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Palabra de Dios, la Palabra
El próximo mes de octubre se va a reunir la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. Será, concretamente, desde el 5 al 26 del mes décimo del 2008.
El tema que van a tratar no es, digamos, nada baladí ni, por tanto, carente de importancia: «La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia» es, nada más y nada menos, que el título de la citada Asamblea.
Y como los miembros de la Iglesia, como piedras vivas, hemos de sentirnos concernidos por lo que allí se pueda debatir, decir y concluir, no podemos olvidar la importancia que la Palabra de Dios tiene, ha de tener, en nuestras vidas y, sobre todo, la buena influencia que ha de causar en quienes nos consideramos hijos de Dios.
Para tal ocasión, recientemente se dio a la luz al denominado Instrumentum laboris (Il desde ahora) que es, digamos, el documento que servirá para ir perfilando la definitiva reunión del mes de octubre.
Dice el Prefacio del II que «La Palabra de Dios por excelencia es Jesucristo, hombre y Dios. El hijo eterno es la Palabra que desde siempre existe en Dios, por ella misma es Dios». Luego se recuerda, pues su importancia es total, el comienzo mismo del Evangelio de san Juan cuando dice que «En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios» (Jn 1:1)
Es asumido por todos que cuando se refiere, san Juan, a la «Palabra» lo hace refiriéndose a Jesucristo y, por eso, la misma Palabra era, es, Dios.
Por lo tanto, tenemos, por así decirlo, un claro espejo dónde mirarnos y, por eso, una doctrina que seguir contenida en las Sagradas Escrituras (Antiguo y Nuevo Testamento) que son, por inspiración divina, trascripción de la voluntad de Dios para el hombre, su semejanza, y lugar donde se encuentra Cristo en potencia y, luego, en acto, respectivamente.
Decíamos arriba que, efectivamente, la Palabra de Dios, ha de influenciar nuestra existencia porque es la única forma y manera de dejarnos conducir por el camino recto que lleva al definitivo Reino de Dios y, además, nos hace ser fructíferos como la semilla que, cayendo en buena tierra, da mucho fruto (si es posible, hasta un 100%)
Digamos que los apartados en los que se divide el Instrumentum laboris son tres: El misterio de Dios que nos habla, La Palabra de Dios en la vida de la Iglesia y, por último, La Palabra de Dios en la misión de la Iglesia.
De tal manera nos incumbe a todos los miembros de la Iglesia (y no sólo a lo que suele denominarse «jerarquía eclesiástica» o Iglesia institución) lo que en tal documento se contiene que bien podemos hacer extensión a «todos» lo que quiere significar:
Dios, su Palabra, nos habla
Dice la Epístola a los Hebreos que «De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; pero en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos" (Hb 1:1-2)
A través de los siglos, desde que, de una manera o de otra (de acuerdo a los medios que han ido existiendo en cada época) la Palabra de Dios nos ha llegado nítidamente contenida en herramientas de transmisión de la fe que han enriquecido nuestra vida de seres humanos peregrinos por el mundo hacia Dios, nos ha servido de apoyo en los momentos difíciles y, sobre todo, nos ha dado la oportunidad de conocer la voluntad de Dios.
Por eso, cuando la Palabra de Dios, dirigida expresamente a su semejanza, se dirige hacia nuestros corazones con ánimo de anidar en ellos ha de sembrar, desde allí, un mejor proceder, algo que nos haga merecedores de su Amor y de su Misericordia.
Dios, su Palabra, en nuestra vida
A este respecto, Benedicto XVI, en la homilía que pronunció al presidir la misa de la solemnidad de la Asunción de la Virgen María en la parroquia de Santo Tomás de Villanueva en Castel Gandolfo, el 5 de septiembre de 2005, dijo que «Eso significa hacer espacio a Dios cada día en nuestra vida, comenzando desde la mañana con la oración y luego dando tiempo a Dios, dando el domingo a Dios. No perdemos nuestro tiempo libre si se lo ofrecemos a Dios. Si Dios entra en nuestro tiempo, todo el tiempo se hace más grande, más amplio, más rico».
Por tanto, hemos de dejar que la Palabra de Dios se adentre en nosotros para sembrar, en nuestra vida, su semilla de esperanza. Para que esto sea posible hemos de conocer qué tipo de terreno somos: infecundo, poco fértil, fértil o muy fértil (de los que producen un tanto por cien muy elevado, como recoge san Marcos, en su Evangelio, la Parábola del sembrador en 4:1-8)
Entonces, quizá, lo que hemos de procurar es que nuestro corazón sea tierra acogedora y gozosa de recibir en su seno la Palabra de su Creador. Sólo de tal manera será posible que la cosecha de amor, de esperanza y de dicha sea abundante.
Dios, su Palabra, en nuestra misión
Tenemos, pues, la Palabra de Dios que ha sido pronunciada por el Creador e inspirada a aquellas personas que la han vertido en las Sagradas Escrituras y, además, la necesidad de que tales palabras, sílabas y expresiones tengan reflejo en nuestra vida.
Tal reflejo, tal «eco» en nuestra vida determina el cumplimiento de una misión que, correspondiéndonos a cada una según nos ilumine el Espíritu Santo, hemos de cumplir.
Lo que, especialmente, nos ha sido encargado (en el mismo bautismo así se nos infunde) es, más que nada, hacer efectivo, primero, en nuestras vidas y después en la relación con los demás, el contenido mismo de la Palabra de Dios. Aunque ella sea amplia y profunda, el sentido de la misma sí que lo podemos entrever. Además tenemos el Magisterio de la Iglesia y la Tradición que, por decirlo castizamente, nos echan una mano en tal intento.
Misión, pues, de transmitir; misión de hacer ver la bondad de la Palabra de Dios; misión de hacer nuestro su sentido; misión de ser, con ella, mejores hijos de Dios; misión de acercar al mundo su doctrina; misión de permanecer unidos a su esencia; misión de ver, siempre, la dicha que contiene; misión...
Y es que, por más que se pueda decir lo contrario, los viejos libros contenidos en las Sagradas Escrituras, son siempre nuevos, como el mundo, cada día, es nuevo con cada amanecer.
Del director
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