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El hecho cultural diferencial católico

El paso del tiempo envejece al hombre y le permite reflexionar sobre su propio devenir histórico para analizar los acontecimientos que afectan positiva o negativamente a su propia realidad en todas las facetas de la vida, por tanto también en la cultura religiosa puesto que ya Platón descubrió que el hombre es animal religioso. Los conocimientos culturales históricos, asumidos, que han incidido en la formación de las personas y, por tanto, de la sociedad, vienen demostrando que la identidad de un Pueblo o de un grupo humano e incluso de una familia doméstica, queda siempre salvaguardada, máxime en los momentos de cambio político, con la transmisión y vivencia del patrimonio integral de la llamada cultura popular, de padres a hijos. Esta identidad salva a los pueblos y éstos salvan su propia identidad. En el amanecer del tercer milenio cristiano que nace impregnado del mismo hecho religioso, cultura y catolicismo, compañeros de largo recorrido, que han marcado cultural, política y jurídicamente continentes enteros, parece necesario hacer unas pausas reflexivas y una objetiva valoración de todo lo bueno, bello y auténtico que se pueda incorporar a los usos y costumbres que animan la vida de las personas y de los pueblos en democracia. Si los hechos culturales, adquiridos por una civilización, se han salvado de la erosión y corrupción históricas, conviene que hoy los responsables de la vida política y cultural acierten a canalizar todos los cambios estructurales sin menospreciar a fin de que se conserve todo el patrimonio válido de ayer y hoy y para ello se diseñen formas, lenguajes y motivaciones positivas para transmitirlo a las nuevas generaciones.

¿Podríamos hoy más de quinientos millones de seres humanos entendernos en lengua castellana desconociendo sus raíces griegas y latinas? Recordemos que primero fue el griego y luego el castellano. ¿Admiraríamos las valiosas obras de arquitectura y escultura sin el estudio previo del arte greco-romano? ¿Entenderíamos objetivamente la historia de España sin el hecho religioso que está como fiel notario marcado en el arte, las letras, la música, las glorias y conquistas de nuestros antepasados, en valles, montañas y llanuras de las plurales tierras de España? ¿Tendríamos una explicación convincente, sin la referencia religiosa, para explicar el fenómeno de una pacífica convivencia entre ciudadasnos adheridos a una moral católica que exige la caridad fraterna, el auxilio mutuo, la buena vecindad, la hospitalidad y el perdón al enemigo, entre otros valores morales que engrandecen la historia de los pueblos?

Es saludable recordar aquí que cuando en el ejercicio del legítimo gobierno de los pueblos y de las comunidades humanas, determinadas autoridades, sean las que fueren, quebrantan la legalidad de los derechos humanos y cometen abuso de poder por exceso o por defecto, incluso cuando ciudadanos con nombre y apellidos violan aquéllos, no por ello quedan jurídicamente anulados ni devaluados tales derechos. En este sentido y haciendo flacos servicios a la religión católica ad intra y ad extra se han escrito páginas tristes en la historia. Estas heridas han ocasionado grandes e irreparables daños a determinadas familias humanas y cómo no a la propia credibilidad de la Iglesia que debe esforzarse en hacer bien los deberes para servir a los pueblos y a los ciudadanos como lo haría Jesús de Nazaret.

Hecha esta reflexión, hay que afirmar que la actual situación de intercambios industriales, culturales, deportivos, económicos, políticos, de seguridad, etcétera, demanda una fuerte carga humanística contenida en el Evangelio para no convertir la bola del mundo, con sus habitantes dentro, en una eterna y peligrosa ruleta del poder monetario, sino en una globalización solidaria y universalmente razonable donde la convivencia sea respetuosa, pacífica y la cooperación internacional, basada en la justicia, sea una virtud posible para todos y que la libertad y la paz pasen de utopías deseable a realidades tangibles. El hecho cultural católico vivido con perfil evangélico, tolerante, dinámico, personal y comunitario, nunca fundamentalista ni excluyente, a nadie inteligente se le oculta que es positivo para la convivencia doméstica, nacional o internacional de los pueblos por generar cultura, progreso, humanismo y sostener el trabajo diario de los ciudadanos en su espacio natural. No parece que la historia pasada, abundante en disputas, intolerancias y guerras, sea fuente de conocimiento y aprendizaje de cara al presente con proyección de futuro. Todo hombre es por naturaleza ofensivo o defensivo, pues viene dañada su estructura corpórea desde los órigenes, máxime, cuando la cultura intelectual y los sentimientos religiosos con carácter elástico se ignoran. Esta realidad no se debe olvidar nunca. Ya aunque sólo fuese por amansar al viejo homínido habría que favorecer la sana cultura religiosa contenida en el Evangelio de Jesucristo y evitar así la tendencia a la búsqueda de los mistérico en el mundo trágico de las sectas.

Un pueblo necesita las celebraciones para no perder su identidad ya que configuran su modus vivendi animado por la cultura integral. Las expresiones lúdicas, culturales, laborales, religiosas —festivas o funerarias — , permiten reunir a los vecinos de un grupo humano para poner en común los rasgos de identidad compartida. Hay que reconocer que el hecho religioso católico ha creado cultura y no a la inversa. En el actual devenir histórico, por ejemplo, en el camino cultural internacional de Santiago hay que aceptar pacíficamente que primero fue el peregrino cristiano y luego el camino, y no a la inversa. Por ello hay que convenir en que dejar de celebrar pública, pacífica e ininterrumpidamente la fe de nuestros padres es correr el riesgo de perder la memoria histórica y con ella la identidad de nuestro Pueblo. No celebrar la fe cristiana como patrimonio cultural, espiritual y moral en nuestras aldeas, pueblos, barrios e instituciones, etcétera, con escrupuloso respeto al principio de libertad religiosa, es perder la memoria y la historia de los pueblos de España y en consecuencia su identidad. No celebrar las fe, es darle un golpe mortal a la misma fe y lo que es peor a la formación humanística de nuestros jóvenes.

Habría que preguntarse política, sociológica y culturalmente si el hecho de que determinados grupos minoritarios que hoy son más introspectivos e incluso menos solidarios y más agresivos, no se debe a las carencias religiosas y al bajón moral del hecho católico que interpela siempre a la caridad, la justicia y la práctica del decálogo moral de los Mandamientos del Señor. El hecho religioso en España ha pasado de ser un derecho reconocido constitucional, personal y público, como debe ser entendida la formación integral regulada por la Constitución española del 78 y desarrollado por Ley Orgánica de Libertad Religiosa de 1980 y recogido por el título VII, referido a las Relaciones paternos filiales del vigente Código Civil español, a ser marginado, indiferente y relegado a la clandestinidad, porque el hombre se ha cerrado al misterio de Dios y de sí mismo olvidando su propia estructura humana y religiosa. En este sentido hay que reconocer que la secularización pretende terminar con lo sagrado. Hay personas que expresan la fe como circunstanciales temporeros sin que su yo quede afectado por la vivencia personal del hecho religioso. Con frecuencia dejan de lado su moral religiosa para alcanzar una mayor eficacia en sus aspiraciones temporales. Si la experiencia de la fe-vida no lleva a la persona a una madurez de moral católica responsable, comprometida y mediadora con el prójimo se da pie para dudar de tal creencia católica. Es más, quienes así se comportan ponen de manifiesto la violación de un derecho constitucional vigente del que son titulares los ciudadanos y en el caso de ser creyente implica la negación pública de su carencia de testimonio relevante; por tanto se coopera con la implantación en la pérdida de identidad de los Pueblos e Instituciones, adquirida por tradición pública.

Habría que exigir a las autoridades públicas, a los propios padres y educadores que los ciudadanos estén bajo protección jurídica y se les garantice la enseñanza religiosa mientras dure su formación como cultural fundamental.

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