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Muertes preventivas: el valor de la vida

¿Es la vida humana un mal, una amenaza, un peligro? Siempre he creído que se trataba de un milagro, de una esperanza, de una posibilidad. Pero todo esto parece hoy estar en cuestión. Vidas incipientes se arrojan al inodoro, los animales compiten en derechos con los humanos, y cada vez en más parejas la procreación es descartada de su horizonte común.

Nos encontramos en un momento crítico de nuestra civilización. Prácticamente hemos tocado techo en avances tecnológicos, estamos culminando los detalles que rematan una cúpula que se alza ostentosa sobre el mundo. Sin embargo, al mismo tiempo, los cimientos de esta civilización se corroen y resquebrajan, pues sus principios, sus raíces, sus fundamentos son despreciados mientras la atención se concentra en la exuberancia de la techumbre. Ya no se trata sólo de ideas y valores, sino de la premisa de todo ello, la vida humana, considerada un instrumento a veces útil, y a menudo despreciable.

No conocemos vergüenza que disimule el anuncio de apertura de nuevas sendas al aborto o la eutanasia, cualquier menoscabo de la vida humana parece aceptable. Se admite que hay vidas de desecho. Los límites que quedaban se van desbordando, como era previsible cuando, al inicio del proceso, se abolió el único realmente sólido, el respeto sacrosanto a la vida. Otras culturas y momentos históricos se anticiparon en destruir las vidas más débiles: niños arrojados por un barranco por no ser suficientemente fuertes para el ejército, o ahogados por sus madres al poco de nacer porque no podían correr con tantos en brazos cuando llegaban las hordas de negreros; disminuidos físicos o psíquicos exterminados por considerarse lastres para una sociedad que quería ser la más poderosa, u obstáculos para alcanzar una raza perfecta. Todo ello ha ocurrido para oprobio de la humanidad, pero parecía superado.

Lo peor es que hoy se extermina incluso más que antes, y con motivos todavía más ruines. Ya no es la amenaza del enemigo la que lleva a la sociedad a matar a sus criaturas más indefensas, sino que es su comodidad y su placer lo que mueve las ruedas de la maquinaria carnicera. Ni siquiera es preciso tener la certeza de que la vida suprimible será inferior o una carga para los que le rodean: es su existencia en sí lo que no se tolera, lo que se ve como un ente amenazador que debe ser eliminado sin que pueda elevar su protesta. Se entra en una espiral de muertes preventivas: hay que matar antes de que se confirme su dolor, su enfermedad, antes de que me suponga un pesar, una incomodidad, una molestia, antes de que su gesto humano me emocione y me arrepienta.

Nuestra sociedad tiene medios para garantizar un bienestar casi al cien por cien, pasando incluso por encima de otras vidas, triturándolas antes de que alteren nuestra paz y confort, y esos medios se utilizan sin miramientos.

El aborto se promueve con dimensión de exterminio, no ya de un sector de la población, sino de la sociedad misma, que no ve más allá de sus narices y es incapaz de contar las generaciones que quedan antes de su consunción, después de la mayor opulencia, que ya no tendrá marcha atrás. Otros vendrán que ocuparán el lugar, pero ya no seremos nosotros, y mucho menos nuestros hijos. La hipocresía es uno de los mecanismos empleados para hacer digerible semejante sangría: los famosos se fotografían con niños que viven con síndrome de Down, mientras la sociedad consiente que tras la detección de este trastorno no se permita vivir al que todavía no ha nacido. Fariseísmo, ceguera, mentira, todo vale para aceptar lo inaceptable, porque el fin lo justifica: nunca antes nadie vivió tan a gusto como nosotros, que llevamos existencias de reyes.

El precio es muy alto, pero se silencia y se disfraza. Se habla de libertad, de derechos sin referencia alguna a la dignidad, sin mención a lo que es el hombre. Porque la persona no tiene valor, ya no cuentan más que unos pocos: los que han tenido la fortuna de nacer, son fuertes, jóvenes, queridos por alguien, y tienen dinero con el que protegerse. De momento. Los demás se encuentran en peligro. Mañana cualquiera puede estarlo. La vida humana ya no vale nada por sí misma. Si no aportas algo material, corres un riesgo, si nadie te dispensa su afecto, estás sentenciado. La persona vale tanto como otro quiera, porque otro decide hoy si mereces que vivas o no; siempre se empieza por los más débiles, y al final se impone por completo la ley del más fuerte. Lo veremos, lo estamos viendo.

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