Para el enfermo: tiempo de misericordia
Entre una pequeña lista de "obras de misericordia", esas que permitirán al Señor separar las ovejas de los machos cabríos al final de los tiempos, se encuentra el visitar al enfermo, al encarcelado. Algo tiene de especial valor, para que Jesús así nos lo haya pedido, como una voluntad del Padre. Tengo una reflexión al respecto, y puedo llamarla Eugenio.
¿Quién es o más bien era Eugenio? Un muy querido amigo, recientemente fallecido por cáncer. Durante su vida fue un auténtico "lobo solitario"; gustaba de la soledad, que dedicaba a la lectura, a la reflexión y a concebir inventos tecnológicos. Durante años se refugió los fines de semana en su casa de Cuernavaca, alejado de todos —incluyendo radio, teléfono y televisión. Sin embargo, gozaba de la compañía de aquellos a quienes había elegido como sus amigos, dentro de su red de relaciones personales.
Después de sufrir diversas molestias, supo que tenía cáncer, y que éste estaba ya muy avanzado en metástasis. Como la mayoría de quienes están en el caso, se guardó el diagnóstico y sus intentos de curación, sólo conocidos por su familia, tanto para no apenar a los demás, como sin duda por el consabido efecto que en general dicha noticia provoca, lástima por el enfermo.
Cuando estaba con fuertes dolores, se refugió en casa. Un día, por accidente en conversación telefónica, supe de su avanzado mal. Decidí visitarlo, pues nuestras entrevistas de café se habían esfumado. Nos reunimos varias veces, pero cuando en un momento de gravedad debió ser hospitalizado, intenté verlo, por la noche de un domingo: "sí, visita a tu amigo", me respondió telefónicamente su mujer al preguntar si podía verlo a esa hora.
Llegué al hospital y a su habitación, estaba solo y con los ojos cerrados, de pronto se percató de mi presencia y con una amplia sonrisa me dijo: "eres un ángel". No, le respondí, sólo soy tu amigo, insistió él e insistí yo. Conversamos un rato y lo dejé. Aprendí algo entonces: el gran valor de dar unos cuantos minutos a un enfermo que pasa largas, muy largas horas en su sufrimiento y soledad.
Ya más grave, y cercano a la muerte, le volví a visitar, y en la última ocasión, cuando apenas podía hablar, y en medio de fuertes dolores y sedación por medicamentos, me vio llegar y su elogio casi ininteligible fue "eres una maravilla" y de nuevo le repliqué que solamente era su amigo, volvió a insistir y yo a replicar.
Entre vigilia y somnolencia, algo conversamos, o más bien, algo le comenté sobre temas comunes, pues le costaba mucho trabajo tratar de hablar. En un par de ocasiones me dijo: "cuéntame cosas", y le respondí que le platicaría de mis hijas. En su sufrimiento, me agradeció la visita al despedirme.
Otra cosa aprendí también esa noche, en que recibió la comunión, y es que la cercanía con el Señor es esencial para el enfermo. "Ya no tengo miedo", me dijo, refiriéndose por supuesto a aquello de "lo que nadie quiere hablar": la muerte como salida a la dolorosísima enfermedad. Así, Jesús acompaña y conforta a sus enfermos, pero no deja, porque así lo desea, de contar con nosotros para las visitas que estas personas necesitan.
Dicha visita me confirmó lo aprendido: cuánto valor representa para quien sufre durante horas y horas en soledad -fuera de quienes lo atienden-, solamente un poquito de nuestro tiempo y conversación. Es más, el solo contar con la presencia de alguien a quien une el amor o la amistad, vale oro, aún en silencio. Durante horas, los días sucesivos, reflexioné sobre esto: solamente el enfermo y Dios, saben realmente lo que vale visitar a quien sufre.
Pero no solamente mi amigo Eugenio gozó de nuestras cortas entrevistas en su enfermedad, yo también lo disfruté, tanto por mí como por él, a pesar de la enfermedad.
Hay que dar al menos un poco de nuestro tiempo a los enfermos y a los que sufren privación de su libertad —por la razón que sea. Esos momentos de compañía, que en situaciones normales pueden parecernos nimios, son de grandísimo valor, tan es así que expresamente el Señor nos lo pide y valúa como una obra de misericordia.
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