» Baúl de autor » Eleuterio Fernández Guzmán » Eleuterio - 2008
Inmaculado mes
Desde que aquel 8 de diciembre de 1854 Pío IX declarara, a todo el mundo, que la Virgen María había nacido sin mancha alguna y quedara establecido, lógicamente, el dogma de la Inmaculada Concepción, bien podemos decir que el último mes del año (del que ya llevamos recorrido una parte) se ilumina como Inmaculado testigo del paso de María por el mundo terreno.
Seguramente lo mejor, para un católico, es sentir el amor de María en su vida y, también quizá, sobren todas las palabras que pretendan explicar el mismo significado de la Inmaculada. Quizá eso sea así.
Sin embargo, no puede estar mal acudir, lejos del sentimiento primero que se tenga sobre el dogma, a los textos que nos ayudan a comprender, mejor, tan gran misterio.
Dice la Constitución Dogmática «Lumen Gentium» que «En efecto, la Virgen María, que según el anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su corazón y en su cuerpo y entregó la vida al mundo, es conocida y honrada como verdadera Madre de Dios Redentor. Redimida de un modo eminente, en atención a los futuros méritos de su Hijo» (LG 53)
Y no nos cabe la menor duda sobre que los tales «futuros» méritos le hicieron, ante Dios, ganar lo inmaculado de su concepción porque Dios, que todo lo puede, ya sabía que la mujer que aceptaría ser Su Madre no podía incurrir en pecado alguno. Ni después de nacer ni, por supuesto, en el mismo momento de la concepción.
Aunque, evidentemente, es en el Catecismo de la Iglesia Católica donde podemos encontrar la explicación exacta del dogma establecido en el siglo XIX.
Dicen los números 490 al 493 lo que sigue:
«490 Para ser la Madre del Salvador, María fue "dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante" (LG 56). El ángel Gabriel en el momento de la anunciación la saluda como "llena de gracia" (Lc 1, 28). En efecto, para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente poseída por la gracia de Dios».
Así no sería entendible que sobre quien iba a ser Madre del género humano por ser Madre de Dios pudiese recaer la mancha del pecado original porque si así hubiese sido también hubiese nacido su hijo, Jesús, Dios mismo hecho hombre, con tal punto negativo sobre su pequeña vida. Y no es posible que esto pudiera ser así porque Dios ni tiene ni se sabe que tenga mancha alguna. Luego el pensamiento sólo puede determinar que si Dios es perfecto (y Cristo es perfecto Dios y perfecto hombre) quien iba a traerlo al mundo tenía que tener, desde toda la eternidad (la anterior a su nacimiento y la escatológica posterior) tal gracia.
«491 A lo largo de los siglos, la Iglesia ha tomado conciencia de que María "llena de gracia" por Dios (Lc 1, 28) había sido redimida desde su concepción. Es lo que confiesa el dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado en 1854 por el Papa Pío IX:
... la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda la mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano (DS 2803)»
Podemos decir, por lo sucedido a lo largo de la historia de la Iglesia católica, que Pío IX no hizo nada que fuera original e, incluso, nada que pudiera atribuirse como idea propia. Aquí, como en tantas otras ocasiones hace la Esposa de Cristo, sólo se reconoce, mediante determinado documento, lo que era algo dicho a voces por los fieles comunes y los sabios en la materia.
Y reconocer que, además, todo lo que adorna a María, lo es por el mismo mérito de su hijo no es, sino, fijar las bases para que la comprensión de Dios mismo sea más fácil.
«492 Esta "resplandeciente santidad del todo singular" de la que ella fue "enriquecida desde el primer instante de su concepción" (LG 56), le viene toda entera de Cristo: ella es "redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo" (LG 53). El Padre la ha "bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo" (Ef 1, 3) más que a ninguna otra persona creada. El la ha elegido en él antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor (cf. Ef 1, 4)»
Quizá pueda pensarse que María podía haber hecho que se diera al traste con todo el plan de Dios. Y, efectivamente, así podía haber sido si ella hubiera hecho uso de la libertad que, como don, le había entregado Dios para que hiciera, en su buena conciencia y corazón, lo que creyese conveniente. Y eso es lo que hizo.
¿Qué hubiera pasado si María no hubiese aceptado?
Como no podemos hacer ficción con la religión sí que podemos decir que hubiera sido muy posible que toda la historia de la humanidad hubiera cambiado. Sin embargo, Dios, que la había elegido «antes de la creación del mundo» para desempeñar el papel que luego desempeñaría, no iba a equivocarse.
Por eso María, cumpliendo la voluntad de Dios que le fuera transmitida por Gabriel, en aquel momento de la Anunciación, fue acreedora del mejor de los dones: ser privada del pecado original; ser inmaculada su concepción.
«493 Los Padres de la tradición oriental llaman a la Madre de Dios "la Toda Santa" ("Panagia"), la celebran como inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura" (LG 56). Por la gracia de Dios, María ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida.»
Ha sido, pues, una gracia dada por Dios a María la que la preservó del pecado que a todos los seres humanos se nos limpia en el momento del bautizo (por tanto, a los bautizados) Con tal naturaleza, limpia desde el instante exacto de haber sido concebida, María, Madre de Dios y Madre nuestra, ilumina, de forma especial, el último mes del año, como punto de partida del resto de los que están por venir.
Han transcurrido muchos siglos desde entonces aunque, seguramente, para Dios, apenas habrá sido un instante en su eterna existencia.
Pero María, aquella joven que, con turbación pero con fe, aceptara con su Fiat lo que el enviado de Dios le propusiera, sigue permaneciendo en el corazón del mundo, Madre de todos, reconociéndose Inmaculada y siendo cobijo y seno para sus hijos.
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