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El positivismo
El positivismo es más una actitud que un sistema, y es el resultado de numerosas corrientes de ideas y sentimientos que se desarrollaron a mediados del siglo XIX, con el aumento del maquinismo y con los descubrimientos de las nuevas leyes físicas, la electricidad, la constitución celular de las plantas y de los organismos, entre otras cosas. El hombre podía arrancarle a la naturaleza sus secretos y desvió la atención de los filósofos del mundo metafísico. Por eso el positivismo afirma que el espíritu humano no puede penetrar la naturaleza íntima y las causas de lo real; las esencias le son inaccesibles. No debemos ocuparnos de lo que sobrepasa los sentidos, hay que tratarlo como inexistente. Niega toda filosofía, ya que niega toda posibilidad a la metafísica. Pero ésta tiene una gran importancia en el desarrollo contemporáneo de las concepciones morales, pues se ocupa mucho de la conducta humana; ésta constituye para él el objeto fundamental de la ciencia. Un sistema moral es inconcebible para el positivismo. No admitiendo ni metafísica ni principios racionales, no se puede admitir tampoco nada que fundamente una regla o un sistema.
El positivismo es la reacción contra el abuso de las especulaciones puras y trae aparejado el horror hacia el trabajo racional. El positivista experimenta una repugnancia casi instintiva hacia la metafísica; tan pronto como surge una tendencia a recurrir a principios o a un razonamiento que sobrepasa los resultados de la experiencia inmediata, se refugia en una abstención desconfiada y declara no aventurarse a disputas verbalistas.
El verdadero positivismo considera lo moral como un dato, investiga bajo que influencias se forma, pero no examina su valor. Entonces, si la moral es sólo un dato, ¿qué sucederá si tropezamos con una conciencia inquieta, una persona que tiene la preocupación de la moral, pero que es incapaz de resolver los problemas que se plantean en su espíritu? El hecho moral no consiste solamente en que los hombres sigan una línea de conducta, sino que plantea cuestiones. Toda cuestión reclama una respuesta, y hay que buscarla; a veces no es fácil, pero debemos buscarla y en eso consiste el objeto de la moral. Este objeto es lo que el positivismo se niega a considerar.
Todo está destinado a personas capaces de interesarse por los problemas de la moral, y esta capacidad no se da sin una conciencia moral previamente desarrollada. Es preciso conocer las reglas elementales y las cosas que con la moral se juegan. El que nunca ha sentido interés por ninguna clase de música, y una viva curiosidad de lo que es la belleza, sólo puede surgir de aquellos que tienen la dicha de sentirla y entenderla. Esto mismo sucede con el sentimiento del bien y del mal.
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