¿Bautizar los descubrimientos científicos?
Del 6 al 8 de noviembre de 2008 se reunió un grupo de médicos y expertos convocados por la Academia Pontificia para la Vida en colaboración con la Federación Internacional de las Asociaciones Médicas Católicas y el Centro Nacional Italiano de Trasplantes. El tema analizado fue: «Un don para la vida. Consideraciones sobre la donación de órganos».
Al final del congreso el Papa Benedicto XVI calificó el trasplante de órganos vitales (ex cadavere, del cadáver) como un «acto de amor» y pidió a los participantes que sobre el tema de la certificación de la muerte "los resultados alcanzados reciban el consenso de toda la comunidad científica para favorecer la búsqueda de soluciones que den certeza a todos".
La ciencia, constató el Papa, ha hecho grandes progresos para confirmar la muerte del paciente; sin embargo, el Pontífice no entró en el debate sobre cuál es el criterio que se debe adoptar para ello: la muerte cerebral, la respiración, la circulación, la actividad del sistema nervioso o la actividad cardíaca. Al terminar invitó a todos los participantes a «incrementar la búsqueda y la reflexión interdisciplinar de manera que se presente a la opinión pública la verdad más trasparente sobre las implicaciones antropológicas, sociales, éticas y jurídicas de la práctica del trasplante. Pues en un ámbito como éste, no se puede dar la mínima sospecha de arbitrio y, cuando no se haya alcanzado todavía la certeza, debe prevalecer el principio de precaución».
El problema de la donación de órganos y de la muerte de una persona son temas que atañen a juristas, científicos, filósofos y teólogos. Se intentará dar un poco de luz ante estas dos preguntas: ¿cuál es uno de los resultados en el que aún no se alcanza este consenso de toda la comunidad científica? ¿Es posible que una declaración científica sea la base para una norma moral, en este caso los trasplantes?
Consideraciones sobre la muerte humana desde el punto de vista científico
El misterio de la muerte humana es un problema que se puede afrontar desde varios puntos de vista: teológico, filosófico, antropológico o científico. Si bien es cierto que la muerte de una persona, sobre todo de un ser querido, no se puede reducir a un mero dato empírico, las siguientes reflexiones buscan analizar pruebas científicas que puedan constatar el hecho empírico de la muerte de un ser humano.
El punto sobre el cual existe un mayor consenso, aunque no total, es el que propone la muerte cerebral o encefálica como criterio válido para determinar que ya se ha producido la muerte humana. Este análisis científico ha quedado reflejado en un documento titulado «The Signs of Death» de la Pontificia Academia de las Ciencias. El trabajo llevado a cabo por un gran número de neurólogos, científicos y filósofos ofrece puntos muy interesantes para la reflexión.
Antes de los años 60, para cerciorarse de la muerte de una persona los médicos se fijaban en la pérdida el pulso, acercaban algún espejo a la boca para ver si había respiración, daban algunos golpes buscando reflejos, proyectaban luz en las pupilas o dejaban caer cera en los párpados para buscar alguna reacción. Después de los años 60, estos criterios parecían ya insuficientes y se empezó a considerar como un criterio alternativo la muerte cerebral.
¿Qué es la muerte cerebral?
La muerte cerebral no es un «estado de coma», ni un «estado vegetativo» ni un «estado mínimo de consciencia». Éstas son solo disfunciones cerebrales. La muerte cerebral es la cesación total e irreversible de todo el cerebro. El Papa Juan Pablo II, al referirse al criterio de muerte cerebral, decía: «el reciente criterio de certificación de la muerte, es decir, la cesación total e irreversible de toda actividad cerebral (en el cerebro, el cerebelo y el tronco encefálico), si se aplica escrupulosamente, no parece en conflicto con los elementos esenciales de una correcta concepción antropológica» (cf. Discurso del 29 de agosto de 2000 con ocasión del XVIII Congreso Internacional de la Sociedad de Trasplantes).
Es importante recalcar que el Papa Juan Pablo II decía «no parece en conflicto», no dice «no está en conflicto». No lo confirma como un hecho de certeza absoluta. De esta manera vemos que hay un punto de unión con lo expresado por el Papa Benedicto XVI cuando invitaba a buscar certezas para todos.
¿Por qué es tan importante esta cuestión?
En tiempos de Copérnico y Galileo decir que la Tierra no era el centro del universo era todo una revolución y por lo tanto difícil de comprender. Hoy si alguien dice que la tierra es el centro del sistema solar, se le verá como alguien raro. De la misma manera, pensar que hoy se han llevado a término casos excepcionales de embarazos en madres con muerte cerebral (es decir, muertas), con las que se ha logrado salvar al niño, no es fácil de entender. Los avances científicos han permitido, no sin dificultad y en casos excepcionales, que algunos órganos de la madre se puedan mantener con un respirador u otros medios durante cierto tiempo, como un vehículo técnico para poder terminar el embarazo.
Es muy importante para los doctores poder constatar con certeza el hecho de la muerte de la persona. Los avances de las ciencias médicas han hecho posible que se puedan trasplantar órganos vitales como el corazón, pero esto sólo se puede llevar a cabo justo después de la muerte.
Los neurólogos consideran la muerte cerebral como un criterio más seguro que el propuesto por los cardiólogos. «Cuando el cardiólogo declara la muerte como resultado de un paro cardíaco, el diagnóstico es menos cierto que en el caso de la muerte cerebral. Se han documentado numerosos casos de pacientes declarados muertos luego del fracaso de la resucitación cardíaca que luego resultaron estar vivos. Debe decirse que la definición tradicional de 'muerte' como la pérdida natural de la actividad cardíaca no es satisfactoria porque ahora es posible mantener el corazón latiendo y la circulación de sangre a un cerebro muerto por medios artificiales» (cf. The Signs of Death, The Proceedings of the Working Group of 11-12 September 2006, Scripta Varia 110, The Pontifical Academy of Sciences, Vatican City 2007, p. 44).
¿Cuáles son los problemas a los que se enfrenta esta posición?
Primero, el problema de los embriones humanos y las células estaminales. El embrión humano en su primera fase de desarrollo no tiene un cerebro y es una persona humana, así que la muerte cerebral no puede ser un criterio válido para determinar su muerte. A esta objeción los defensores del criterio de la muerte cerebral responden:
«Si se sostiene que en el embrión el cerebro no es el 'mediador' de la unidad integradora del organismo, es evidente que no se está usando el término 'organismo' correctamente. El embrión constituye la primera etapa del desarrollo de un organismo multicelular (se forma inmediatamente después de la fusión de los pronúcleos en el óvulo) pero no es un cuerpo orgánico propiamente dicho. Lo que se denomina concretamente cuerpo orgánico es aquel que posee diversidad de órganos. Este no es el caso del embrión, ya que aún no ha desarrollado un sistema de órganos. Por lo tanto, no puede existir mediación entre los órganos, ya sea entre el cerebro y el resto de los órganos o entre los diversos órganos, ya que estos aún no se han desarrollado y todavía se encuentran en potencia. Por consiguiente, desde el punto de vista de la integración existe una diferencia fundamental entre una situación de muerte cerebral y una situación de un embrión que aún no ha desarrollado sus órganos. Este hecho invalida el paralelo entre un embrión y un cuerpo con muerte cerebral» (cf. The Signs of Death..., p.49).
Una segunda problemática surge de parte de quienes intentan reducir al hombre a pura materia y quieren ver en estos estudios la confirmación de sus teorías. El razonamiento sería el siguiente. Si el cerebro es el que da una unidad integrativa a todo el cuerpo y el cerebro es material, por lo tanto ya no es necesario seguir pensando en el alma, en la espiritualidad humana. De frente a esta posición es necesario hacer una distinción entre la mente y el cerebro. El cerebro es el instrumento material por medio del cual el alma espiritual da la unidad al hombre. Un ejemplo que podría ayudar es el siguiente: Una ventana permite que entre la luz del sol a un cuarto oscuro, es un instrumento indispensable para que pueda penetrar la luz, sin embargo la ventana no es la luz. Así, análogamente, el cerebro, que es un instrumento material no puede identificarse con la mente que es espiritual. De esta manera lo explican los neurólogos del documento antes citado:
«Esto no significa que podría llegarse a la conclusión apresurada de que la neurociencia contemporánea ha demostrado categóricamente la verdad de un monismo materialista y ha rechazado la presencia de una realidad espiritual en el hombre. De acuerdo con el Concilio Vaticano Segundo y el Catecismo de la Iglesia Católica, 'la unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe considerar al alma como la «forma» del cuerpo; es decir, gracias al alma espiritual, la materia que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente' (n. 365). Por lo tanto, desde un punto de vista filosófico y teológico, el alma es lo que otorga la unidad y la cualidad esencial al cuerpo humano, reflejadas en la unidad de las actividades cognitivas (y tendenciales) y las actividades sensitivas y vegetativas que no sólo coexisten sino que pueden funcionar conjuntamente en la participación del sistema nervioso con los sentidos y el intelecto (y en la participación de las inclinaciones biológicas y sensitivas con la voluntad)» (cf. The Signs of Death..., p.50).
¿Es posible entonces que una declaración científica sea la base para una norma moral?
En primer lugar hay que decir que las certezas a las que puede llegar la ciencia no son absolutas. Sin embargo, no por ello hay que abandonar la investigación científica que contribuya a dar certezas empíricas. Por ello Benedicto XVI ha invitado a todos los científicos a seguir trabajando para «superar prejuicios y malentendidos, disipar desconfianzas y miedos para sustituirlos con certezas y garantías, permitiendo que crezca en todos una conciencia cada vez más difundida del gran don de la vida".
Por otra parte, aquello que ayudará a dar una base para una norma moral será el trabajo conjunto desde la contribución de los datos científicos y la reflexión filosófica sobre la dimensión espiritual del hombre, hasta la Revelación teológica y la Gracia de Dios. Por ello se puede decir que no se pueden «bautizar los descubrimientos científicos»: la Iglesia Católica nunca podrá aceptar con validez absoluta pruebas científicas empíricas que tienen un valor de certeza relativa en su ámbito de estudio. La contribución de la ciencia no es por ello menos importante, pues aporta datos que ayudan a abrir nuevos horizontes en la reflexión filosófica y teológica, sabiendo que se busca una misma verdad y que ésta procede de un mismo Dios.
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