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«Liberté» o muerte

«Acabo de enterrar a un pueblo entero en las ciénagas y los bosques de Savenay», así relataba el general jacobino Westermann al Comité de Salud Pública de París el resultado de la gran batalla en La Vendée, donde fueron masacrados los opositores a la Revolución Francesa. «Ejecutando las órdenes que me habéis dado -confirmaba-, he aplastado a los niños bajo los cascos de los caballos y masacrado a las mujeres, que así no parirán más bandoleros. No tengo un solo prisionero que lamentar. Los he exterminado a todos». En La Vendée los campesinos católicos se enfrentaron a las tropas, como harían después los «cristeros» contra los masones de la revolución mexicana. El resultado fue de entre 150.000 y 300.000 muertos, según se sigan los datos de Vittorio Messori o de Javier Tusell. Para quienes se habían escondido o escapado, el plan B fue la muerte por hambre: como ha probado el historiador Reynald Secher los geómetras estatales destruyeron 10.050 casas. Sin contar los miles de muertos en la guillotina, es claro que la Revolución Francesa fue un genocidio. ¿Por qué, entonces, está idealizada? Supongo que la propaganda no es ajena a ello. En palabras de Tusell: «La interpretación revisionista (de la Revolución) no sólo es cierta, sino que quizá pueda ser aplicada a otros sucesos revolucionarios. Es más que probable que Rusia hubiera podido avanzar mucho más rápidamente en el camino de la libertad y del desarrollo económico librándose de los 50 millones de muertos del estalinismo». Todo lo que de bueno tiene 1789 en la opinión común de la gente lo tiene de malo la Inquisición. Hasta el extremo de que José Borrell justificaba recientemente su negativa a incluir una alusión a los orígenes cristianos de Europa en el preámbulo de la Constitución de la UE porque, a su juicio, «hablar de cristianismo obligaría a mencionar también la Inquisición, las cruzadas y las hogueras». Cristianismo, o por lo menos Iglesia, es para muchos Inquisición. Revolución Francesa es, en la misma medida, libertad. Esta semana hemos conocido los resultados del simposio celebrado hace cinco años sobre la Inquisición. En 800 páginas el profesor Agostino Borromeo ha recopilado las intervenciones de los expertos. El resultado es terrible. Entre 1540 y 1700 los tribunales españoles celebraron 44.674 juicios por herejía, condenaron al 3,5 por 100 de los acusados y llegaron a ejecutar al 1,8. En relación a la brujería, en aquellos 160 años se quemaron 59 brujas en España, 36 en Portugal y 25.000 en Alemania, donde también juzgaban por este concepto los tribunales civiles. Nada induce a sentirse orgullosos de la Inquisición, sin embargo es la segunda vez al menos que oigo a Juan Pablo II pedir perdón por ella. Estoy a la espera de que la presidencia de la República Francesa pida perdón por los muertos de la revolución, aquellos a los que se dio a elegir entre «Libertad, igualdad, fraternidad» o muerte. O que los presidentes ruso o mexicano hagan lo propio.

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