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La «igualdad» despótica

El ideal de la libertad ha venido sustituyéndose por este 'revolucionario' concepto.

La modernidad se alzó bajo la invocación de la libertad, un objetivo que, tras unos primeros pasos revolucionarios y contradictorios, se asentó finalmente en Europa, a trancas y barrancas, y desembocó en la moderna democracia, que pone al hombre sobre el grupo, y a la sociedad sobre el Estado. Esta democracia ha demostrado ser el sistema de convivencia que han proporcionado más paz, más libertad y más bienestar material en la historia del paso del hombre por la Tierra.

De unas décadas a esta parte, sin embargo, el ideal de la libertad ha venido sustituyéndose por el de la igualdad, otro de los términos emblemáticos de la Revolución Francesa. Pero la idea actual de igualdad se asienta en la corrupción de su significado, como consecuencia del olvido de que los sistemas de libertades han demostrado ser también los más igualitarios, al generar las más extensas, prósperas y poderosas clases medias.

La igualdad es hoy para los devotos de la corrección política el pretexto para un nuevo despotismo, hijo de una construcción intelectual que produce la paradoja que el entonces cardenal Ratzinger calificó como dictadura del relativismo. Bajo la sombra de esta pervertida «igualdad» se retuerce el significado de las palabras, se imponen conductas, se persigue a los heterodoxos.

Así, con el espejismo de la igualdad, prospera la llamada ideología de género, última versión de un falso feminismo que pretende que el sexo no es sino un atributo biológico sin más relevancia que el color de los ojos, y que toda diferencia en el papel social, familiar o de todo orden que tenga en cuenta el sexo de cada individuo es una imposición cultural opresiva; en consecuencia, cada individuo debe tener el derecho de escoger el comportamiento (el género) que prefiera, también en aquello en que el sexo es relevante. Parece —y es— un disparate, pero la cosa no se queda en teorías estrafalarias, sino que llega a convertirse en norma legal; he aquí, entre nosotros, los llamados matrimonios homosexuales, o la capacidad de exigir al Registro Civil la inscripción como hombre o como mujer con independencia de la propia morfología anatómica y fisiológica, o la asignatura llamada equívocamente Educación para la Ciudadanía, que pretende que el Estado forme la conciencia moral de los niños y los adolescentes. En suma, esa falsa igualdad es la cobertura del puro despotismo, pues la democracia ha quedado reducida a una mera armazón de procedimientos, a los que se atribuye ilegítimamente la virtud de establecer lo que moralmente está bien o mal.

El Ministerio de Igualdad no es sólo una ocurrencia demagógica; las miembras de la ministra no son sólo una exhibición de ignorancia tonta. Si no reaccionamos contra todo esto, vamos camino de la servidumbre.

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