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Homo Religious

El ser humano, por mucho que se tenga intención de mundanizar su existencia y por muy altos que se quieran presentar los valores mundanos (su relación horizontal con otros seres humanos), está caracterizado por algo que, en realidad, lo define a la perfección: es, sobre todo, un ser religioso; ser, que, a partir de su realidad física tiene el conocimiento de que depende de Alguien que es superior a sí mismo que, por eso, lo ha creado.

Por eso, Benedicto XVI, en su reciente visita a Australia, en la Catedral de Saint Mary, reunido con más de 40 representantes de religiones, ha dejado dicho que «las religiones tienen un papel especial porque enseñan a la gente que el auténtico servicio requiere sacrificio y disciplina, y que deben ser cultivados a través del sacrificio, templanza y moderado uso de los bienes terrenos»

Por tanto, tres son los elementos que requiere un comportamiento verdaderamente religioso y que hace, del ser humano, en su justa medida, un «Homo religious»:

1.-Sacrificio

El hecho mismo de entregarse a los demás, de darse, por decirlo así, en sacrificio para que las personas que, a nuestro alrededor, puedan llevar una existencia mejor o más llevadera, es una de las características que determina que una persona pueda ser considerada más religiosa o menos.

Pero darse al otro no es, sino, mera correspondencia al «amor al prójimo» que proclamó Jesucristo y que, por eso mismo, llevó a cabo a lo largo de su vida.

El 27 de mayo de 2007, Benedicto XVI dirigió una Carta a la Iglesia de China. Es evidente que mucho de lo que allí se dice va dirigido, expresamente, a los católicos, tan perseguidos, en aquella nación. Sin embargo, como suele pasar cuando el Santo Padre escribe y habla, también mucho de lo que allí se dice puede ser aplicado al resto de católicos. Por eso es importante recordar, ahora, aquí, esto que sigue:

«Puesto que el porvenir de la humanidad pasa por la familia, creo indispensable y urgente que los laicos promuevan sus valores y tutelen sus exigencias. Ellos, que por la fe conocen plenamente el maravilloso designio de Dios sobre la familia, tienen una razón más para asumir esta entrega concreta y comprometida»

Por tanto, la concreción y el compromiso en la entrega es algo que ni debemos olvidar ni nos está, siquiera, permitido, olvidar, porque, el fin y al cabo dijo Cristo que no había venido a ser servido sino a servir y el sacrificio personal es un componente esencial de tal darse.

2.-Templanza

Sobre la virtud, en general, Juan Pablo II Magno, en la audiencia del 22 de noviembre de 1978, dijo que «La virtud no es algo abstracto, distanciado de la vida, sino que, por el contrario, tiene "raíces" profundas en la vida misma, brota de ella y la configura. La virtud incide en la vida del hombre, en sus acciones y en su comportamiento. De lo que se deduce que, en todas estas reflexiones nuestras, no hablamos tanto de la virtud cuanto del hombre que vive y actúa "virtuosamente"; hablamos del hombre prudente, justo, valiente, y por fin, hoy precisamente, hablamos del hombre "moderado" (o también "sobrio»)»

Por tanto, la templanza, como virtud, importante en el ser humano que se quiera tener por llevar a cabo un comportamiento esencialmente religioso, no ha de ser olvidada.

Tenemos, pues, que llevar, por decirlo así, un control en los diversos apetitos que podemos llegar a tener que, como sabemos, pueden ser de diversos tipos y tener mesura en el uso excesivo de los sentidos a los que, por nuestro bien espiritual, hemos de sujetarlos a la razón.

A ella, a la templanza se opone, como es lógico, cualquier tipo de perversión que, en el orden interior de la persona, pueda producirse. Es ahí, por tanto, donde no hemos de descuidar nuestro espíritu religioso: templanza versus falta de paz interior.

3.-Moderado uso de los bienes terrenos

Cuando se dice que se ha de hacer un uso que sea no excesivo de los bienes terrenos no ha de creerse que se trata de someterse a algún tipo de tortura masoquista o algo por el estilo.

La prudencia en el utilizar lo que se tiene supone, más que nada, la contemplación de la miseria ajena, de la pobreza del otro, de la falta de más o menos bienes necesarios a quienes tenemos a nuestro alrededor y, pensando en distancias más alejadas, allende nuestras fronteras.

Por eso no cabe actuar con avaricia, primar el tener sobre el ser, creerse legitimado a poseer todo lo posible en ausencia de todo tipo de moderación humana e, incluso, humanitaria.

De aquí que Benedicto XVI, en una intervención que tuvo al introducir la oración mariana del Ángelus el domingo, 23 de septiembre de 2007, dijera, en relación a los bienes, digamos, materiales, lo siguiente: «Se trata por lo tanto de realizar una especie de «conversión» de los bienes económicos: en lugar de usarlos sólo por interés propio, hay que pensar también en la necesidad de los pobres, imitando a Cristo mismo, el cual —escribe Pablo— «siendo rico se hizo pobre para enriquecernos a nosotros con su pobreza» (2 Co 8:9) Parece una paradoja: Cristo no nos ha enriquecido con su riqueza, sino con su pobreza, esto es, con su amor que le empujó a darse totalmente a nosotros».

Por tanto, más que no hacer uso de los bienes que se tiene consiste, el espíritu del ser humano que quiere llamarse religioso, en «saber» hacer adecuado uso de los mismos.

Sobre esto tenemos un ejemplo bastante claro en las Sagradas Escrituras: el caso del rico (a veces llamado Epulón) y el pobre Lázaro donde no se critica, obviamente, que la persona con dinero lo tenga sino la utilización que hace de su riqueza. El manifestar, hacia Lázaro un desprecio tan grande, le había hecho merecedor de un castigo algo más que terreno.

Y tal es el sentido de la moderación en el uso de los bienes materiales que quiso resaltar el Santo Padre en su viaje a Australia.

Pero para que todo lo dicho sea posible se ha de hacer posible, a su vez, que la libertad religiosa no sea un mero derecho teórico sino que, al contrario, pueda llevarse a cabo de forma efectiva. De otra forma el ser humano con sentido religioso va a tener pocas posibilidades de demostrar que, efectivamente, lleva a gala sentirse hijo de Dios y cumplir sus mandatos.

De aquí que, por todo esto dicho habla la Declaración Dignitatis Humanae sobre la libertad religiosa. Indica que la citada libertad «consiste en que todos los hombres han de estar inmunes de coacción, tanto por parte de individuos como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y esto de tal manera que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, sólo o asociado con otros, dentro de los límites debidos»

Pero, además, como el derecho a la libertad religiosa no es algo que se establezca a partir de ningún tipo de voluntad humana (considerada como si fuera absolutamente independiente de Dios) «Declara, además, que el derecho a la libertad religiosa está realmente fundado en la dignidad misma de la persona humana, tal como se la conoce por la palabra revelada de Dios y por la misma razón natural . Este derecho de la persona humana a la libertad religiosa ha de ser reconocido en el ordenamiento jurídico de la sociedad, de tal manera que llegue a convertirse en un derecho civil».

Es más, como aviso para navegantes (en España, por ejemplo) dice, el mismo documento, que «no faltan regímenes en los que, si bien su Constitución reconoce la libertad de culto religioso, sin embargo, las mismas autoridades públicas se empeñan en apartar a los ciudadanos de profesar la religión y en hacer extremadamente difícil e insegura la vida de las comunidades religiosas» (DH 15)

Y sobre esto, más de uno debería tomar nota porque sólo así el ser humano podrá considerarse un verdadero «Homo religious» a lo cual, por cierto, tiene pleno derecho.

Ahora en...

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