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La iniciativa del mal

Tomar la iniciativa, aunque parezca mentira, encierra grandes valores. La audacia de adelantarse a hechos o a personas implica una actitud de conquista de objetivos, asumiendo esfuerzos, responsabilidades e ideales. El asunto reside en «para qué» se toma la iniciativa.

La oportunidad, por ejemplo, de la que se apropia el mal para adelantarse a actuar, en general, es aquella en donde precisamente se sorprende a la víctima, cuando el damnificado no espera una agresión y permanece en una actitud confiada hacia los demás, tal vez incluso queriéndolos, estando llena de ilusiones para hacer cosas positivas, con actitud magnánima ante la vida.

Tal vez ésa situación, es en la que reside la verdadera perversidad del mal, esa premeditación crónica de dañar, muchas veces aún sin violencia, sin límites o sin conciencia. Precisamente porque lo que lo mueve es tal vez el egoísmo — principalmente - o la avaricia, o la ansiedad de poder.

¿No lo comprueba, por ejemplo, en las acciones terroristas, insensibles a la vida humana, con ideales pervertidos, destruyendo precisamente lo que quieren construir?

¿No lo percibe en las estafas, en los corruptos, en las leyes o jueces permisivos, que van destruyendo lentamente a las sociedades enteras, sin saber lo que es un límite para gozar de una libertad responsable?

¿No considera una tristeza inmensa esa actitud traicionera de una infidelidad, que hecha por tierra el abandono a amar y ser amado, el entregar todo por alguien, en construir una vida ilusionada con todos los sentimientos de plenitud que regala el amor, con esas miradas dolidas de ave atrapada e indefensa?

¿No lo comprueba en aquéllos, que después de llenarse la boca de acusaciones y de rasgarse las vestiduras por grandes guerras, no dudan en apoyar o incluso promover el que no se culpe masacrar bebes en el vientre mismo de sus propias madres?

¿Es que no lo ve en los programas de televisión, que no les importan los valores, tratando con desprecio a la familia, metiendo en la cabeza de los incautos conceptos bajos y mezquinos, influenciando con un sarcasmo increíble a chicos y grandes para que termine construido un futuro con tétricas aspiraciones, y además burlándose solapadamente de las personas que los miran y que les dan raiting?

La iniciativa del mal, indigna tanto, que motiva los resentimientos, las venganzas, la actitud desconfiada ante la vida, el descreimiento generalizado. Realmente destroza tanto, que genera a su vez una espiral de daños continuos y muchas veces, imparable. Tomar la iniciativa del mal, no se engañe, no tiene causas que la justifiquen. No nace tampoco de las injusticias, que siempre existieron, existen y existirán. Nace del corazón, de un alma podrida.

Pero no se equivoque. A la iniciativa del mal no se lo vence con otro mal. Se lo vence con la iniciativa del bien. Imperiosa y urgente iniciativa.

Es cierto que el contrarrestar el mal es una necesidad, digamos que de legítima defensa, pero no podemos quedarnos solo con una actitud de reacción defensiva.

Esencialmente, no se trata de dominar el mal después que ocurrió, o en proceso, sino de amar primero. Adelantarse.

No es lícito quedarse apoltronado en una comodidad mediocre, llorando por el mal sufrido y saboreando el gustito masoquista de ser víctima. Es imperiosamente necesario tomar precisamente, la iniciativa de hacer el bien.

Pensemos un momento: Todo lo que naturalmente censuramos sobre los hechos del mal, ¿analizamos alguna vez qué hicimos antes, para que no sucedieran? No le estoy hablando de todos los ejemplos mencionados, pensando ingenuamente que pudiéramos haberlos evitado a todos, sino de lo que hacemos en nuestra situación cotidiana, en nuestro entorno, para que no se repitan cosas similares, aunque más no sea con una simple opinión valientemente dicha en un contexto adverso. Así podremos colaborar para que tantos puedan lavarse las ideas en su cerebro, sumándonos muchos para la misma cruzada.

No podemos olvidar esa audacia de adelantarnos al mal, precisamente tomando la iniciativa, de asumir con premeditación crónica el mejorar lo óptimo, de toda la gente, y en todo el mundo. Esos son los esfuerzos, responsabilidades e ideales de una actitud magnánima ante la vida. Eso también nace del corazón, de un alma que brilla.

Pero no obstante, si el mal arrecia, yo les diría a aquéllas víctimas que no duden, que los que perpetran ese mal, los que son artífices de generar lágrimas. . . terminarán perdiendo. No hay que impacientarse. Hay Justicia Divina, aunque muchos no lo crean y que paga infinito por uno.

¡Hay premio! ¡Hay cielo!

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