Aprenda a discutir con su cuñado progre
Nadie elige a su familia, entendida ésta como la línea consanguínea que discurre a través del árbol genealógico de cada cual. La familia política, en cambio, es fruto de una decisión individual: uno escoge a la pareja y la pareja viene con toda la parentela. Así son las cosas, y así hay que aceptarlas.
Hay una ley de la antropología, tan poco estudiada como inexorable, que reza: "No importa lo decente que sea tu cónyuge: siempre tendrás un cuñado o cuñada progre". Así es. Que levante el pubis quien no se vea obligado periódicamente a compartir mesa y mantel con un pariente político que atesora en su personalidad uno o varios de los rasgos típicos del progresista ibérico.
El cuñado progre habla mucho. De hecho, su mayor afición es monopolizar las conversaciones familiares de sobremesa para ilustrar al resto de comensales, a los que considera unos facinerosos, sobre las virtudes del progresismo en cualquier ámbito. Tiene también cierta tendencia a incluir entre el fárrago de su discurso algunas apreciaciones de carácter personal que sabe irritan particularmente a alguno de los presentes. Por ejemplo, si el cuñado progresista sabe que eres católico practicante, hará abundantes observaciones sobre los graves crímenes cometidos por la Iglesia Católica a lo largo de su existencia, o sobre la gran hipocresía de los que se declaran católicos y no observan milimétricamente todas y cada una de las enseñanzas del Magisterio, interpretadas, eso sí, a la luz de la estupidez pseudofilosófica del progresismo posconciliar (los progres flipan con el Vaticano II).
Así, el cuñado progre exige que todos los que se declaran católicos entreguen sus bienes a los pobres (mejor a una ONG de izquierdas, que los reparte mejor) y se vayan a orar a una cueva. Todo lo demás constituye, a sus cortas luces, una traición al mensaje de Jesucristo, que parece conocer como si hubiera sido el más fiel escudero del Hijo o dedicado largos años al estudio de los textos sagrados. Quien proclamó un día que la ignorancia es osada tenía, con toda seguridad, un cuñado progre. Por otra parte, a estos torquemadas de todo a cien no les provoca ningún sarpullido moral el hecho de que los grandes líderes progresistas, que dicen luchar por un mundo más justo, al contrario que los católicos farsantes, naden en la abundancia, mientras las víctimas de su saqueo deben financiar su vida de lujo y aguantar sus filípicas con resignación, en este caso sí, exquisitamente cristiana.
Los cuñados progres sienten una especial predilección por la geopolítica, ciencia que parecen dominar como si hubieran estado dirigiendo por largas décadas la escuela diplomática de una gran potencia. En realidad, sus apreciaciones en este terreno son igual de absurdas que el resto de las que atesora, pero ante personas poco interesadas en la política internacional quedan como grandes expertos en la materia, cuya opinión hay que escuchar devotamente para formarse una idea cabal del funcionamiento del mundo.
Mas el relativismo que impregna el —llamémoslo así— pensamiento progresista se muestra en todo su esplendor cuando el objeto de análisis son los regímenes marxistas. Según nuestro querido cuñado, es cierto que el socialismo ha provocado algunos perjuicios concretos a ciertas capas de la población (esta panda suele despachar así, tan ricamente, el asesinato de cien millones de seres humanos), pero en cambio la gente es más feliz bajo una dictadura socialista que en el odioso sistema capitalista. Gracias a la igualdad, claro. En efecto, bajo el socialismo todo el mundo es igual de miserable y oprimido; salvo los jerarcas del Partido, detalle que nuestro cuñadito suele obviar o dejar correr.
A otra cosa. La religión islámica es, para el cuñado progre, un tesoro de ricas enseñanzas del que los españoles nos vimos privados por culpa de los Reyes Católicos, esa pareja de franquistas, como atestigua su escudo, con el yugo y las flechas.
Las hipótesis cuñadescas sobre las bondades del socialismo y el Islam tienen en cambio una debilidad que usted, apreciado lector, puede explotar la próxima vez que el tema se suscite en la mesa (y se suscitará, no lo dude), planteándole a algo parecido a esto:
Y entonces, querido cuñado, si el socialismo y el Islam son fuente de alegría, riqueza espiritual y bienestar, el hecho de que los cubanos y los musulmanes huyan de sus países y se dirijan a Europa y Estados Unidos jugándose la vida, y en muchos casos perdiéndola, ¿es cosa de las corrientes oceánicas o quizá, sólo quizá, es que están hasta los huevos de socialismo e islamismo?
Lo único que acertará a decir su contrincante, seguramente entre abundantes espumarajos, es que usted es un facha sin remisión. Entonces... "Su Señoría, no hay más preguntas", uno a cero y a disfrutar del gin-tonic, que es de lo que se trata. Le aseguro que ese domingo el cocido le va a sentar mejor que nunca.
Del director
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