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Tenemos que meditar sobre la crisis
Aunque el Presidente del Gobierno la negara con contumacia, la crisis económica acompañada de recesión ha terminado con un periodo de euforia en el que la mayor parte de la población vivíamos por encima de nuestras posibilidades reales. No gastábamos el dinero que podríamos haber ahorrado con nuestro trabajo, sino el que pensábamos ganar en un largo futuro.
Se alzaron voces advirtiendo que el endeudamiento de las familias era excesivo, pero nadie hizo caso. Podíamos comprar una vivienda, un automóvil, un viaje, a base de créditos fáciles y baratos que iríamos pagando con nuestros sueldos futuros, pero el futuro ha llegado de improviso, mucha gente se ha quedado sin trabajo y sin sueldo. Se ha roto el cántaro del cuento de la lechera.
Quienes aún tienen trabajo no saben hasta cuando lo conservarán, la inmensa nómina de la administración tendrá que ser congelada, en el mejor de los casos. Las pensionistas escuchan con alarma que la Seguridad Social será social pero cada vez es menos segura. El sistema vigente se basa en que los que trabajan en cada momento cotizan para pagar las pensiones de los que llegan a la jubilación o se ven incapacitados para el trabajo. Si disminuyen los cotizantes cómo se pagarán las pensiones. Los superávits de los años pasados quizás se estén utilizando por el Gobierno para suscribir la monstruosa deuda pública que nadie quiere.
Las medidas que ha tomado el Gobierno son como querer apagar el fuego con gasolina. Si teníamos un problema de excesivo endeudamiento de las familias, ahora el Estado emite deuda que tendremos que pagar nosotros, nuestros hijos y posiblemente nuestros nietos. Parece que no hay mucha idea de cómo salir de la situación.
Pienso que todos los ciudadanos tenemos que reflexionar seriamente sin esperar que los políticos vayan a resolvernos nada. Los políticos comienzan por negar los problemas, luego echan la culpa a otros y sólo adoptan medidas en el corto plazo, de una a otra jornada electoral, siempre pensando en los votos necesarios para conservar su posición de poder y privilegio en sueldos y pensiones. Los que se han beneficiado de la crisis tendrán sus ganancias a buen recaudo, pero las victimas no sólo tienen que lamentarse sino revisar lo que ha sucedido para verse en su penosa situación y poner remedio.
Hemos vivido endeudándonos alegremente. Hemos creído que había una especie de milagro gracias al cual, cada día éramos más ricos, el piso que compramos en veinte ya valía cuarenta, sin tener que esforzarnos, la bolsa subía y las acciones que compramos a cinco llegaron a valer veinte y así todo. Nadie se creyó que su nivel de vida podría descender hasta que ha descendido.
Las entidades financieras que nos prestaron dinero sonriendo, cuando no puedes hacer frente a los plazos, nos miran de mala manera, nos amenazan y además cumplen las amenazas. Perdemos las viviendas y los negocios que pusimos en marcha pensado, equivocadamente, que la situación iba a durar siempre. Estas entidades financieras asustadas por la morosidad tienen la suficiente fuerza para imponer al Gobierno que les dé dinero, que luego tendremos que pagar entre todos.
Nuestra reflexión debía llevarnos al firme propósito de no dejarnos embaucar por quienes nos ofrecen ganancias sin esfuerzo, por quienes nos dan facilidades de entramparnos y, mucho menos, por quienes desde el Gobierno nos repiten que tomarán medidas para sacarnos de la crisis, pero que en realidad lo que desean es sacarnos nuestros votos.
También debería la crisis hacernos reflexionar sobre los gastos desbocados de las administraciones: central, autonómica y local, más las subvenciones a partidos, sindicatos, artistas y peliculeros, que nos están llevando a la ruina. Que todos, el Gobierno también, tenemos que adoptar un modo de vida mucho más sobrio y recuperar las viejas virtudes del ahorro, la economía y el control del gasto. Estimar digno el esfuerzo y el trabajo y considerar indigno y reprochable el «pelotazo» conseguido a menudo con la varita mágica de los corruptos.
Si la larga crisis que nos espera sirviera para que todos los ciudadanos meditáramos en lo que hay que hacer, lo que hay que cambiar, lo que no podemos aceptar, hasta conseguir una sociedad más moral, más seria y más trabajadora, quizás entonces esta crisis tendría unos efectos beneficiosos.
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