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Seguramente los ángeles existen

La existencia de seres espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición.

Un matrimonio que había salido de viaje dejó encargada su casa a la hermana de uno de ellos, quien al salir del trabajo, se dirigía por la noche a supervisar la casa a su cuidado. Una de esas noches la esperaban, ocultos en la oscuridad, tres criminales que habían planeado entrar al momento en que ella abriera y forzarla a que les entregara las llaves de los automóviles y demás posesiones de valor. Luego quién sabe qué harían con ella. Cuando llegó, los delincuentes hicieron lo planeado, pero al momento del asalto surgió de la oscuridad un joven que la defendió con extraordinaria fuerza, desarmó a los asaltantes y buscó apoyo de la policía; luego tranquilizó a la muchacha, quien se esmeraba en agradecimientos mientras le preguntaba de dónde había salido tan oportunamente. El le respondió que vivía en la casa de enfrente, y luego se hundió en la noche mientras se retiraba.

Al día siguiente ella tocó a la puerta de la casa en busca de su salvador, para agradecerle su oportuna intervención, pero quien abrió le dijo que allí no vivía nadie más. Entonces se lanzó a buscarlo en las casas cercanas, pero resultó que nadie le conocía, no vivía en el vecindario y nadie le había visto jamás. El domingo fue a Misa para agradecer a Dios y escuchó, durante la proclamación del Evangelio de San Mateo, lo siguiente: «Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que empuñen espada, a espada perecerán. ¿O piensas que no puedo yo rogar a mi Padre, que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles?». Días después regresaron de su viaje los propietarios de la casa, quienes al saber lo ocurrido dijeron que nunca habían visto a ese vecino, que no conocían en el vecindario a ningún joven fuerte, de trato amable, de voz suave aunque profunda, de cabello largo y que vistiera una gabardina. Desde entonces ella está segura de que la salvó un ángel.

Hace como quince años, una tarde, cuando daba una conferencia en la universidad La Salle, que habían organizado los jóvenes de Pastoral Universitaria como parte de una Semana de celebraciones cuyo motivo no recuerdo, al final se acercó un joven y me entregó un papel con unas anotaciones hechas a mano. Lo vi y leí que tenía escritas unas letras seguidas de unos números que decían Jn 12, 14. Luego tenía un nombre y otros números. Le pregunté qué era eso y me dijo que era su nombre, su teléfono y una cita de la sagrada Escritura. Guardé el papelito en la bolsa de mi saco y al día siguiente busqué, por curiosidad, la cita en la Biblia. La abrí en el Evangelio según San Juan, en el capítulo 12 y leí que el versículo 14 dice textual: «Y Jesús, habiendo encontrado un burrito se sentó en él». En ese momento ocurrió, de manera vertiginosa, algo que comprendí, o supe, o entendí, no sé qué fue, pero me hizo saber que yo debía ser una especie de burrito que llevara a Jesús a cuantos lugares pudiese.

Fue muy rápido pero definitivo, tanto, que pronuncié una oración y dije algo así como: «Señor, estoy dispuesto a llevarte a donde digas, súbete a mi espalda, quiero ser, aunque sea, tu burrito, cuentas conmigo, quiero servirte». Luego reaccioné, vi el papel, el nombre escrito era Ángel; no lo podía creer, así que marque el número en el teléfono, pregunté por Ángel y me dijeron que allí no vivía. Volví a marcar y me dijeron que allí no era, que no molestara. Marqué otras veces para cerciorarme. Desde entonces soy el burrito del Señor e intento acercarlo y presentarlo a muchos. Pienso que envió a uno de sus mensajeros. Seguramente los ángeles existen.

En efecto, la existencia de los ángeles es dogma de fe y así lo establece el Catecismo de la Iglesia Católica, en su párrafo número 328: «La existencia de seres espirituales, no corporales, que la sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición».

Las narraciones angélicas se encuentran en prácticamente todas las religiones y no faltan en el cristianismo, el judaísmo, ni en el Islam.

En la angelología cristiana, en la obra Las jerarquías celestes el Pseudo Dionisio establece nueve coros angélicos: ángeles, arcángeles, principados, virtudes, potestades, dominaciones, tronos y querubines.

Un ángel liberó a Pedro de prisión cuando le despertó diciendo: Levántate pronto, y cayeron las cadenas de sus manos.

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