la certidumbre del amor de Dios y la verdad de su entrega a nosotros»

A este respecto, dice la Carta Encíclica de Juan Pablo II Magno «Redemptor hominis» que Cristo «Redentor del mundo, es Aquel que ha penetrado, de modo único e irrepetible, en el misterio del hombre y ha entrado en su corazón» (RH 8).

Nos hace de tal forma suyos, que somos, por eso mismo, los que nos sabemos y nos consideramos hermanos del Cristo, del Enviado y del Ungido, e hijos de Dios, un solo corazón lleno del amor de Dios y una sola alma que mira hacia el definitivo Reino del Creador y busca el camino que, recto, nos lleve al encuentro del Padre.

De aquí que «La redención del mundo —ese misterio tremendo del amor, en el que la creación es renovada— es en su raíz más profunda la plenitud de la justicia en un Corazón humano: en el Corazón del Hijo Primogénito, para que pueda hacerse justicia de los corazones de muchos hombres, los cuales, precisamente en el Hijo Primogénito, han sido predestinados desde la eternidad a ser hijos de Dios y llamados a la gracia, llamados al amor» (RH 9)

Entonces, podemos preguntarnos qué ha de suponer para nosotros que seamos, todos, cor unum et anima una porque no puede suponer adherirse, sin más, al corazón de Cristo. Queremos decir, sin ninguna consecuencia para nuestra vida.

Hemos de sobrepasar, por tanto, el «Señor, Señor» vacío para llenarlo del mismo Corazón de Jesucristo y hacer, de nuestra vida, un verdadero seguimiento de su doctrina y comportamiento.

Por ejemplo, debemos ensanchar el corazón para que quepan en él, sobre todo, los que no consideramos prójimos porque nos molestan o, simplemente, porque no son de nuestro mismo pensamiento.

Así somos, con Cristo, un solo corazón y una sola alma

También hemos de dar cumplimiento a la voluntad de Dios que Cristo mismo nos confirmó a lo largo de su vida pública. Aunque nos pueda atenazar el miedo y el respeto humano al qué dirán; aunque nos creamos y sepamos limitados en nuestras posibilidades espirituales; aunque nos veamos, a veces, incapaces de asumir tan importante reto, hemos de procurar ser fieles a nuestra fe, insumisos ante la mundanidad que nos atenaza, libres de decir ¡no! al abandono de Dios en nuestro corazón.

Así somos, con Cristo, un solo corazón y una sola alma.

Pero, sobre todo, y como consecuencia de lo dicho, hemos de seguir a Jesucristo y no hacer como el joven rico que, ante el requerimiento del Maestro de que vendiera todos sus bienes y le siguiera se retiró preocupado por tal cosa porque tenía muchos (Mc 10:17-22)

Porque ya hemos dicho qué implica tal seguimiento. Ser un solo corazón y una sola alma con el Hijo de Dios es, sin duda, sacrificado (porque nos atraen otras cosas que se alejan, a la vez, de Él) y está lleno de asechanzas de los enemigos de la religión que la atacan con pretensiones maléficas.

Hemos de estar llenos para alcanzar tal grado de unión con Cristo, de ser tenaces en el intento; pacientes ante lo que puede resultar difícil; esperanzados sabiendo que con nuestro hermano Jesús estamos en disposición de cumplir con la parte que nos corresponde corazón y de alma.

Al fin y al cabo, ser un corazón y una sola alma tiene, también, un buen premio: ser como nos corresponde; llevar, dentro, una semilla que fructificó.

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