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La experiencia religiosa y la razón (III)

Del conjunto de supuestos previos del que surge el conocimiento inmediato de Dios, no podemos olvidarnos de la disposición personal. Conocer no es un simple comprobar, sin que lo demás del hombre deje de tomar parte en lo que conoce, sino que implica que algo desde fuera entra a su esfera vital. El instinto de conservación tratará de desplazar lo no deseado, lo hostil, eliminándolo del terreno del conocimiento. Cuanto mas importante para la vida es el objeto del conocimiento, mas fuerte será el instinto de autoafirmación.

Darse cuenta de la existencia de Dios tiene consecuencias que alcanzan lo más íntimo del hombre. ¿Pero está de acuerdo con estas consecuencias lo más íntimo de nuestro ser? Hay algo nuestro que es la buena voluntad y tiene anhelo de Dios; pero también hay otra parte que se opone muchas veces.

La viveza y claridad de la experiencia religiosa en buena parte dependen de hasta que punto el hombre supera su resistencia interior, de que sinceramente esté convencido de que Dios existe y que lo deje penetrar y determinar su vida. En lo que piensa un hombre de Dios radica su propia historia. La imagen que tiene un hombre de sí mismo no es determinada desde abajo, es decir, por su concepción de propia naturaleza, sino desde arriba, de su idea de Dios.

Con esto queda dicho que el planteo adecuado de la vida religiosa no se desarrolla en un terreno teórico solamente, sino que se trata de un examen en sí mismo, de la decisión de ejercitarse en la educación propia.