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La constitución actual y las anteriores
Se cumplen treinta años del texto constitucional aprobado por los españoles el 6 de diciembre de 1978, ha transcurrido tiempo suficiente para valorar sus aciertos y sus errores. Su mayor acierto fue redactar un texto con el acuerdo de la práctica totalidad de las fuerzas políticas. No se trató de la imposición de ningún bando, sino un consenso básico para garantizar una transición pacífica desde el sistema autoritario anterior a una democracia moderna.
El mayor error su titulo VIII que abrió un proceso autonómico que está cuestionando la existencia misma de España. Si los redactores creyeron que iban a resolver los problemas que venían planteando los nacionalismos vasco y catalán, pronto quedó demostrado que la autonomía en lugar de satisfacerlos estimuló al máximo su apetito insaciable de autogobierno y sus deseos de independencia.Además infectó a las demás regiones españolas del virus reivindicativo del autogobierno, cumpliéndose el deseo de Sabino Arana, con su última y extraña pirueta españolista, de extender el nacionalismo para que España reventara por todas las costuras.
La ampliación estatutaria impulsada imprudentemente por el mismo Gobierno está cuestionando la existencia misma de la nación española y la igualdad de los españoles. El Estado central está reduciéndose cada vez más, mientras que las Comunidades Autónomas amplían sin límites sus competencias.
Una reforma de la Constitución que ataje la deriva actual no parece factible. Los partidos políticos han encontrado en el sistema autonómico 17 parcelas donde disfrutar del poder.
Pero la Constitución de 1978 no es la primera. Desde el Estatuto de Bayona de 1808, que nunca fue aceptado por los españoles, se han promulgado otras siete. Cada una fue derogada para ser sustituida por otra con ocasión de golpes y pronunciamientos. En lugar de reformar se optó siempre por derribar para volver a empezar. La historia constitucional de doscientos años debía ser estudiada atentamente para evitar que la actual Constitución corra la misma suerte.
La mítica Constitución de 1812 fue anulada en 1814 con el regreso a España del desagradecido Fernando VII que volvió al régimen absolutista. Obligado por el pronunciamiento de Riego la juró falsamente en 1820 para volver a abolirla en 1823, con la ayuda de las tropas francesas del duque de Angulema y continuar como rey absoluto hasta su muerte en 1833.
La reina viuda, María Cristina, promulgó en 1834 un Estatuto Real que trató de contentar a todos pero no satisfizo a nadie. El motín de La Granja en 1836 la obligó a jurar la Constitución de 1812, pero en 1837 se aprueba una nueva Constitución. En 1840 una revuelta hace abdicar a la reina y el general Espartero se hace cargo de la regencia. En 1843 las Cortes declaran la mayoría de edad de Isabel II, Comienza la década moderada, en 1844 el Gobierno presenta una reforma de la Constitución de 1837 que da lugar a la Constitución de 1845 de carácter liberal. En 1854 un pronunciamiento progresista inicia un bienio en el que se produce la segunda ley desamortizadora y se redacta en 1856 una nueva Constitución que no llegó a promulgarse.
En 1857 se aprueba una Ley Constitucional de reforma que es derogada en 1864, manteniendo su vigencia de la Constitución de 1845. En 1868 el desprestigio de la Corona llevó a una proclamación revolucionaria, la reina tuvo que exiliarse. Se formó un gobierno provisional y se redactó una nueva Constitución, la de 1869, con un regente y se inicia la búsqueda de un nuevo rey para España. Fue elegido Amadeo de Saboya en 1873. Después de dos años de intentar gobernar abdicó, diciendo en su despedida que «todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la nación española, son españoles; todos invocan el dulce nombre de la Patria... Y entre el fragor del combate, entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos, entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible afirmar cuál es la verdadera y más imposible todavía hallar remedio para tamaños males.»
La abdicación de Amadeo da paso a la I República que redacta una nueva Constitución Federal que las Cortes proclamaron el 12 de febrero de 1873 pero que no llegó a promulgarse. Todo fracasa y cuatro Presidentes se suceden hasta enero de 1874 en que Pavía disuelve las Cortes.
Se proclama como rey al hijo de Isabel II, Alfonso XII, y se promulga una nueva Constitución, la de 1876, que se irá devaluando y estará vigente hasta el golpe militar de Primo de Rivera, aceptado por Alfonso XIII, como Dictadura. La dimisión del dictador en 1930 no significó una vuelta a la normalidad constitucional sino que dio paso a un periodo de agitaciones. Unas simples elecciones municipales forzaron la abdicación de Alfonso XIII y la proclamación de la II República que elaboró de inmediato una nueva Constitución.
La Constitución de 1931, después de cinco años agitados, terminó en 1936 con un alzamiento militar, el estallido de la guerra civil y la victoria de Franco en 1939. Sobre esta Constitución se sigue discutiendo con pasión.Con la muerte de Franco en 1975 se cierra un largo periodo durante el cual se promulgaron diversas leyes, que fueron denominadas como fundamentales, pero no se promulgó ninguna nueva Constitución, hasta que en 1978 se aprobó la vigente.
Esta rápida y sintética visión de nuestro pasado nos muestra nuestra histórica dificultad para conseguir una norma de convivencia perdurable. Nos pareció que la actual constitución, que nacía de un consenso y no de la imposición de un bando sobre otro, de un partido sobre otro, encauzaría definitivamente nuestro devenir como nación. Parece que no es así, se cuestiona la transición, se vuelve a hurgar en tiempos pasados, los españoles dejan de ser iguales, se debilitan los lazos comunes, cada Comunidad Autónoma quiere alcanzar el mayor poder posible. Es necesario reformarla antes de que se quede arrumbada esperando que ocurra algo, se promulgue otra nueva constitución y volvamos nuevamente a intentar organizar nuestra convivencia.
Del director
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