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El regeneracionismo al poder
De un tiempo a esta parte, todo parece haber entrado en crisis y que nada funciona con la libertad debida, ni con la justicia necesaria. Tampoco con la tolerancia manifiesta frente a una verdad que es única e inconfundible, que no debiera ofrecer dudas, puesto que sólo tiene un camino, el de la autenticidad. El mundo es una corrupción permanente. Ha crecido la voracidad sin escrúpulos, la explotación sin miramiento alguno, las propinas de los falsos ídolos para que nadie se salga del guión preestablecido, y, por si fuera poco, la mezquindad suele formar gobierno en una sociedad acomplejada y dividida. Se precisa, pues, una corriente regeneradora que transmita una visión de una vida más humana, donde se compartan los horizontes de la comprensión, donde se construya la unidad sin excluir las ideas, donde la libertad tenga su propio significado en la verdad, y donde la identidad de las culturas se cultive como enriquecimiento.
El regeneracionismo del siglo XXI ha de echar raíces de inmediato y tomar como tarea la meditación objetiva, aunando el mundo científico con el artístico, para enmendar las heridas que causan la falta de valores éticos en una sociedad que, a mi juicio, se ha dejado adormecer por un injusto sistema productivo, que esclaviza y deprime a más no poder. Volviendo los ojos a nuestro país, al igual que los doctos regeneracionistas de otro tiempo trataron de forjar una nueva idea de España basada en la autenticidad, por lo que era esencial desenmascarar las imposturas de la falsa España oficial mediante la divulgación de sus estudios en revistas de amplia difusión, quizás sea preciso, ahora también, el florecimiento de nuevos medios de comunicación que aseguren la libre circulación del pensamiento, sobre todo en orden a los ideales de solidaridad (permanente y auténtica) y justicia social, así como el nacimiento de tribunas que cobijen a intelectuales desmembrados del pesebre público, capaces de sentar cátedra en un mundo tan mediatizado como mediocrizado.
Se impone una realidad. Se acrecienta en el ser humano un desvelo. Nadie se fía de nadie. La verdad es la gran ausente en los labios humanos. A pesar de que el ser humano la busque y la rebusque por todas las esquinas de la vida, inclusive en los medios de comunicación. Muchas veces, con la evasiva de ganar audiencia, radioescuchas o lectores, se imponen modelos distorsionados de una sociedad enviciada, vulgarizada, bestializada...Todo esto va enquistándose en la vida de las gentes y la podredumbre se acaba contagiando. Resulta además, que la corrupción del alma es de las más graves.
Los frutos de estos desórdenes ahí están. El desprecio de lo propio, la falta de coraje por el bien común, el menosprecio a las raíces, la ausencia de patriotismo en el ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones, la pasividad total hacia un orden económico y social justo, la falta de conciencia y la sumisión al poder aunque sea corrupto. En un espíritu corrompido no cabe el honor. Como botón de muestra, el Año Europeo del Diálogo Intercultural (AEDI) 2008, que está pasando sin pena ni gloria, (la ciudadanía lo tiene olvidado), cuando debiera ser un estímulo para todos aquellos que viven en Europa, sobre todo para explorar los beneficios de nuestro rico patrimonio cultural europeísta y las oportunidades de aprender de las diferentes tradiciones culturales.
En mi opinión, pues, hay que restablecer con urgencia lo degenerado. Conseguir la transformación interna de la persona para proyectarse luego sobre el resto de las actividades humanas ha de ser el camino. Lo humano nace precisamente de esta agitación por el reconocimiento de comunicarse unos con otros. Esforzarse por crear una solidaridad auténtica de verdadera familia humana pasa por transmitir una cultura de manos limpias con un corazón libre. El verdadero progreso consiste en regenerarse. No en quedarse estancados en el contexto de un falso avance. Es evidente que los progresismos actuales, lejos de hacernos más felices nos inyectan desesperación. Unos empiezan a morirse de hambre pero otros también de pena. Sólo cabe progresar cuando se tiene presente a los demás, sólo es posible avanzar cuando la lucidez se injerta en la verdad y se comparte. Convendría preguntarse, si el ser humano, como humano que es, en el contexto de este actual sistema de producción, llega a ser verdaderamente más ético, es decir, más responsable, más consciente de la dignidad de su humanidad, más abierto a los demás. Téngase en cuenta que un hombre sin ética —como ya lo advirtió Camus— es una bestia salvaje soltada a este mundo.
Propongo, en consecuencia, el regeneracionismo al poder. Justificación no falta. Hay una decadencia humana de humanidad, de los mismos poderes del Estado, de instituciones internacionales, de la misma Organización de Naciones Unidas a la que habría que fortalecer con más recursos por el bien de todos. Quizás hoy más que nunca, la persona cultivada no debería hacerse el distraído y participar en la cuestión pública ciudadana. El filósofo grecolatino Epicteto de Frigia, puso la tilde en lo que servidor refrenda: «el hombre sabio no debe abstenerse de participar en el gobierno del Estado, pues es un delito renunciar a ser útil a los necesitados y una cobardía ceder el paso a los indignos». Afectados por tan compleja situación, muchos de nuestros contemporáneos difícilmente llegan a ver cumplidos los derechos humanos en su persona. La injusticia les tiene atados y se preguntan, entre angustias y esperanzas, entre el pesimismo y la tímida luz del optimismo, sobre la actual evolución del mundo. El curso de la historia presente es un desafío al ser humano que le obliga a responder, a regenerar el mundo putrefacto. Creo que hacen falta mujeres y hombres de Estado dispuestos a servir a la sociedad y no al poder. Dicho queda.
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