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Saber quiénes somos
En diversos lugares de Europa estamos asistiendo a un rabioso laicismo anticristiano, que va desde la prohibición de exhibir símbolos religiosos en los colegios, edificios públicos y actos oficiales, hasta groseras ofensas, sobre todo contra el catolicismo. Incluso el ayuntamiento de Oxford ha decidido sustituir la Navidad por algo llamado «Winter Light Festival».
Sin embargo, al mismo tiempo, en no pocas ocasiones, se da todo tipo de facilidades para que otros credos se expresen a sus anchas, dándose a su respecto una curiosa discriminación positiva. Así, se ahogan manifestaciones religiosas propiamente europeas para «no ofender» a los foráneos, pero de manera paradójica, se les permite manifestarse sin cortapisas, siendo que podría aplicárseles el mismo criterio.
Ahora bien, más allá de la malsana ideología anticristiana que explica este absurdo, hay que tener en cuenta que el cristianismo no es sólo un elemento esencial para comprender la historia de Europa, sino que de manera global, sin él, la propia cultura europea no existiría tal como la conocemos hoy. Por eso, dígase lo que se diga —y es un dato innegable de la causa—, Europa es hija del cristianismo.
Con todo, además de estar falseando el pasado, tal vez uno de los problemas más graves de esta obsesiva campaña anticristiana, es que ella pretende borrar las señas de la propia identidad europea y en el fondo, también occidental. Y sin esas señas de identidad, resulta imposible saber quiénes somos.
Es lo mismo que ocurre con cada uno de nosotros: nuestra personalidad no se agota en las proyecciones que tengamos en un futuro más o menos lejano; en realidad, lo que más nos identifica como un 'yo' es nuestro pasado, las vivencias y tradiciones que nos han ido moldeando. Precisamente, es a partir de dichas vivencias que cada uno construye su futuro. Así, el presente no sólo se explica por el futuro al que aspiramos —y que tal vez no llegue—, sino que es sobre todo a partir de ese pasado y sus secuelas, que se ha forjado el presente, desde el cual proyectamos nuestro futuro, lo que a su vez, vuelve a condicionar el presente.
Es por eso que resulta fatal para una persona y para una cultura olvidarse de sus raíces, porque sin ellas, se pierde la propia identidad. Así, tal como un sujeto con amnesia puede extraviarse en su devenir, al estar privado de los indispensables puntos de referencia para saber quién es, una cultura que olvida o incluso reniega furiosamente su pasado, mutila sus posibilidades y, en buena medida, se castra a sí misma. De ahí la enorme importancia de mantener vivas las tradiciones, sobre todo las religiosas, dentro de las cuales la Navidad es, sin lugar a dudas, una de las más representativas, necesarias e importantes.
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