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Una Esperanza que, efectivamente, no defrauda

El pasado 11 de septiembre el Cardenal Rouco Varela, en el Funeral celebrado en la Catedral de La Almudena de Madrid por las víctimas del accidente acaecido en el Aeropuerto de Barajas el pasado 20 de agosto, utilizó una expresión que, para un cristiano, le tiene que decir mucho: Os ofrecemos con toda el alma el testimonio de la esperanza que no defrauda".

Y es que tal esperanza es, sobre todo, la Esperanza.

Necesitados de Esperanza

El 29 de septiembre de 1957, Josemaría Escrivá, que luego sería beatificado y canonizado como San Josemaría, dijo algo que resulta muy importante para que sea tenido en cuenta en los tiempos en los que vivimos: "...no estamos solos, porque Dios existe, y me ha llamado a la existencia, y me mantiene en ella, y me da fortaleza. Además, me ha elegido con predilección y, si tengo confianza, me concederá la constancia y la firmeza en mi camino, porque, cuando El comienza una obra, la acaba: El hace siempre las cosas perfectas."

Por lo tanto, hoy día, en este siglo XXI que, como se decía, no va a ser a fuerza de no ser religioso, estamos urgidos de una Esperanza que nos permita desenvolvernos en nuestro mundo como lo que somos: hijos de Dios conscientes de que lo somos.

Ante las situaciones por las que pasamos (en la intervención del Cardenal Rouco se trataba de recordar a las víctimas del accidente pero puede ser cualquiera en la que carguemos con nuestra particular cruz), con el olvido de Dios que se pretende implantar a fuerza de leyes y de reglamentos; con la forma tan clara de desmerecer la relación que nos une con el Creador; con el franco ataque a nuestra creencia y a nuestra fe, no podemos olvidar que lo dicho por el fundador del Opus Dei está al alcance de cada uno de nosotros.

Estamos, y así nos sentimos, necesitados de Esperanza que, como bien dice el dicho, es lo último que se pierde. Tal necesidad ilumina nuestras posibilidades de salvación, de saber que en tal virtud podemos cobijar y llenar, con ella, nuestra vida.

Sin embargo, a veces es muy posible que creamos que teniendo Esperanza es suficiente para que nuestro devenir de cristianos se conduzca, así sin más, por el correcto camino hacia el definitivo Reino de Dios.

A este respecto, dice Salvador Canals que «La esperanza, hermano mío, no debe ser nunca un cómodo sustitutivo de nuestra pereza. Nos lo recuerda el Señor, en dos milagros realizados por El: cuando en Caná de Galilea transformó el agua en vino, y cuando ante grandes multitudes multiplicó los panes y los peces. Tanto en uno como en otro milagro la omnipotencia del Señor intervino cuando todas las posibilidades humanas estaban agotadas. Cuando los hombres habían hecho todo lo que podían hacer: el agua no se transformó en vino sino cuando los fieles siervos hubieron colmado las cubas de agua, usqe ad summum, hasta los bordes, y antes de multiplicar los panes y los peces, el Señor pidió el sacrificio total de todos sus medios de subsistencia, es decir, de los panes y los peces que ellos tenían; y no importaba que fueran pocos, pues lo importante era que diesen todo lo que tenían» (Salvador Canals, Ascética meditada, Ediciones Rialp, 1962)

No podemos, de tal forma entendido, quedarnos a la espera de que la Esperanza salve nuestra situación porque, al menos, hemos de poner de nuestra parte lo que de nuestra parte, nuestros talentos, se espera.

Sin embargo, al menos, sabemos que Alguien está siempre a nuestro lado, que siempre nos ayuda a cargar con nuestra cruz: Jesús

Cristo, Esperanza

Dice Benedicto XVI en su Carta Encíclica «Spe Salvi» que «Pablo recuerda a los Efesios cómo antes de su encuentro con Cristo no tenían en el mundo 'ni esperanza ni Dios' (Ef 2,12).

En el Regina Caeli del 4 de mayo pasado, Benedicto XVI especificó el sentido exacto de nuestra Esperanza, dónde reside. Así, dijo que «Por eso la esperanza cristiana, fundamentada en Cristo, no es un espejismo, sino que, como dice la carta a los Hebreos, "en ella tenemos como una ancla de nuestra alma" (Hb 6, 19), una ancla que penetra en el cielo, donde Cristo nos ha precedido».

Y es que Cristo es, sin duda alguna la Esperanza que no defrauda, como dijera el Cardenal Rouco el pasado 11 de septiembre.

Por otra parte, Juan Pablo II Magno, en su Redemptor hominis, dice que «En Cristo y por Cristo, Dios se ha revelado plenamente a la humanidad y se ha acercado definitivamente a ella y, al mismo tiempo, en Cristo y por Cristo, el hombre ha conseguido plena conciencia de su dignidad, de su elevación, del valor trascendental de la propia humanidad, del sentido de su existencia»

Por eso Jesucristo es nuestra Esperanza, la que nos proporciona gozo al alma, reposo al espíritu, luz a nuestros días porque ¿Quién que no sea Cristo nos conciencia de nuestra dignidad? ¿Quién que no sea el Hijo de Dios nos dice que, como hermanos suyos, tenemos un lugar en el corazón del Padre? ¿Quién que no sea el Hijo del Hombre nos da un conocimiento de la importancia que tiene, para el Creador, nuestra existencia?

Y es que, al fin y al cabo, como dice Benedicto XVI al comienzo de su Encíclica sobre la Esperanza (citada arriba) «SPE SALVI facti sumus » — en esperanza fuimos salvados, dice san Pablo a los Romanos y también a nosotros (Rm 8,24)»

Y eso, en mucha medida, nos salva de tanta desazón y tanta tristeza ante el mundo.

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