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Evolución y creación, nuevo diálogo entre ciencia y fe

El 31 de octubre de 2008, la Pontificia Academia de las Ciencias inauguró, con la sesión plenaria, la reflexión sobre el tema «acercamientos científicos sobre la evolución del universo y de la vida». Coincidencia o no, esta iniciativa se inserta durante la conmemoración del décimo aniversario de la encíclica Fides et Ratio y del 150 aniversario de la obra más famosa de Charles Darwin, «El origen de las especies».

La teoría de la evolución del mundo y de la vida humana son algunos de los temas más candentes del debate entre científicos, filósofos y teólogos actuales. Ante el debate sobre la evolución humana y la creación se pueden encontrar a grandes rasgos las siguientes posturas:

1. Una primera posición es aquella de los llamados «creacionistas». Ésta se ha desarrollado principalmente entre núcleos protestantes en el ámbito americano. Habiendo bebido de la influencia de la interpretación protestante de la Biblia, principalmente de Lutero y Calvino, estos grupos ven una confrontación clara entre las teorías de la evolución y la doctrina bíblica de la creación, interpretando textualmente los pasajes de la Biblia donde se habla de ésta última. Lo más grave del problema radica en que buscan afirmar científicamente un dato que procede de la Revelación como lo es el dato de la creación.

Ante esta perspectiva conviene recordar las palabras que escribía Galileo en una carta al benedictino Benedetto Castelli. En ellas encontramos tres ideas fundamentales que pueden iluminar la reflexión sobre la postura «creacionista».

La primera es que Dios no puede contradecirse y que tanto los libros de la Sagrada Escritura, como el «libro de la naturaleza», proceden de una única fuente que es el Espíritu Santo.

La segunda es que la Sagrada Escritura no miente, pero que se pueden dar falsas interpretaciones de la misma.

La tercera es que la Biblia contiene todo aquello que es necesario para la salvación y no una explicación sobre la naturaleza. Por lo tanto, el acercamiento del así llamado «creacionismo» no logra conjugar bien el binomio de la fe y la razón, pues busca interpretar la Escritura con parámetros científicos.

Una segunda posición es aquella de los evolucionistas materialistas y ateos. Para éstos, la teoría de la evolución es una certeza. Se jactan de la frase que Laplace dijo a Napoleón, cuando éste último le preguntó ¿cuál era el puesto que ocupaba Dios en su sistema?: «no tenía necesidad de esa hipótesis». Por desgracia, este acercamiento al problema está difundido en algunos sectores científicos y no en pocas ocasiones bajo el influjo de alguna ideología o interés económico o político. La posición evolucionista materialista se presenta como un nuevo dogma, según el cual no existe nada fuera de la materia y todo se explica a partir de ella.

Esta visión se presenta como muy reductiva de la realidad del hombre. El hombre no se limita a un cuerpo sino que tiene también un alma. Es un animal racional. Las facultades de la inteligencia y voluntad del hombre no se pueden explicar a partir de la materia. El hombre, a diferencia de los demás animales, puede trascender las cosas materiales. Es capaz de tener proyectos, de preguntarse sobre el sentido de su vida y de ir más allá de lo terrenal. Es un ser que busca la verdad y esto es manifestación de que existe otra dimensión que va más allá de la materia.

La distinción entre un simple ser viviente y un ser espiritual, que es capax Dei, permite al hombre no quedarse sólo en estudiar los fenómenos medibles sino llegar a discernir la lógica interna visible del cosmos creada por Dios (cf. Benedicto XVI, Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias, Roma 31-10-2008).

Por último, encontramos las posturas que promueven el diálogo entre la fe y la razón, entre el dogma y los descubrimientos científicos. En esta perspectiva se encuentran los esfuerzos que hace la Pontificia Academia de las Ciencias. La Iglesia Católica no tiene el menor miedo a la fuerza que tiene la razón y la ciencia, cuando éstas respetan los límites que les corresponden. La fe y la razón son, como dice la encíclica Fides et Ratio, «las dos alas del conocimiento humano». Hace falta un diálogo maduro entre las dos esferas pues en realidad no están en contradicción.

Dentro de esta postura de diálogo queda abierto el debate sobre la cuestión de las teorías evolutivas del hombre que respetan al mismo tiempo la intervención de Dios en la creación. Entre ellas se debate la posición de una creatio continua o una evolución de la creación. En estas se podría encontrar al hombre como el culmen de una evolución y como creatura privilegiada de Dios. A este respecto comentaba el Papa en el discurso citado, que toda alma espiritual es creada directamente por Dios, no es producida por los padres y es inmortal.

Por otra parte también se encuentran algunas investigaciones científicas que parecen ver en el hombre a la creatura menos evolucionada de todas. La así llamada «neotenia» resalta el hecho que el hombre presenta menos desarrollados sus instintos que en los demás animales. El bipedismo, o la carencia del desarrollo de los sentidos, como la vista o el oído, con respecto a otros animales, representan aspectos que muestran al hombre como un ser menos evolucionado con respecto a otros animales y que a su vez estas carencias hacen ver la necesidad de la dimensión espiritual en el hombre, sin la cual probablemente hubiera desaparecido su especie hace mucho tiempo.

Este tema, que la Pontificia Academia de las Ciencias propone para el estudio y el debate, muestra cómo la Iglesia Católica vuelve, una vez más, a relanzar el diálogo entre la ciencia y la teología. Al mismo tiempo que se convierte en un reto para encontrar el punto en el cual la fe y la razón colaboren como los dos pilares mediante los cuales el hombre pueda acercarse más al misterio del origen del hombre y de la vida.

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