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Pablo VI, Maritain y la fe de los apóstoles

El 30 de junio de 1968, con la solemne profesión de fe pronunciada en la plaza de San Pedro, el papa Montini indicaba un camino sencillo para custodiar el tesoro entregado por el Señor a su Iglesia. Cuarenta años después, el cardenal Georges Cottier refiere a 30Días cuánto influyó en la redacción de aquel precioso documento la amistad gratuita que unía el Pontífice al filósofo francés y al cardenal Charles Journet. Entrevista

«Nuestro ministerio es el mismo de Pedro, al que Cristo confió el mandato de confirmar a los hermanos». A Pablo VI le quedaban pocas semanas de vida. Era su última celebración pública, el 29 de junio de 1978, solemnidad de san Pedro y san Pablo. En su homilía, el Papa anciano y herido en el corazón por la muerte de su amigo Aldo Moro volvió a abrazar con la mirada todo el tiempo «durante el cual el Señor nos ha confiado su Iglesia», mientras «el curso natural de nuestra vida camina hacia el ocaso». También en aquel resumen a veces angustiado de su historia como Obispo de Roma, trazado desde aquel vertiginoso umbral, Giovanni Battista Montini quiso indicar como «acto importante» de su pontificado la profesión de fe que diez años antes, el 30 de junio de 1968, había pronunciado solemnemente «en nombre y cual empeño de toda la Iglesia como «Credo del pueblo de Dios»: la «sumaria profesión de fe» que había querido proponer como un «retorno a las fuentes», en un momento en que «fáciles ensayos doctrinales parecían sacudir la certeza de tantos sacerdotes y fieles».

El Credo del pueblo de Dios es uno de los gestos más claramente proféticos de los realizados por todos los sucesores de Pedro en el siglo pasado. Sucede a menudo, sobre todo cuando los papas se limitan a hacer su propio oficio. Pero se sabe poco de las circunstancias y factores que le sugirieron al Papa de la Ecclesiam Suam y de la Populorum progressio repetir con extrema sencillez «los puntos capitales de la fe de la Iglesia misma, proclamada por los más importantes Concilios ecuménicos».

¿Cuál fue la dinámica concreta con que se preparó este precioso texto? Cuarenta años después algunos documentos de archivo permiten reconstruir detalladamente cómo se desarrollaron los hechos. Y refieren de lo que influyó en la génesis y redacción de esa professio fidei la amistad gratuita y preferencial que unía al papa Montini, al cardenal suizo Charles Journet y al filósofo francés Jacques Maritain.

El asunto y sus detalles afloran en la intensa correspondencia que el teólogo ginebrino, creado cardenal en 1965, mantenía con el autor de Humanisme intégral y Le paysan de la Garonne. El cardenal Georges Cottier, teólogo emérito de la Casa pontificia, ha aceptado reconstruir la historia para 30Días, basándose en las cartas que serán recogidas en el VI volumen de la Correspondance Journet-Maritain, que recoge las 303 cartas que intercambiaron los dos desde 1965 a 1973, y que será publicado antes de finalizar 2008. Cottier, que nació también en los alrededores de Ginebra, fue discípulo de Journet (que lo llevó como propio «experto» al Concilio Vaticano II) y es miembro de la Fondation du Cardinal Journet, que con las Èditions Saint Augustin está preparando la publicación de la riquísima Correspondance entre el cardenal-teólogo fallecido en 1975 y Maritain.

«Se me ha ocurrido una idea»

A principios de 1967, el Concilio se había clausurado hacía poco más un año, pero —como ya señalaba el teólogo Joseph Ratzinger en su famosa conferencia pronunciada en Bamberg, en el mes de julio del año anterior— «reina un cierto malestar, una atmósfera de frialdad y también de desilusión, como la que normalmente sigue a los momentos de alegría y de fiesta». En esa situación, con la exhortación apostólica Petrum et Paulum, publicada el 22 de febrero de 1967, Pablo VI convoca el Año de la fe: desde el 29 de junio de 1967 al 29 de junio de 1968, toda la Iglesia está llamada a celebrar el XIX centenario del martirio de los apóstoles Pedro y Pablo, «primeros maestros de la fe».

El Año de la fe, según las intenciones del Papa, se centra todo en el Credo. En la exhortación Petrum et Paulum se les pide a los obispos que durante ese año especial hagan varias veces una proclamación solemne del Credo «con los sacerdotes y los fieles, según una u otra de las fórmulas en uso en la Iglesia católica». En las catequesis y en las homilías de aquellos meses, el papa Montini sugiere varias veces a toda la Iglesia la urgencia de repetir el acto de fe. «No creáis que tenéis fe si no adherís al Credo, al símbolo de la fe, es decir, a la síntesis esquemática de las verdades de fe», repitió en la audiencia general del 31 de mayo de 1967. Y, sin embargo, al principio no se vislumbra en el horizonte ninguna idea de clausurar el Año de la fe con la proclamación de una nueva professio fidei. Sólo un viejo amigo del Papa siente asomarse entre sus pensamientos una primera intuición en estado embrional de lo que sucederá.

Jacques Maritain tenía por entonces 85 años. Desde 1961, tras la muerte de su querida esposa Raïssa, vive en la comunidad de los Petits frères de Charles de Foucauld, en Toulouse. El gran intelectual, ligado por una pluridecenal amistad con Montini —que lo defendió públicamente cuando algunos lo querían condenar con la acusación de «naturalismo integral»—, ha volcado recientemente en el libro Le paysan de la Garonne todas sus críticas contra los desvaríos doctrinales y los falsos «aggiornamenti» culturales que ve crecer entre laicos y eclesiásticos con el pretexto de la apertura al mundo. El lema del volumen es un proverbio chino: «Nunca toméis la estupidez demasiado en serio». Escribiendo al otro amigo y confidente Journet, hace votos para que Roma («que acabará por ver la gravedad inmensa de la crisis») no reaccione pensando sólo en medidas disciplinarias que no serían comprendidas y solamente aumentarían la rebelión, «porque lo que hace falta es la luz de la libertad». Dice hoy el cardenal Cottier: «A Maritain Pablo VI le parecía un hombre solo; rezaba por él, y les decía a todos que hicieran lo mismo. En una carta de diciembre de 1966 le escribe a Journet: «Pienso a menudo en el Papa y en su terrible soledad. Creo que las almas contemplativas deberían rezar mucho por él».

Unos días después, el 12 de enero de 1967, en el post scriptum de una carta, Journet le comunica a Maritain que Pablo VI le ha convocado a Roma. A Maritain la circunstancia le parece providencial. Responde enseguida a su amigo cardenal: «Hace bastantes días me vino una idea, con un intensidad y una claridad tales que no creo que pueda pasarla por alto. Era como un fragmento de luz mientras rezaba por el Papa y reflexionaba sobre la tremenda crisis que está pasando la Iglesia». Frente a dicha crisis —explica en su carta Maritain— «sólo una cosa es capaz de tocar universalmente los espíritus, y de custodiar el bien absolutamente esencial, que es la integridad de la FE»: no «un acto disciplinario, ni exhortaciones, ni directrices, sino un ACTO DOGMÁTICO, a nivel de la fe misma»; un «acto soberano de la AUTORIDAD suprema que es la del Vicario de Jesucristo». «Maritain», subraya el cardenal Cottier, «destaca sus conceptos-clave con el uso de las mayúsculas: según él, lo que hace falta en el momento presente es «que el Soberano Pontífice redacte una PROFESIÓN DE FE completa y detallada, en la que resulte explícito todo lo que realmente está contenido en el Símbolo de Nicea —esta será, en la historia de la Iglesia, la 'profesión de fe' de Pablo VI».

Las armonías del sensus fidei

La idea de Maritain no era completamente nueva por aquellos años. Hipótesis parecidas habían circulado con insistencia antes y durante el Concilio. «También el otro gran teólogo dominico Yves Congar», recuerda hoy Cottier, «estaba convencido de que entraba en la tradición promulgar un nuevo Símbolo de fe después de haber celebrado un Concilio ecuménico. En junio de 1964, ante su insistencia, el Papa le había pedido al mismo Congar que preparase un texto. Pero el resultado no le convenció. Pablo VI, aunque apreciaba el «tono bíblico» del borrador de Congar, de hecho abandonó el proyecto».

Cuando le comunica a Journet su idea de una nueva professio fidei, Maritain no le pide a su amigo que transmita en su nombre la sugerencia al Obispo de Roma. Habla de sí mismo como de un «viejo loco»: «Yo», escribe en su carta del 14 de enero de 1967, «no soy uno de esos laicos ilustrados que se permiten dar consejos al Papa». Es Journet el que toma la iniciativa: fotocopia para Pablo VI las partes de la carta donde el amigo filósofo expone sus ideas, y se la entrega al Papa durante la audiencia del 18 de enero. En esta ocasión, Pablo VI le pide a Journet una opinión sobre la situación de la Iglesia. «Trágica», responde el cardenal suizo. Sólo entonces el papa Montini le confiesa a su amigo teólogo el proyecto de convocar el Año de la fe, que se dará a conocer públicamente un mes después, con la publicación de la exhortación Petrum et Paulum. El 24 de febrero, comentando el primer anuncio del Año de la fe hecho por Pablo VI, Maritain escribe en su diario: «¿Es quizá la preparación para una profesión de fe que él mismo proclamará?».

Señala el cardenal Cottier: «Pablo VI, en ese momento, no pensaba todavía en ninguna profesión de fe. Maritain, por su parte, no supo nada de la intención del Papa de proclamar un Año de la fe hasta que fue proclamado oficialmente. Pero las dos iniciativas van al encuentro, por decir así, la una de la otra, impulsadas por la misma percepción de la crisis que vive la Iglesia».

Ese mismo año se reúne en Roma del 29 de septiembre al 29 de octubre el primer Sínodo de los Obispos. El informe final de la Comisión doctrinal, interrogándose sobre los problemas que ponen obstáculos al cuerpo eclesial después del Concilio, propone que se someta al Papa también el votum relativo a la redacción de una declaración sobre las cuestiones de la fe. El arzobispo de Quito, Pablo Muñoz Vega, en una conferencia de prensa alude a la posible elaboración de un Símbolo de fe y a la redacción de un Catecismo universal que algunos padres sinodales habían propuesto. El obispo de Pittsburgh, John Wright, que en 1969 fue nombrado prefecto de la Congregación para el Clero y cardenal, puntualiza que no se ve entre los obispos «ningún entusiasmo por las soluciones negativas de la crisis como sería publicar simples listas o Syllabi de errores», sino que al contrario se mira con interés «a una «regla de la fe« que se podría definir como una norma popular», gracias a la cual el pueblo cristiano pueda distinguir con claridad lo que pertenece a la fe católica «y, por otra parte, lo que es especulación teológica o incluso simple opinión privada». El mismo Pablo VI, en su discurso de apertura del Sínodo, denunció las tentativas de «someter a revisión el patrimonio doctrinal de la Iglesia con el fin de ofrecer al cristianismo nuevas dimensiones ideológicas».

«También había influido en este clima», recuerda hoy el padre Cottier, «el caso del Catecismo holandés, que fue presentado por el cardenal Alfrink en octubre de 1966. El cardenal Journet formaba parte de la comisión cardenalicia nombrada por el Papa para examinar este controvertido compendio aprobado por los obispos holandeses. En su relación final, Journet hablaba de dicho Catecismo como de un «todo orgánico», un instrumento usado para «sustituir, dentro de la misma Iglesia, un ortodoxia con otra, una 'ortodoxia moderna' en lugar de la ortodoxia tradicional».

Journet vuelve a Roma para participar en las reuniones de la comisión de examen sobre el Catecismo holandés. El 14 de diciembre de 1967, Pablo VI recibe de nuevo al cardenal suizo, que aprovecha la ocasión para renovar la sugerencia que había hecho Maritain a principios del año. Refiere el cardenal Cottier: «Journet le preguntó a Pablo VI si cuando terminase el Año de la fe tenía pensado publicar algún gran documento, para orientar a los que querían seguir en la Iglesia. El Papa le respondió que alguien ya había sugerido algo parecido al final del Concilio, y recordó expresamente el proyecto —descartado— de Congar. Luego, le hizo a Journet una petición sorprendente y ardua. Le dijo al cardenal: «Prepáreme usted un esquema de lo que piensa que se ha de hacer».

Frente a la petición del Papa, Journet involucró enseguida a Maritain apenas regresó a Friburgo. En la carta del 17 de diciembre le escribe al amigo filósofo: «Pues bien, Jacques, ¿cómo era posible no pensar en pedir inmediatamente su ayuda? Lo difícil de resolver es la cuestión de encontrar el tono, así como lo que hay que decir. Se dice que lo que no sirve es un nuevo Syllabus. [...] ¿Podría pensar usted un poco en estas cosas, y decirme lo que le parece apropiado para iluminar las almas? Cuanto más exacto sea, más me será de ayuda». Cuenta el cardenal Cottier: «A principios de enero, durante un periodo que pasó en París, Maritain escribe un proyecto de professio fidei. Lo acaba el 11 de enero, y el día 20 envía el texto a Journet. Escribe en la carta de acompañamiento: «Me ha alegrado mucho hacerlo: ansioso, al mismo tiempo, por lo que usted pensará; y mortificado y confundido, porque para redactar estas páginas he tenido que poner por unos instantes, con la imaginación, a un pobre diablo como yo en el lugar del Santo Padre. No hay situación más idiota». Luego añade: «Charles, haga de ello lo que quiera, tírelo al fuego si desea. Yo estoy en uno estado más miserable que nunca; y aún así, el documento que el Papa le ha pedido que preparase me parece cada vez más de capital importancia».

Journet, en su carta de respuesta, se declara «asombrado de gratitud» tras la lectura de las páginas de Maritain. Al día siguiente le envía el texto, tal y como lo ha recibido, a Pablo VI: «La cuestión», escribe Journet al Papa para justificar la participación del filósofo, su amigo común, «es tan difícil, visto el estado actual de los espíritus, que he pensado en hablar de ello con Jacques Maritain, que desde hace tiempo reza en esta dirección y cuya experiencia del mundo es grande. Acabo de recibir su respuesta que le envío tal y como la he recibido». Adjunta al envío dos fragmentos de la carta que había recibido de Maritain el 20 de enero. En uno de estos, Maritain sugiere de enraizar la nueva profesión de fe «en los Credos antiguos, pero con un estilo más sencillo».

Las cartas indican claramente que el texto elaborado por Maritain quería ser sólo un borrador experimental que fuera de ayuda al amigo Journet. Es Journet quien, con una iniciativa no concordada, «remite» el texto sine glossa a Pablo VI. No lo hace para «promover» ante el Papa a su amigo Maritain, sino porque el texto preparado por Maritain le parece de verdad la respuesta exhaustiva a las expectativas del momento. «El milagro», escribe Journet a Maritain el 24 de enero, «es que han sido tocados y puestos de nuevo en luz todos los puntos difíciles». Añade el cardenal Cottier: «Cuáles era los datos esenciales de la fe que había que confesar frente a la confusión teológica de la época, lo había puesto en claro el propio Journet en el informe que había enviado a Roma el 27 de septiembre de 1967, en el que enumeraba los puntos en los que según él el Catecismo holandés se había alejado de la doctrina de la Iglesia: «El pecado original, el sentido de la Redención, la naturaleza del sacrificio de la misa, la presencia corporal di Cristo en la Eucaristía, la creación ex nihilo del mundo y de todas las almas humanas, el primado de Pedro [...]. La doctrina del bautismo y de los sacramentos de la Nueva Ley [...]; el papel de la Virgen María, su maternidad virginal [...], su sabiduría de las cosas divinas, su Inmaculada Concepción y su Asunción».

Una simple confessio

En la introducción al texto que había preparado por encargo de Journet, Maritain añadió algunas sugerencias de método. Según él era oportuno que el Papa usara un procedimiento nuevo, confesando su profesión de fe como un puro y simple testimonio: «El testimonio de nuestra fe, esto es lo que nosotros queremos llevar ante Dios y ante los hombres». Según Maritain, la pura y simple confessio fidei ayudaría mejor a la multitud de las almas atormentadas, sin tener que presentar la profesión de fe como mero acto de autoridad: «Si el Papa pensara en prescribir o imponer su profesión de fe en nombre de su magisterio, tendría que decir toda la verdad, levantando tempestades, o tendría que proceder con cautela, evitando tratar los puntos más peligrosamente amenazados, y esto sería lo peor de todo». Lo más eficaz y necesario era confesar con claridad y fuerza la integridad de la fe de la Iglesia, sin anatematizar a nadie.

La primera respuesta de Roma llega el 6 de abril siguiente, mediante una carta enviada a Journet por el dominico Benoît Duroux, entonces colaborador del secretario del ex Santo Oficio Paul Philippe. Duroux, en nombre también del obispo Philippe, elogia el borrador de Maritain, «admirablemente concebido». Añade algunas puntualizaciones —que Journet interpreta como procedentes del propio Pablo VI— sobre el modo de presentar al mundo la professio fidei. Según el dominico de Curia hay que evitar que los partidos eclesiásticos en lucha la simplifiquen como si fuera una especie de profesión de fe personal de Giovanni Battista Montini, lo que la convertiría en algo completamente ineficaz. Es necesario que sea proclamada «evitando cualquier alusión a la forma del anatema, pero en nombre del que ocupa actualmente la sede del apóstol Pedro. De modo que queden excluidas todas las ambigüedades». Según Duroux habría que añadir también la puntualización de que cuando la Iglesia se ocupa de cuestiones temporales no tiene por objetivo instaurar un paraíso en la tierra, sino simplemente hacer que sea menos inhumana la condición presente de los hombres. Introducir este punto serviría para despejar el terreno de interpretaciones ambiguas respecto a las posturas asumidas por amplios sectores eclesiales, sobre todo en América Latina, frente a las injusticias políticas y sociales.

En el sucesivo intercambio de correspondencia con Journet, Maritain confirma que está totalmente de acuerdo con las consideraciones procedentes de Roma. Respecto al juicio y a la acción de la Iglesia en los asuntos temporales, sugiere que en el nuevo Credo se cite la encíclica Populorum progressio. Un consejo que será desatendido, pero que evidencia que en la idea de su principal autor, el Credo del pueblo de Dios estaba en plena continuidad armónica con la encíclica de 1967, que tantas críticas había levantado por su juicio realista sobre las cosas del mundo.

El Jueves Santo de 1968, Journet y Maritain responden a Duroux manifestando su acuerdo total con las puntualizaciones que ha enviado Roma sobre la modalidad y el tono que se ha de usar en una eventual profesión de fe de Pablo VI. Montini, por su parte, responde con un billete de agradecimiento enviado a Journet. Luego, Roma calla.

Una «aventura extraordinaria»

El 30 de junio, Pablo VI proclama en San Pedro el Credo del pueblo de Dios. Sólo el 2 de julio, leyendo el periódico como cualquier otro cristiano, Maritain ve en las síntesis publicadas amplios extractos del texto que le había enviado a Journet a principios de año.

El Credo del pueblo de Dios coincide sustancialmente con el borrador preparado por Maritain (véase el recuadro de la pág. 53). El estudioso benedictino Michel Cagin, que va a publicar la sinopsis de los textos, confirma en una nota adicional preparada para el VI volumen de la Correspondance que la professio fidei firmada por el Papa retoma «su concepción de fondo —integrando la trama del Símbolo de Nicea-Constantinopla con los posteriores desarrollos homogéneos del dogma—, y su misma formulación, ya sea literalmente, ya sea condensándola un poco, omitiendo algunas ampliaciones, algunas explicaciones, para darle al texto el estilo conciso de un Símbolo». Entonces, ¿se trata del Credo de Pablo VI o del Credo de Maritain?

El padre Cottier no tiene ninguna duda. Todo intento de desacreditar la professio fidei de Pablo VI como ejercitación de un viejo filósofo amigo del Papa está fuera de lugar: «El papa Montini había descartado antes otros proyectos, como el que había preparado Congar. El texto que tiene delante, en las intenciones del autor, no estaba dirigido a él, sino al cardenal Journet. Simplemente, el papa Montini reconoció en los contenidos y en la formulación de ese borrador lo que era su cometido confesar como pastor, en nombre de todos los sacerdotes y de todos los fieles. En la redacción de su texto, Maritain había seguido casi instintivamente el sensus fidei, el mismo que se manifestaba de modo concorde en las peticiones formuladas por el Sínodo de los obispos y que había inspirado a Pablo VI a la hora de proclamar el Año de la fe. Con esa libertad que acompaña siempre los asuntos de la Iglesia, cuando la guía el Señor. Al Sucesor de Pedro no le quedaba más que reconocer y autenticar esas fórmulas, que respetaban simplemente la enseñanza recibida de Cristo, que atrae los corazones con su gracia».

Tras leer los periódicos del 2 de julio, el viejo filósofo escribió en su cuaderno con palabras desgarradoras su emoción, atribuyéndolo todo a la ayuda celestial de su esposa: «Estoy confuso. Atormentado por el hecho de haber sido reclutado en un misterio que me supera tanto. Por suerte ha sido Raïssa la que ha guiado todo, la que ha hecho todo, después del inicio de esta aventura extraordinaria».

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