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9. Berenice y Drusila, mujeres seductoras
«Al día siguiente vinieron Agripa y Berenice con gran ostentación y entraron en la sala de audiencia, junto con los tribunos y los personajes de más categoría de la ciudad. A una orden de Festo, trajeron a Pablo». (Hch 25, 23)
«Después de unos días vino Félix con su esposa Drusila, que era judía; mandó traer a Pablo y le estuvo escuchando acerca de la fe en Cristo Jesús». (Hch 24, 24)
«Porque la voluntad de Dios es vuestra santificación: que os apartéis de fornicación; que cada uno de vosotros sepa tener su vaso en santificación y honor; no con afecto de concupiscencia, como los Gentiles que no conocen á Dios: Que ninguno oprima, ni engañe en nada á su hermano: porque el Señor es vengador de todo esto, como ya os hemos dicho y protestado.
Porque no nos ha llamado Dios á inmundicia, sino á santificación.
Así que, el que menosprecia, no menosprecia á hombre, sino á Dios, el cual también nos dió su Espíritu Santo» (Tesalonicenses 4, 4-8)
A lo largo de la lectura de los textos de San Pablo he podido comprobar que nada se hace y dice por casualidad, Quizás por esto, soy de la opinión que no deberíamos pasar por alto ni una de sus palabras, de sus gestos, de sus consejos. Es más, cada una de ellas, nos muestra quién es, qué modelo de vida nos quiere presentar, y qué mensaje concreto quiere dirigirnos.
Por tanto, la presentación que nos relatan los Hechos de los Apóstoles sobre Berenice y Drusila, hermanas de Herodes Agripa II, hijos del rey Herodes Agripa I, no es una voz en el desierto que se pierde entre la inmensidad de la arena. Al contrario. Descubrir la intencionalidad de por qué estas dos mujeres son nombradas en varias ocasiones en sus cartas debe tener su importancia.
Y personalmente, no creo que sea porque su padre «echó mano a algunos de la Iglesia para maltratarlos. Hizo morir por la espada a Santiago, el hermano de Juan. Al ver que esto les gustaba a los judíos, llegó también a prender a Pedro» (Hch. 12, 1-3). Sino, más bien, porque estas dos mujeres jóvenes y bellas son conscientes de la atracción y deseo que provocan en los hombres,y utilizan todas las armas de seducción, un arte que siempre fue dominado por las mujeres, para ganarse sus favores.
Ellas saben muy bien de los encantos de la seducción, del erotismo que provoca su belleza, su forma de vestir, de hablar y de mirar a los hombres, de la rentabilidad que se obtiene cuando ofrecen sus cuerpos, alabanzas y carantoñas para que estos obren por su propia voluntad hacia la dirección que ellas señalan.
Es más, no parece que tengan ningún problema en prescindir de su dignidad, de las normas morales, del sentido religioso y trascendente de su vida, puesto que se dejan utilizar como un trofeo del que sus hombres de pavonean. Cada vez quieren más poder, más lujo. Su satisfacción sexual no tiene límites, por lo que, no se privan de experimentar cosas nuevas. A saber. Varios maridos llevan estas jóvenes a sus espaldas y un incontable número de amantes han pasado por sus alcobas, incluido su hermano Agripa, del que se cuenta que vivió en incesto con Berenice.
A diferencia del caso de la pitonisa, en la que se demostraba la primacía del «sexo fuerte» utilizándola como reclamo, Berenice y Drusila se sienten felices de utilizar su cuerpo para conseguir sus propósitos. No sienten ningún reparo, al contrario, en que los hombres las paseen como adornos decorativos en la corte de su hermano para demostrar el éxito, el poder y la riqueza, puesto que ellas saben reflejar como nadie, en su porte y sus vestidos, las conquistas y el prestigio del varón que las acompaña. El arte de seducir es su arma, su libertinaje sexual su forma de vivir, los escándalos su rutina
Parece ser que hoy, como hace 2000 años, «las mujeres han contribuido a fomentar el consumismo que las cosifica, y esto es resultado del pecado original», como afirmó Helen Alvare en el congreso vaticano celebrado en Roma sobre «Mujer y varón, la totalidad del humanum». Y añadía: «La belleza física de las mujeres y su complementariedad sexual con los hombres, las hacen especialmente deseables en una economía comercial... Las mujeres se rebajan a sí mismas persiguiendo la creencia de que esto les llevará a la unión con un hombre.
Esto no se limita a la industria pornográfica, ni a la publicidad comercial, cine o televisión. Más bien, las mujeres normales compran ropas diseñadas para destacar o exponer aquellas partes de su cuerpo asociadas con el sexo. Muchas mujeres a menudo también se rebajan a sí mismas con lo que dicen o exponiéndose a sí mismas a medios que gradualmente las insensibilizan ante la propuesta de que las mujeres son objetos de consumo, bellos y sexuales».
Pues bien, como apunté anteriormente, en San Pablo nada se dice por casualidad. ¿No será que nos quiere llamar la atención a las mujeres de la perdida de valores éticos y morales, del deterioro de nuestra dignidad y buen hacer, que nos lleva en ocasiones a reducir nuestro cuerpo y nuestra vida, a mera mercancía?
¿Somos las mujeres las primeras responsables de la degradación y banalización de nuestra sexualidad explotándola sin límites como elemento seductor?
¿Por qué las mujeres, últimamente con más descaro si cabe, utilizamos nuestro cuerpo para seducir a los hombres, para manipular sus sentimientos, para manejar sus actuaciones, hasta conseguir los objetivos sociales, profesionales, o sentimentales que nos hemos propuesto?
¡Mucho ojo con este asunto! Si bien las mujeres deberían ser conscientes de que la belleza integral no es convertir el cuerpo en deseo de placer, ni en mercancía disponible al mejor postor, puesto que «la belleza del cuerpo es un viajero que pasa; pero la del alma es un amigo que se queda», los hombres no deberían olvidar las palabras de Juan Pablo II en la Audiencia General del 30 de julio de 1980, en la que recordaba: «Si el hombre se relaciona con la mujer hasta el punto de considerarla sólo como un objeto del que apropiarse y no como don, al mismo tiempo se condena a sí mismo a hacerse también él, para ella, solamente objeto de apropiación y no don».
Profesando ser sabios, se hicieron necios
PROFESANDO SER SABIOS, SE HICIERON NECIOS
Dice San Pablo: «Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.
Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén.
Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío.
Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen; estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades;
murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia; quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también se complacen con los que las practican. (Rom 1, 22-31)
La permisividad, la decadencia moral, y la cada vez más ausencia de valores naturales, comúnmente denominados humanos, al que parece estar abocada nuestra sociedad, nos hace entender a la perfección estas palabras del apóstol.
Parece ser que el aposto, a través de ellas, nos quiere presentar la infelicidad de la sociedad de su tiempo, en la que también, tratando de cambiar aquella decadente sociedad, vivían los primeros cristianos. Nos previene de la importancia de practicar el bien y evitar el mal, y nos señala el camino para seguir a donde está la Verdad, dada por el Creador de la vida, y ser testigos de su mensaje.
Tienen razón los que opinan que nuestra sociedad se encuentra enferma y que hemos convertido «al hombre en un instrumento de uso y explotación para otros, que lo priva de un sentimiento de sí mismo, salvo en que se somete a otros o se convierte en un autómata».
Aunque personalmente, a la vista de este triste y depravado panorama, cada día que pasa, prefiero recordar que «la verdadera felicidad reside en la virtud», como nos señalaba Séneca:
«La vida feliz es, por tanto, la que está conforme con su naturaleza, lo cual no puede suceder más que si, primero, el alma está sana y en constante posesión de su salud; en segundo lugar, si es enérgica y ardiente, magnánima y paciente, adaptable a las circunstancias, cuidadosa sin angustia de su cuerpo y de lo que le pertenece, atenta a las demás cosas que sirven para la vida, sin admirarse de ninguna; si usa de los dones de la fortuna, sin ser esclava de ellos. Comprendes, aunque no lo añadiera, que de ello nace una constante tranquilidad y libertad, una vez alejadas las cosas que nos irritan o nos aterran; pues en lugar de los placeres y de esos goces mezquinos y frágiles, dañosos aún en el mismo desorden, nos viene una gran alegría inquebrantable y constante, y al mismo tiempo la paz y la armonía del alma, y la magnanimidad con la dulzura, pues toda ferocidad procede de debilidad».
A este respecto, también San Agustín nos hace reflexionar, afirmando que la «virtud es una buena cualidad del alma, por la cual se vive rectamente, de la cual nadie hace mal uso y que Dios infunde en nosotros sin nosotros».
Todo lo anterior nos puede ayudar a reflexionar y a deducir lo siguiente:
- Que el hombre recibe estas cualidades con su naturaleza. Por lo tanto, es un deber de justicia para con su Creador (Dios), para con los que nos rodean, y para con nosotros mismos, dar gratis lo que hemos recibido gratis.
- Que las virtudes son un reflejo de la perfección divina, y por ello, la vida del hombre debe de estar orientada rectamente a la perfección.
- Que las virtudes tienen como objeto hacer al hombre, las naturales, perfecto simplemente como hombre, y las sobrenaturales, perfecto como hijo de Dios
Y, puesto que soy de las que piensan que para darle un giro definitivo a nuestro ámbito personal, familiar, profesional o social es necesario ahogar el mal con la abundancia de bien,- con el que llenar el mundo de paz, de respeto, de alegría, optimismo,..., de Amor-, creo que nos animará concluir este capitulo conlas palabras del escritor y filósofo griego Nikos Kazantzakis: «Puesto que tenemos el pincel y los colores, pintemos el paraíso y entremos en él».
Manos a la obra.
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