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La infección marxista en la Iglesia

Una de las estrategias favoritas de los socialismos en sus diversas variantes es la infiltración en cualquier tipo de movimiento asociativo para manipularlo y utilizarlo a favor de sus propios intereses partidistas: lo mismo les da las asociaciones de vecinos que las de padres de alumnos. La Iglesia no iba a ser menos. Más aún si tenemos en cuenta que la Iglesia es el enemigo a batir por los marxistas de cualquier pelaje. Para un socialista nada se opone más a sus propósitos de transformación social que la Iglesia que lleva siglos empeñada en defender la dignidad y la libertad de las personas ante los ataques permanentes de quienes desde el fanatismo ideológico (véase el nazismo o el estalinismo) o religioso (el islámico, por ejemplo) tratan permanentemente de someter a los ciudadanos. El objetivo al final es el control social absoluto y la eliminación de cualquier alternativa democrática para perpetuarse en el poder y colocar a los suyos en el pesebre de un Estado que premia a los buenos (los de la ceja) y margina a los disidentes (los demás somos todos «fachas» o «tontos de los cojones» en palabras del alcalde de Getafe).

Así surge en el postconcilio la teología marxista. Para estos religiosos y seglares, Jesús es un personaje histórico más que nada tiene que ver con el Cristo de la fe. Este Jesús «rojo» — que se parecería más a la momia de Lenin o al dichoso Che Guevara — defiende a los pobres frente al opresor, encarnado por el imperialismo romano y por la jerarquía sacerdotal del judaísmo. Se trataría de un predicador de la liberación social, económica y política. Es un Jesús que nada tiene que ver con el presentado por la tradición eclesial que ha traicionado el auténtico mensaje revolucionario del Nazareno.

A partir de ahí, la interpretación de los evangelios se aparta del magisterio de la Iglesia de manera radical: la resurrección, en realidad, es un símbolo del recuerdo revolucionario que la muerte del Maestro suscita en sus seguidores: Jesús viviría, por tanto, en el recuerdo de sus discípulos del mismo modo que Pablo Iglesias en el corazón de los socialistas. La resurrección sería una interpretación de la comunidad primitiva y la Iglesia, un invento de Pablo de Tarso. Pero nada de hablar de un acontecimiento real: de eso nada. Lo mismo que los milagros no son sino formas literarias de hablar, cargadas de metáforas y símbolos, que nos hablan siempre de la liberación del oprimido, pero nunca de nada que tenga que ver con realidades sobrenaturales. Lo que importa es trasformar la realidad social: lo inmanente. Así la transcendencia y el misterio religioso se reduce a pura ideología política.

El pecado personal, para estos nuevos heterodoxos (por no llamarlos directamente herejes), ya no existe. Lo único importante es el pecado estructural. Es la sociedad capitalista y consumista la que causa la muerte de los pobres. Por lo tanto, lo que hay que transformar es la sociedad. Y ya estamos con la revolución en danza, con el fusil en la mano y con la dictadura comunista como meta. Recuerden, por ejemplo, a los curas guerrilleros en latinoamérica como aquellos que se metieron de cabeza en movimientos marxistas como el Sandinismo. Vean lo que le pasó a Ernesto Cardenal en Nicaragua: en pocos años ha pasado de ser ministro del gobierno revolucionario, a perseguido y encausado por su otrora camarada Daniel Ortega (político corrupto donde los haya y con acusaciones de pederastia sobre su cabeza). Mal negocio cuando se deja la cruz por el fusil. Por ese camino, se cambia la esperanza cristiana por la utopía socialista, la caridad fraterna y el servicio a los pobres por la lucha de clases y la oración, los sacramentos y la relación con Dios por el materialismo puro y duro.

Se pervierten y se desacralizan así los sacramentos de la Iglesia. El de la penitencia ya no sirve para que el pecador pida perdón a Dios por sus faltas y se convierte en una especie de catarsis colectiva en la que nos arrepentimos públicamente de nuestro aburguesamiento y nuestra falta de compromiso en la lucha por el cambio social. Y la eucaristía deja ser el sacramento de nuestra fe: se deja a un lado el misterio de la presencia real de Cristo en el pan y el vino, para convertirla en la fiesta de la unidad del pueblo que comparte los frutos del trabajo humano, símbolo de esa nueva sociedad fraterna, alternativa y anticapitalista. El caso de la tristemente famosa «parroquia» de Entrevías resulta en esto paradigmática: ¿Qué más da el pan eucarístico que las rosquillas, el ramadán que la cuaresma?

El juego de las medias verdades da sus frutos y estos supuestos creyentes dan una y otra vez gato por liebre. Resultado: crisis de vocaciones, secularización, división y confusión en los fieles que ya no saben qué creer. ¿Por qué tantas órdenes religiosas están al borde de desaparición por falta de vocaciones? ¿Por qué no hay seminaristas? Pues porque cuando echo de la barca a Cristo Resucitado, a la mínima tempestad la lancha zozobra y los marineros se lanzan al agua; porque cuando el sarmiento se separa de la vid, ya no da fruto y no sirve para nada; porque cuando la sal se vuelve sosa, se puede tirar a la basura.

Cuando los curas o los religiosos o los seglares convierten la fe en ideología y los sacramentos en un circo; cuando se apartan de la comunión con la Iglesia, con el Papa y con los obispos, el resultado no puede ser más patético y desolador.

Hace unos días aparecía en Asturias el Foro Gaspar García Laviada, que por si no lo sabían, fue un cura guerrillero de origen asturiano que murió en Nicaragua en plena revolución sandinista fusil en mano. El nombre que han escogido ya lo dice todo: mal rollo. Lo siento por don Carlos Osoro.

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