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La crisis argentina (II)

Todo lo que venimos hablando acerca de la decadencia cultural y social es producto del relativismo, de la persuasión de que no hay verdades absolutas. Muchas personas confunden la tolerancia con una ausencia total de convicciones y de ideas concretas.

El subjetivismo moral lleva al hombre a constituirse en autor de toda norma moral y así se legitima cualquier comportamiento humano. La negación de la trascendencia del ser humano, la suplantación de Dios por la divinización de los propios intereses.

Hoy ya no se habla del fin de la historia. Hoy no se prohíben los libros por leyes. Pero nadie está preocupado porque cada vez se lea menos. Hay una propaganda de un semialfabetismo a través del pan y circo y a través de la televisión que debilita toda cultura y todo espíritu crítico. Se trata de hacer desaparecer todo rastro de la cultura precedente; nada de lo pasado tiene valor, todo es anticuado y sin mérito alguno, porque de existir sería el dedo acusador de la chatura, de la barbarie, del mal gusto, de la mediocridad actual y de la chabacanería pregonada.

Hoy la gente vive de frases hechas, dispone de pocas palabras, vive encerrada en estereotipos constantemente intoxicados. Son felices, pero no saben ni quienes son, ni para qué luchan, ni para que viven, ni que sentido tiene su propia existencia. Y así expropiada toda capacidad de reflexión se va perdiendo poco a poco hasta la fuerza de resistir, de revelarse y hasta de protestar.

Esto no sucede sólo en Argentina, sino que se ven síntomas a escala mundial. Cada vez hay menos gente que toma conciencia de todo este proceso. La vida siempre fue difícil para el hombre, pero por lo menos no desaparecía el espíritu crítico que hoy sentamos sin reacción alguna de nuestra parte.

Creo que es un proceso de consolidación del analfabetismo mundial. Es una crisis de instrucción y de educación pública a escala mundial. Habrá libros, pero... ¿para qué sirven si nadie los lee ni nadie los entiende, que es peor? Los jóvenes terminan el secundario y no entienden ni lo que leen. Y seguramente será un futuro profesional argentino... El problema no es tener libros en las bibliotecas, sino leerlos y experimentar lo que significa su lectura. La persona cambia mucho cuando sabe leer e interpretar lo que lee.

Cada tanto, se publican las encuestas de las universidades y se ve que de 2500, 3000 alumnos, aprueban 400, 300. Esto es sólo un termómetro de la ignorancia inimaginable a la que hemos llegado en cuanto a la transmisión del saber. Hay muy pocas personas que saben algo y que lo saben con claridad y lo entienden, por la sencilla razón de que la misma facultad de razonar y expresarse ha desaparecido. Estamos atrapados en una información manipulada que contamina los mejores productos. Todo es una falsificación y una gran mentira. Y si hablamos de la Fe, para mucha gente es solo una cuestión de gustos, en la que se elige tenerla o no, lo importante, parece ser, es que cada uno tenga la suya...

Hoy todos somos testigos del deterioro de la vida religiosa en muchos lugares. La Misa ya no es un culto a Dios, es un show personal, la gente inventa su propia liturgia, sus gestos, e incluso levanta brazos... Nadie tiene derecho a hacer algunas de esas cosas. El único que tiene que hacerlo es el sacerdote: la gesticulación, los actos, todo... El es el intermediario, el que lleva los hombres a Dios y lleva a Dios a los hombres. Lo que pasa actualmente con este asunto es que nos ha traído una vida religiosa parecida a la barbarie, de mal gusto, y sobre todo ha creado la gran superstición que existe hoy en día, donde toda la vida religiosa se reduce a gestos y a cosas exteriores, pero no a una concepción del mundo, una concepción del hombre y a un verdadero sentido de la vida. Y en esto está la esencia del Evangelio. Hoy lo característico es el hombre mediocre, en todos los órdenes. El hombre mediocre es el hombre apático, el hombre liviano, sin convicciones profundas, que vive un gran vacío moral en su existencia, relativizándolo todo, y vive un permisivismo sin límites, solo para cambiar por cambiar, sin saber porqué ni para qué.