Bioética y ecología
Un día de descanso. Cogemos el coche y empezamos a salir de la ciudad.
A los pocos minutos, estamos atrapados en una cola interminable. Tensiones, ruidos, tal vez un aire contaminado y triste. Después de una hora logramos salir al campo abierto.
Pasa el tiempo y llegamos al «paraíso» soñado: una playa. Cientos de personas luchan por lograr un buen lugar en el aparcamiento.
Media hora después, con el coche ya «seguro», vamos hacia el mar. La arena está llena de papeles, chicles, incluso algún pedazo de botella. Entramos, por fin, al agua, y notamos que el alquitrán acaba de pegarse a nuestros pies...
Fuera de lo anecdótico, problemas como estos, y problemas mucho más serios, nos hacen pensar en la importancia del ambiente. Además, nos llegan continuamente noticias sobre incendios, pájaros que se extinguen, nubes tóxicas y alimentos peligrosos para la salud de los niños o de los adultos.
Para la bioética la ecología es algo fundamental. La especie humana, gracias a su inteligencia, ha sido capaz de vivir en muchos tipos de paisajes y de climas. Pero también muchos miles de hombres y mujeres han muerto por culpa de la contaminación, las infecciones, las sequías, el frío o el calor.
Frente a esta situación, estamos llamados a trabajar por un planeta más limpio, más verde, con animales que llamen nuestra atención y den alegría a nuestra insaciable hambre de ciencia y de belleza.
La preocupación por el ambiente, por la ecología, no es algo nuevo. También los antiguos soñaban con un mundo equilibrado, con ciudades bien organizadas y funcionales, con praderas verdes y árboles repletos de frutos. Pero quizá hoy más que nunca nos hemos dado cuenta de que podemos destruir en pocos minutos un bosque que ha crecido durante años o, incluso, siglos; o que somos capaces de eliminar en pocos meses algunas especies de animales o de plantas que querríamos seguir teniendo a nuestro lado.
La bioética nos orienta e ilumina a la hora de conservar el ambiente en el que transcurre nuestra vida temporal. Lo que hagamos o lo que dejemos de hacer no resulta indiferente ni para los hombres de nuestro tiempo ni para las generaciones futuras.
Es algo que nos afecta a todos. También a los católicos. Como explicaba el Papa Benedicto XVI, la Iglesia no se limita sólo a hablar de la salvación, sino que también «tiene una responsabilidad con la creación y tiene que cumplir esta responsabilidad en público. Y, al hacerlo, no sólo tiene que defender la tierra, el agua, el aire, como dones de la creación que pertenecen a todos. Tiene que proteger también al hombre contra su propia destrucción. Es necesario que haya algo como una ecología del hombre, entendida en el sentido justo». Y añadía: «Los bosques tropicales merecen, ciertamente, nuestra protección, pero no menos la merece el hombre como criatura, en la que está inscrito un mensaje que no contradice nuestra libertad, sino que es su condición» (Benedicto XVI, 22 de diciembre de 2008).
Vale la pena invertir energías y dinero para un mundo mejor. Pero sin olvidarnos nunca del lugar privilegiado que ocupa el ser humano, de las necesidades básicas de millones de hermanos nuestros a los que falta comida, medicinas, cuidados básicos. Una bioética atenta a lo ecológico sabrá dar el primer lugar a los hombres y mujeres más desamparados, y sabrá promover un ambiente más saludable y más hermoso para todos.
Del director
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