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Pensar con el BOE
Farenheit 451 es una novela de Rod Bradbury, que Truffaut llevó al cine en 1966. La novela retrata una sociedad futurista en la que se busca la felicidad personal a trasvés de la ignorancia. Para obtener este fin, el cuerpo de bomberos se dedica a la quema de libros, evitando así todo pensamiento independiente. El título responde a la idea de que a esa temperatura arde el papel. Una predicción que se ha cumplido muchas veces en la historia, también en la actualidad cuando, por ejemplo, alguna entidad, cuya finalidad parece diversa a la de la presunta custodia de ciertas leyes, ha instado a la autoridad educativa para que retire un libro calificado como «auténtica barbaridad», «asocial y aberrante», etc., etc. No se pueden permitir libros —han insistido— que van contra los valores democráticos. Aunque no trato ahora de defender el libro, sí diré que sus «contravalores» son no admitir el matrimonio homosexual, desautorizar las técnicas de reproducción humana asistida, comparar los muertos por aborto con los de las guerras del siglo XX, etc.
Lo preocupante es que el ejercicio de la libertad de pensamiento, opinión y expresión parezca antidemocrático y sea preciso pasarlo por los 451 grados Farenheit. La razón que aducen es la oposición del citado libro a las leyes educativas, por más que el derecho de los padres a educar a sus hijos según las propias convicciones esté consagrado en nuestra Constitución, así como la libertad de conciencia, pensamiento y expresión. Y, sobre todo, son derechos inherentes a la persona. Pero opinan que estas libertades sólo pueden ejercerse de acuerdo con el BOE. Dije que no me dedicaría a defender el libro. Lo pueden hacer sus autores, la editorial o los usuarios. Quiero defender la libertad ahogada por lo políticamente correcto o, si se prefiere así, por el modo de pensar oficial. Precisamente por eso, la libertad va mucho más lejos que el BOE. Así cabemos todos.
Cualquier cultura se vuelve estéril y se encamina a la decadencia cuando «se encierra en sí misma y trata de perpetuar formas de vida anticuadas, rechazando cualquier cambio y confrontación sobre la verdad del hombre» (Juan Pablo II). Nadie ha de tener miedo a confrontar «su» verdad con lo que otros proponen. Además, es mal asunto el de las verdades oficiales en la vida civil. Eso es lo anticuado. Felizmente, hace tiempo que acabó el nacional-catolicismo, pero deseo evitar una existencia apresada y sumergida en el nacional-laicismo demoledor de cualquier forma de pensamiento no encuadrado en sus parámetros. Creo que no sirve como argumento que el libro de marras se utilice en un centro público, concertado o no concertado. Del mismo modo que las autovías son usadas por gente de muy diversas ideologías, las autopistas de la educación han de poder ser transitadas igualmente por todos como exigencia de la libertad y de los impuestos, que no son propiedad del gobierno de turno, sino de todos por igual, piensen como piensen.
Nuestro tiempo está constatando el fracaso de una cultura —que se cree nueva y es vieja— de cuyos resultados nos quejamos, sin querer confrontar ese fiasco con sus raíces. Según la doctrina social de la Iglesia, algunas de ellas son: el extravío del horizonte metafísico; la pérdida de la nostalgia de Dios, disuelta en el egoísmo personal y en la sobreabundancia de medios propia de un estilo de vida consumista; el primado atribuido a la tecnología y a la investigación científica, tan valiosas, pero que no son un fin en sí mismas; la exaltación de la imagen y la apariencia; la desvirtuación de la naturaleza humana, etc. Frecuentemente, estos fenómenos no tienen como centro a la persona, su relación generosa con los demás y su interrogación continua acerca de las grandes cuestiones que connotan la existencia. El meollo de la cultura y la libertad es la verdad, y ésta no se impone si no es por su propia fuerza. Y como todo eso no está en el BOE, la persona y su libertad se minimizan y no se tiene presente que «la cultura —según afirmó Juan Pablo II en la UNESCO— es aquello a través de lo cual el hombre, en cuanto hombre, se hace más hombre, es más, accede más al ser». Hay otros modos de verlo, que yo respeto y no envío a los 451 grados Farenheit.
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