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La experiencia religiosa y la razón (II)

El mundo no puede entenderse por sí mismo, sino que alude a algo diverso, de lo cual recibe su pleno sentido. El mundo es un hecho parcial y exige al que lo percibe encontrar aquello sin lo cual no tiene sentido. La experiencia religiosa señala el camino según el cual hay que interpretarlo y buscarlo; es la fuerza de convicción de la trayectoria del pensamiento dirigida hacia Dios y adquiere un carácter apremiante en nuestra época actual.

Pero el hombre actual está disminuido en su capacidad de sentir las cosas. Es cierto que cada vez capta más objetos para elaborarlos, pero el modo como percibe todo esto disminuye en intensidad, se hace más tenue la realidad, se debilita su sensibilidad para percibir la fuerza del sentido de las estructuras del ser, y cuanto más interesado está, menos lo toma en serio y más rápido se olvida.

Hay una disminución en la percepción de los valores existenciales. Está debilitada la mirada para ver el carácter simbólico de las cosas; ha perdido la conexión con sus raíces sagradas. Todo esto es producto del cúmulo de impresiones que hacen más superficiales y fugaces su experiencia. La fuerza y la profundidad del sentir está en razón inversa a la multitud de cosas que se nos presentan y a la facilidad con que ocurre. La masa se hace cada día más importante y no es más que una multitud de individuos, cada vez más pobres de sentimientos y con menor contacto con las otras personas. Lo mismo sucede con la cultura de masas, que no brota de una participación interior de los individuos sino que es una máquina calculada puesta en marcha.

El adelgazamiento y enfriamiento de lo anímico y espiritual forma parte del presupuesto básico para que el hombre no pueda realizar algo profundo y serio. Para nuestra cuestión: ¿cómo, en este mundo, puede desarrollarse una viva relación con Dios? ¿Cómo puede formarse una auténtica convicción religiosa?

La revelación nos enseña que el hombre puede encontrar siempre y también hoy el camino a su salvación. Todo hombre lleva adentro aquello a lo que se refiere San Agustín cuando habla de la intranquilidad del corazón que lo llevará inexorablemente a Dios. También todo esto puede ser una excusa para justificar su huída, resistencia y rebelión de su corazón, que no es capaz de superar.

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