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Las mujeres en las comunidades paulinas
«Os recomiendo a Febe, nuestra hermana, que está al servicio de la iglesia de Céncreas, para que la recibáis en el Señor de manera digna de los santos, y la ayudéis en lo que pueda necesitar de vosotros: porque también ella asistió a muchos y, en particular a mí.
Saludad a Prisca y a Aquila, mis colaboradores Cristo Jesús, que expusieron sus cabezas para salvar mi vida, a quienes damos gracias no solo yo sino también todas las iglesias de los gentiles, y saludad a la Iglesia que se reúne en su casa.
Saludad a Epéneto, amadísimo mío, primacía de Asia para Cristo. Saludad a María, que se ha esforzado mucho por vosotros. Saludad a Andrónico y Junías, mis parientes y compañeros de cautividad, que gozan de gran consideración entre los apóstoles y que llegaron a ser cristianos antes que yo. Saludad a Ampliato, amadísimo mío en el Señor. Saludad a Urbano, nuestro colaborador en Cristo, y a mi amadísimo Estaquis. Saludad a Apeles, de fe profunda en Cristo. Saludad a los de la casa de Aristóbulo. Saludad a Herodión, mi pariente. Saludad a los de la casa de Narciso que creen en el Señor. Saludad a Trifena y a Trifosa, que trabajan en el Señor. Saludad a la amadísima Preside, que trabajó mucho en el Señor. Saludad a Rufo, escogido en el Señor, y a su madre, que es también mía. Saludad a Asíncrito, a Flegón, a Hermes, a Patrobas, a Hermas y a los hermanos que están con ellos. Saludad a Filólogo y a Julia, a Nereo y a su hermana, y a los Olimpas y a todos los santos que están con ellos. Saludaos unos a otros con un beso santo. Os saludan todas las Iglesias de Cristo».(Rom 16, 1-16)
La predilección y la confianza del apóstol por el «genio femenino»
A pesar de que la situación de la mujer en la iglesia ha mejorado en los últimos tiempos, todavía se oyen voces que opinan que quedan pequeñas diferencias para alcanzar la plena igualdad de papeles entre varones y mujeres.
Tal vez influidos por tendencias de pensamiento que provocan no solo la rivalidad de sexos, sino que no reconocen las diferencias entre el hombre y la mujer como elemento imprescindible para su complementariedad, argumentan que la Iglesia necesita buscar una solución rápida y acorde a los tiempos modernos.
Esto no es nada nuevo. San Pablo ya nos advierte de esto en las consideraciones finales de este texto: «Les ruego, hermanos, que se cuiden de los que provocan disensiones y escándalos, contrariamente a la enseñanza que ustedes han recibido. Eviten su trato, porque ellos no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a su propio interés, seduciendo a los simples con palabras suaves y aduladoras. En todas partes se conoce la obediencia de ustedes, y esto me alegra; pero quiero que sean sabios para el bien y sencillos para el mal. El Dios de la paz aplastará muy pronto a Satanás, dándoles la victoria sobre él. La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con ustedes». (Rom 16, 17-20)
De hecho, para muchos es la base de acusaciones machistas sobre la Iglesia, igual que le ocurrió a San Pablo, considerado para muchos un retrogrado en el reconocimiento de la dignidad de la mujer y su participación en la Iglesia. Aunque esta mala fama no tiene respaldo. Al contrario. El apóstol, fiel seguidor de la novedad revolucionaria de Cristo, rompe todos los moldes de la época impulsando la reivindicación femenina en la Iglesia.
San Pablo, quien tuvo para con la mujer una particular consideración y confianza, no dudó en demostrar a lo largo de su vida con palabras y gestos llenos de amor y aceptación, no solo que la mujer es la compañera que Dios quiso para el hombre (Gen.2, 18), sino que es portadora de unas cualidades específicamente femeninas, consideradas como autentico patrimonio para la humanidad y para la Iglesia, e imprescindibles para sembrar el Reino de Dios por todos los confines de la tierra.
Para ser justos, habrá que reflexionar sobre el cariño y la predilección que San Pablo siente por las mujeres que se cruzaron por el camino a lo largo de su misión, ayudándole y colaborando como miembros activos en la formación y en la edificación de las primeras comunidades paulinas.
Es más, a pesar de observar que la lista de mujeres mencionadas en este texto contiene solo 12 nombres, a diferencia de que los hombres son 17, solo podríamos demostrar que el apóstol no tuvo presente la importancia de las cuotas paritarias. Pero, eso si, a ellas las recuerda y las saluda en sus cartas por sus nombres, resaltando su protagonismo en la misión y reconociendo su estimable ayuda. Lo cual indica que, con la misma dignidad que aporta reconocer que hombres y mujeres son hijos de Dios, a pesar de que tienen características diferentes, San Pablo supo valorar el esfuerzo y la responsabilidad de muchas mujeres necesarias para una efectiva evangelización a favor de la comunidad cristina.
A pesar de ello, me atrevo a afirmar, que si San Pablo viviera hoy seria uno de los más férreos defensores del genio femenino. Es más, puesto que «el único carisma superior que debe ser apetecido es la caridad» (1 Cor 12-13), estoy segura que el apóstol supo como nadie reconocer el papel de muchas de sus discípulas comprometidas con Dios, con la Iglesia y con la sociedad. Mujeres sencilla y corrientes que reconocían con orgullo su «genio femenino» y que asumían la responsabilidad de «dar gratis, lo que habían recibido gratis» en lo ordinario de cada día.
Como dice en una entrevista Jutta Burggraf, profesora de teología en la Universidad de Navarra y especialista en Iglesia y mujer, «el «genio» femenino se halla más bien en una dimensión espiritual, y constituye una determinada actitud básica, que corresponde a la estructura física de la mujer y se ve fomentada por ésta. Así como durante el embarazo, la mujer experimenta una cercanía única hacia el nuevo ser, así también su naturaleza favorece los contactos espontáneos con otras personas de su alrededor.
Dios ha confiado a la mujer, de modo especial, el ser humano. Recordemos que El mismo eligió a Maria, la más perfecta de las criaturas, como Madre de Dios y Madre nuestra. En este sentido, todas las mujeres son llamadas, de alguna forma, a ser «madres». ¿Qué significa sino romper el anonimato, escuchar a los demás, tomar en serio sus preocupaciones, mostrarse solidaria con ellos?»
Y añade en uno de sus estudios: «El "genio de la mujer" se puede traducir en una delicada sensibilidad frente a las necesidades y requerimientos de los demás, en la capacidad de darse cuenta de sus posibles conflictos interiores y de comprenderlos. Se la puede identificar, cuidadosamente, con una especial capacidad de mostrar el amor de un modo concreto. Consiste en el talento de descubrir a cada uno dentro de la masa, en medio del ajetreo del trabajo profesional; de no olvidar que las personas son más importantes que las cosas. Significa romper el anonimato, escuchar a los demás, tomar en serio sus preocupaciones, mostrarse solidaria y buscar caminos con ellos».
Es precisamente la «capacidad de acogida del otro» la cualidad más concreta e insustituible de la mujer .Por ello no es de extrañar el papel fundamental que jugaron las mujeres, y juegan, hoy mas que nunca, en las comunidades cristianas.
Por lo que no es extraño que «la Iglesia desea dar gracias a la Santísima Trinidad por el "misterio de la mujer" y por cada mujer, por lo que constituye la medida eterna de su dignidad femenina, por las "maravillas de Dio", que en la historia de la humanidad se han realizado en ella y por ella», como señalaba Juan Pablo II en la Carta a las Mujeres. Y añadía: «Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu feminidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas».
Pero aún hay más...
Leer los textos de San Pablo con ojos de mujer, de una mujer del S.XXI, que pretende gastarse diariamente para que «Cristo reine en la tierra», supone descubrir la grandeza y la sencillez de muchas de las mujeres que acompañaron y colaboraron con San Pablo a lo largo de su misión, algunas de ellas de forma silenciosa «gastándose» por cumplir la voluntad del Señor «desempeñado un efectivo y precioso papel en la difusión del Evangelio»,y que el apóstol menciona en sus textos.
Como señala Benedicto XVI: «El Señor quiere que estos testigos del Evangelio, estas figuras que han dado su contribución para que creciera la fe en Él, sean conocidas y su memoria permanezca viva en la Iglesia. Históricamente podemos distinguir el papel de las mujeres en el cristianismo primitivo, durante la vida terrena de Jesús y durante las vicisitudes de la primera generación cristiana (...) Debemos a san Pablo una documentación más amplia sobre la dignidad y el papel eclesial de la mujer. Comienza por el principio fundamental, según el cual, para los bautizados «ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer», «ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gálatas 3, 28), es decir, unidos todos en la misma dignidad de fondo, aunque cada uno con funciones específicas (Cf. 1 Corintios 12,27-30).
Por ello, no quisiera finalizar este capitulo- me parece que es un deber de justicia para con ellas-, sin recordarlas, aunque sea brevemente, ya que ellas son un ejemplo «para hacer del Evangelio la regla fundamental de vuestra vida familiar». Les aseguro que vale la pena.
Claudia: «Te saludan Eubulo, Pudente, Lino, Claudia y todos los hermanos» (2 Tm 4, 21). Pablo, a lo largo de esta carta a Timoteo, destaca la importancia de las mujeres. Un ejemplo concreto es Claudia, de la que manda saludos a Timoteo. Parece ser que Claudia fue una de las mujeres valientes que ayudaron al apóstol durante su dura encarcelación y soledad poco antes del martirio en Roma.
Cloe: «Os conjuro, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que tengáis todos un mismo hablar, y no haya entre vosotros divisiones; antes bien, estéis unidos en una misma mentalidad y un mismo juicio. Porque hermanos míos estoy informado de vosotros, por los de Cloe, que existen discordias entre vosotros. Me refiero a que cada uno de vosotros dice: "Yo soy de Pablo", "Yo de Apolo", "Yo de Cefas", "Yo de Cristo» (Cor 1, 10-12).
No sabemos si «Los de Cloe» son familiares, amigos o siervos de esta respetable mujer. Pero como señala san Pablo parece que el juicio y las palabras de esta tenían no solo fundamento sino autoridad moral para el apóstol. Ya que, tras ellas no dudo en «dar un toque» a la unidad de la comunidad de Corintio.
Mujer anciana: «Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina. Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor, en la paciencia. Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no esclavas del vino, maestras del bien; que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada». (Tito 2, 1-5)
Apfia: Una mujer que debía ocupar un papel de importancia en la Comunidad ya que es a la única que nombra en esta carta : «Pablo, prisionero por Cristo Jesús, y Timoteo, [nuestro] hermano, a Filemón, amado nuestro y colaborador, y a Apfia, nuestra hermana, y a Arquipo, nuestro compañero de armas, y a la congregación que está en tu casa: Que tengan ustedes bondad inmerecida y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo». (Filemón 1, 1-3)
Evodia y Síntique: «Por eso, hermanos míos muy queridos, a quienes tanto deseo ver, ustedes que son mi alegría y mi corona, amados míos, perseveren firmemente en el Señor. Exhorto a Evodia y a Síntique que se pongan de acuerdo en el Señor. Y a ti, mi fiel compañero, te pido que las ayudes, porque ellas lucharon conmigo en la predicación del Evangelio, junto con Clemente y mis demás colaboradores, cuyos nombres están escritos en el Libro de la Vida. (Filipenses 4, 1-3)
«El llamamiento que Pablo hace a la concordia mutua da a entender que las dos mujeres desempeñaban una función importante dentro de esa comunidad», como señala Benedicto XVI, hace suponer que la gran influencia de ambas en la Iglesia de Filipos tenia efectos de distanciamientos entre los miembros de la comunidad.
Por tanto, no es de extrañar que San Pablo les corrija en la misma carta diciendo: «Si la exhortación en nombre de Cristo tiene algún valor, si algo vale el consuelo que brota del amor o la comunión en el Espíritu, o la ternura y la compasión, les ruego que hagan perfecta mi alegría, permaneciendo bien unidos. Tengan un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento.
No hagan nada por rivalidad o vanagloria, y que la humildad los lleve a estimar a los otros como superiores a ustedes mismos. Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás»
Ninfas: «Saluden a los hermanos de Laodicea, especialmente a Ninfas y a la Iglesia que se reúne en su casa». (Colosenses 4, 15)
Ninfas fue una de las mujeres que prestó su casa como lugar de oración para los cristianos de Laodicea. Una pequeña Iglesia que se convirtió en la familia de Dios, donde todos somos hijos de un mismo Padre y en donde recibimos la gracia de Dios para convertir nuestra vida en mensajeros de paz y de alegría. La alegría de ser hijos de Dios.
De todo esto podemos concluir con las palabras de Benedicto XVI dedicadas a «Las mujeres al servicio del Evangelio»: «En síntesis, la historia del cristianismo hubiera tenido un desarrollo muy diferente si no se hubiera dado la aportación generosa de muchas mujeres. Por este motivo, como escribió mi venerado y querido predecesor, Juan Pablo II, en la carta apostólica Mulieris dignitatem», la Iglesia da gracias por todas las mujeres y por cada una... La Iglesia expresa su agradecimiento por todas las manifestaciones del «genio» femenino aparecidas a lo largo de la historia, en medio de los pueblos y de las naciones; da gracias por todos los carismas que el Espíritu Santo otorga a las mujeres en la historia del Pueblo de Dios, por todas las victorias que debe a su fe, esperanza y caridad; manifiesta su gratitud por todos los frutos de santidad femenina».
Como se ve, el elogio se refiere a las mujeres en al transcurso de la historia de la Iglesia y es expresado en nombre de toda la comunidad eclesial. Nosotros también nos unimos a este aprecio, dando gracias al Señor porque Él conduce a su Iglesia, de generación en generación, sirviéndose indistintamente de hombres y mujeres, que saben hacer fecunda su fe y su bautismo para el bien de todo el Cuerpo eclesial para mayor gloria de Dios».
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