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Bucky, suicidio y eutanasia

Un conocido semanal publicaba recientemente el resumen de una historia entre apasionante y asombrosa. Trataba algunos rasgos de la vida de Buckminster Fuller, conocido como Bucky. Fue un genio en temas científicos, matemáticos, arquitectónicos, en inventos diversos, y en variopintas y más o menos acertadas ideas. Como todos los de su talante, las ideas insignes andaban entre lo pintoresco, lo atinado y el disparate. Asegura el semanal que el movimiento contracultural de los sesenta y setenta lo convirtió en ídolo de rebeldes. Los jóvenes hippies de USA hicieron de Bucky un icono. Como suele suceder a las personas excéntricas y geniales, no le fue bien con la familia ni con los negocios, tanto que, según cuenta en sus memorias, pensó suicidarse, pero acabó diciéndose a sí mismo: «No tienes derecho a quitarte de en medio, no eres el dueño de ti mismo, perteneces al universo».

Bucky no era creyente, pero se ve formando parte de un conjunto del que no es independiente, ni dueño absoluto de su vida. No sé si estaría por medio la soberbia del genio que se cree imprescindible, pero no lo parece por el tenor de sus palabras: no eres dueño de ti mismo, perteneces al universo. Pues bien, en este país parece que remamos en dirección contraria, cuando el gobierno pretende dar vida a una ley para la muerte: por suicidio o por eutanasia, que viene a ser lo mismo, sólo que con ayuda legal. El ministro de Sanidad, hablando de suicidio y eutanasia, ha declarado: «tu cuerpo es tuyo». Parece un salto al vacío desde la biología a un desiderátum que es más o menos filosofía. El cuerpo de cada uno marca una línea divisoria, nos encierra en unos límites, pero también —escribió Ratzinger hace años— la corporeidad incluye necesariamente la historia y la comunidad, la corporeidad indica procedencia de otro y marca al hombre profundamente por la pertenencia a toda la humanidad. Ya ven, algo parecido a lo que expresó Bucky.

En cambio, la ética hace aguas por todas partes en esta España de muertos que nos acosa. Embriones humanos muertos, niños muertos en el seno de sus madres, tantas veces víctimas del engaño, y ancianos muertos antes de que su naturaleza concluya la carrera. Todos con un factor común: la disposición del propio cuerpo o del ajeno, que es algo al parecer muy moderno, algo de lo que Bucky no se enteró, a pesar de ser un genio, porque no se consideró dueño de sí mismo. Ya remamos mar adentro con la peliculita que nos preparaba para estos eventos, con aquel estreno de gala lleno de autoridades. Parece que disponer del propio cuerpo —que es más que cuerpo— es algo muy «progre», y disponer del ajeno, el que está en las entrañas de su madre, tampoco ofrece problemas: mi cuerpo es mío, claman desde hace años, como si el fruto de la unión sexual no fuera otra vida distinta de la que posee la madre. Se olvida la ciencia, tan recurrida, sin embargo, para investigar con embriones humanos, con el señuelo de curar vidas, cuando es bien sabido que hasta ahora no se ha curado ninguna.

Hace muchos años, se decía que matar no es progresista y, a medida que avanza la humanidad, lo es mucho menos, por más que se añadan cebos como lo de la muerte digna, el drama de la embarazada y el hijo no deseado, o tantas otras frases hechas que no son argumentos, sino trampas. También lo es hablar de respeto a la Iglesia Católica, con el deseo de que aparezca como única opositora a estos «avances». Bien saben los promotores de la idea —ya practicada desde que el hombre es hombre— que hay muchos increyentes no partidarios de esas muertes y que existe una verdadera demanda social para que no se lleven a cabo. Hablo en nombre de la ética natural, del «no matarás», que también existe desde que hay humanidad. Tampoco es ético apelar a la mayoría de los votos porque no responde a la verdad, puesto que el partido que gobierna obtuvo su mayoría limpiamente, pero sin nueva ley del aborto, ni del suicidio, ni de la eutanasia en su programa; es más, afirmando expresamente que no era el momento. No pueden confundir lo decidido por la militancia con lo votado por los electores. Y también es un tema de ética considerar que sería lamentable usar la muerte como moneda de cambio con la economía, es decir como alboroto para que no se hable de lo que la sociedad necesita en estos momentos.

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