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Sonríe, Dios te está filmando

Ayer me llamó una amiga para contarme que mientras veía el programa de «humor inteligente» Salvados por la Iglesia, emitido por La Sexta el domingo por la noche, le ocurrió algo curioso.

Mientras el reportero, creo que le llaman El Follonero, se paseaba «ingenuamente» por un lugar de culto, de recogimiento para los fieles católicos, se mofaba de las palabras, obras y creencias de sus entrevistados y se inventaba canciones de mal gusto —creo que ahora le llama humor—, para burlar la inteligencia de los televidentes, ella vio más de lo que el programa pretendía enseñar.

¡Sí! No recuerda muy bien si fue cuando Risto Mejias habló del Opus Dei con una corrección a la que no nos tiene acostumbrados, sin comentarios hirientes y vulgares con los que deleitar la mediocridad y chabacanería de la audiencia.

Tampoco sabe si fue en uno de esos momentos en los que la imaginación de los reporteros dieron rienda suelta a las increíbles fantasías —ahora le llaman información— que la gente cuenta «de oídas» (submarinos, cuevas repletas de tesoros, etcétera), mientras muchos de nosotros apretábamos las mandíbulas para no soltar una gran carcajada ante la imbecilidad de lo que estábamos oyendo.

Pues no, no lo recuerda. Lo que si recuerda es que cuando oyó a Sánchez Drago afirmar que «A Dios se le encuentra entre los cacharros de la cocina. No hay que hacer nada extraordinario. Todos estamos llamados a ser santos», se abrió ante ella un nuevo panorama de vida.

¿Qué le vamos a hacer? Dios «levanta pasiones». Su mensaje sigue estando de plena actualidad, a pesar de que muchos lo critiquen e intenten ridiculizarlo, me decía. ¿Y sabes por qué?, —continuó emocionada. Porque la serenidad, la paz, el optimismo y la alegría que irradiaban los ojos de los entrevistados causa envidia. Poder disfrutar de unas horas en «un Spa para el alma» hace que comprendamos mucho mejor que «Para que Cristo reine en el mundo, primero ha de reinar en tu corazón» como solía decir San Josemaría Escrivá de Balaguer.

Y esto impresiona; esto desconcierta; esto les duele. Pero, como decía Marc Carrogio, portavoz del Opus Dei en plena polémica sobre El Código Da Vinci, «vamos a convertir el limón en limonada».

Y, como los que me conocen bien saben que soy muy dada a probar bebidas nuevas, ¿por qué no convertir la limonada en una bebida «alcohólica»? ¿Qué necesitaríamos para hacer del limón una bebida refrescante con un envase atractivo?

Tal vez, si en vez de añadir un poco de ron o vodka, ponemos en un vaso largo unas gotitas de sentido del humor, la mondadura de un debate sereno y constructivo, un poco de hielo picado de comprensión y respeto, una pizca de valentía y grandes, grandes cantidades, de aprecio a la libertad, conseguiríamos una limonada a gusto de todos.

La verdad es que, después de ver el programa, creo que todos necesitamos una saludable y estimulante limonada de estas mientras recordamos lo que nos aconseja Leonardo Agustina, un joven sacerdote ordenado hace pocos días en Roma: «Sonríe, Dios te está filmando».

¡A vuestra salud!

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