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Sobre la Inquisición

Cada cierto tiempo, con una frecuencia aproximada de un año, alguien que sabe mi adhesión a la Iglesia católica me restriega por la cara el tema de la Inquisición. Y no se lo reprocho. Es algo que debe salir a la luz. Ayer fue ese día. Y como católico, hijo de la Iglesia católica, no puedo hacer más que lo que hizo el Papa Juan Pablo II. Reconocer que fue una barbaridad y pedir perdón histórico:

Señor, Dios de todos los hombres, en algunas épocas de la historia los cristianos a veces han transigido con métodos de intolerancia y no han seguido el gran mandamiento del amor, desfigurando así el rostro de la Iglesia, tu Esposa. Ten misericordia de tus hijos pecadores y acepta nuestro propósito de buscar y promover la verdad en la dulzura de la caridad, conscientes de que la verdad sólo se impone con la fuerza de la verdad misma.

Esta fue la oración con la que Juan Pablo II hizo pública profesión de perdón por la actuación histórica de la Inquisición. Y yo, me adhiero, resaltando algunas palabras de la oración que acabo de transcribir: Somos los cristianos —hijos pecadores de la Iglesia y necesitados de misericordia—, Papas, obispos, sacerdotes o meros seglares, los que, usando métodos poco evangélicos, hemos desfigurado el rostro de la Iglesia, la Esposa de Cristo.

Ahora bien, después de adherido, quiero poner las cosas en su debido sitio. Que la Iglesia pida perdón por el comportamiento de algunos de sus hijos en algunas épocas de la historia, no quiere decir que deba cargar con más culpas de las que le corresponden. En este espíritu, ahí van algunas reflexiones.

Cuando se habla de las ejecuciones de la Inquisición hay que distinguir dos áreas completamente diferentes. Las brujas y los herejes.

Empecemos por las primeras. En la Europa de los siglos XIV al XVIII, una mujer con un comportamiento algo extraño, que chocase a sus paisanos, era inmediatamente tachada de bruja. A partir de ese momento, no había desgracia que ocurriese en el pueblo, que no se le imputase a ella. La cosa solía acabar en linchamiento. No hay manera de saber cuantas pobres mujeres acabaron su vida así. Pero si hablamos de condenas por brujería llevadas a cabo por tribunales sí hay estimaciones. Se cree que en todo el mundo, desde Rusia hasta América, desde Escandinavia hasta España, desde 1325, fecha en que un tribunal condenó a muerte por primera vez a una bruja en Irlanda, hasta 1782 en Suiza, última condena a una bruja, se mataron unas 60.000 brujas. En estas condenas entran tribunales eclesiásticos, católicos y protestantes, civiles reales o locales, etc. Pues bien, de estas muertes, «sólo» unas 7500 lo fueron por la Inquisición. También hay que reseñar que en algún momento entre 1605 y 1621, que fue el periodo del pontificado de Paulo V, este Papa prohibió la pena de muerte para las brujas. Es decir, la Iglesia católica suspendió esta barbarie más de 160 años antes de la última ejecución «legal» de una bruja en el mundo. Por otro lado, la inmensa mayoría de los juicios a brujas llevados a cabo por la Inquisición acababan en absolución y, con toda seguridad, una persona que era acusada de brujería por el vulgo, juzgada por la Inquisición y declarada inocente, se salvaba del linchamiento porque, a partir de ese momento estaba protegida por el tribunal que la había absuelto. Se puede afirmar, sin lugar a dudas, que la Inquisición salvo muchas más vidas de supuestas brujas que aquellas a las que condenó. La cifra de 60.000 brujas ejecutadas en ese tiempo es estimativa. No así la de las juzgadas y ejecutadas por la Inquisición, puesto que todos y cada uno de sus procesos están debidamente documentados, cosa que no ocurría con el resto de los tribunales. De lo que no cabe duda es de la burda y malintencionada mentira de un estúpido y tendencioso «best seller» que dice que la Inquisición quemó a seis millones de brujas. Sin embargo, hay que decir que, en una época como aquella en la que la superstición era moneda corriente, se daban algunos casos de auténticos asesinatos rituales —como sigue ocurriendo hoy en día. Con altísima probabilidad, los casos de condena de la Inquisición respondían, en la inmensa mayoría de los casos, a éstos.

No obstante, sigo diciendo lo que dije al antes; el número de casos debió ser CERO y por eso la Iglesia ha pedido el perdón del que hablé al principio.

Si hablamos del caso de herejes, las cifras son muchísimo más bajas, aunque también mucho más injustas, puesto que hablamos de condenar y matar a alguien por sus ideas y creencias. Sin embargo, todo hereje se podía salvar de la muerte abjurando de sus ideas. Cierto que esto es una afrenta a la dignidad, pero en cualquier caso no es lo mismo que matar. Sin la menor duda, la Inquisición vino a hacer que las condenas por herejía, que existían antes que ella, fuesen menores, al ofrecer muchas más garantías procesales que cualquier otro tribunal. Desde luego que esto no elimina la responsabilidad de la Iglesia y, por eso, otra vez, la petición de perdón.

Es verdad que el método de ejecutar las penas, la hoguera, era brutal. Pero conviene recordar que era un método civil, previo a que existiese la Inquisición. En el año 1220, doce antes de que se fundara la Inquisición en 1232, Federico II Hoffestaufen, emperador de Alemania, poco amigo del Papa, excomulgado por él, hizo extensiva a los herejes la muerte en la hoguera que era un método de ejecución civil corriente. Sabemos, por ejemplo, que el Dante, tras ser expulsado de Florencia por las rivalidades políticas entre las facciones de los «bianchi» y los «neri», fue condenado a morir en la hoguera si volvía a su ciudad natal. También hay que decir que en casi todos los casos de la Inquisición se mataba a los condenados en la picota, antes de prender la hoguera, evitándoles el horrible sufrimiento.

Había muchos tipos de cuestiones, además de la brujería y la herejía, por los que una persona podía ser juzgada por la Inquisición o por otro tribunal. La seguridad jurídica y procesal que ofrecían los tribunales de la Inquisición eran mucho mayores que los de cualquier otro. Por eso cualquiera que pudiese elegir ser juzgada por un tribunal de la Inquisición o por otro, prefería serlo por el primero.

Debo hablar aquí de la tortura. La tortura era, en esas épocas, un medio procesal tan corriente como brutal. Pero, una vez más y sin que esto sirva de excusa, porque su uso debió ser CERO, la Inquisición la utilizaba de manera menos frecuente que cualquier otro tribunal. Era el único que distinguía entre «territio realis» y «territio verbalis». Al acusado se le mostraban primero los instrumentos de tortura —que también habían sido «diseñados» por los poderes civiles— y se le daba un tiempo para reflexionar. Esto era la «territio verbalis». Sólo después de un tiempo, si el reo persistía, se le aplicaba la «territio realis» que era la aplicación real de la tortura. Ningún otro tribunal daba esta oportunidad y, en cualquier caso, para llegar a la «territio verbalis» la Inquisición era mucho más escrupulosa que cualquier tribunal para aplicar la «realis». Repito, y lo haré hasta la saciedad, que esto no es, de ningún modo una excusa. La tortura debería haber sido un método procesal totalmente prohibido por la Iglesia. Por eso, una vez más, la petición de perdón. Pero estimo imprescindible evitar el error de óptica histórica de juzgar una época con los raseros de otra.

En otro orden de cosas, no deja de sorprenderme que los que atacan a la Iglesia por la Inquisición no tengan ojos para ver a la Iglesia desde otra perspectiva. Durante siglos, la Iglesia ha sido la educación pública, la sanidad pública y la prestación social pública a los desvalidos. Aún hoy, si uno busca en un mapamundi —o en una ciudad opulenta— quién está al lado de aquellos con los que nadie quisiera pasar una hora, verá que los que están allí son, en su inmensa mayoría, católicos. Y que dicen estar allí por Cristo y que es la Iglesia católica la que les da a Cristo y, con Él, la fuerza para estar allí. No un año ni dos, sino toda la vida. Así que me parece que —nobleza obliga— también los aquejados por esta extraña ceguera selectiva deberían pedir perdón a la Iglesia por ella.

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