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Habla la otra hija del P. Marcial Maciel
Ayer, 4 de febrero, sin que nadie se lo esperara, apareció de repente, como salida de la nada, una hija del P. Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo. Fue la gran noticia a ocho columnas que recorrió las rotativas del mundo entero, desde el enorme "New York Times", hasta el pequeñito "Diario de Tingüindín", pasando por el "Washington Post", "El País", "Le Monde" y cientos de periódicos más, incluyendo la blogósfera a nivel internacional.
Esa chiquilla, hasta ayer desconocida, sin deberla ni temerla, se ha hecho famosa en el mundo entero en un solo día y... no puedo negar que eso me ha hecho sentirme un poco celosa, pues... yo no saldré publicada en todos los diarios (tal vez en ninguno) y ¡también soy hija del P. Maciel!
No llevo su sangre en mis venas (por eso no soy noticia), pero gran parte de lo que soy (casi todo) se lo debo a él. Sí, el P. Maciel es mi padre (Nuestro Padre, como cariñosamente le llamamos los miembros del Regnum Christi) y lo digo con mucho orgullo.
Es cierto que sus genes no son mis genes (ésos, los heredé de mis padres biológicos) pero mi cerebro está lleno de los pensamientos que él me enseñó; mis palabras están contagiadas de las palabras que desde niña leí en sus cartas, al grado que a veces confundo las suyas con las mías; mi espiritualidad es la espiritualidad que él me enseñó a desarrollar; mi vida de oración es tal como él me enseñó a orar; mi corazón siente tal como él me enseñó a sentir, siempre poniendo a los demás antes que a mí.
De él recibí las pautas para llevar con éxito mi vida matrimonial, para educar a mis hijos con disciplina y delicadeza, para trabajar con ardor por la salvación de las almas y la extensión del Reino de Cristo. Gracias a él conocí a Dios y pude tener un encuentro personal con Jesucristo, que se convirtió, desde mi adolescencia, en el Centro, Modelo y Criterio de mi vida. Soy, sin lugar a dudas, una auténtica hija del P. Maciel.
Pero... ella, mi hermana menor, la que acaba de aparecer, y no yo, es a la que han hecho famosa todos los diarios. Era de esperarse, pues ella es su hija como fruto de la debilidad humana y de un pecado secreto, de ésos que todos hemos cometido en alguna ocasión (y eso, lo escandaloso y turbio es lo que busca la prensa). Yo, en cambio, no soy noticia... porque soy hija de las cosas buenas del P. Maciel, soy fruto de sus muchas buenas obras, de sus buenos pensamientos, de su fortaleza, de su entrega; de su amor a Jesucristo, a las almas y a la Iglesia; de su intensa vida de oración y su enorme riqueza intelectual, espiritual y apostólica que dejó plasmada en su cartas y en las constituciones de la Legión y el Regnum Christi.
¿Es ella, la ahora famosa, más hija del P. Maciel que lo que soy yo? No, creo que no.
En fin... muchos me preguntaban ayer si no me sentía triste y decepcionada de Nuestro Padre con la noticia de su «doble vida». No, en absoluto. «Dobles vidas» las tenemos todos, porque todos en la Iglesia somos pecadores y nuestra vida virtuosa se ve continuamente tentada por las astucias del demonio y manchada por el pecado.
Gracias a Dios, contamos con el sacramento de la Penitencia, que nos permite, con un sincero arrepentimiento, limpiar el pasado y empezar a caminar de nuevo en gracia. Estoy plenamente segura de que Nuestro Padre recurrió a ese sacramento y que ahora está en la Gloria de Dios, no por sus pecados (que deben haber sido muchos) sino por las innumerables buenas obras que realizó durante su vida en bien de la Iglesia y las almas.
Sé que muchos se retirarán avergonzados al conocer los pecados de Nuestro Padre. Yo me quedo aquí, con los que queden, para continuar la hermosa obra que inició el P. Maciel, defendiendo nuestro carisma fundacional, para que no se pierda nada de todo lo bueno que él nos dejó en herencia.
Soy «la otra hija del P. Maciel» y, aunque no soy noticia, a él, mi padre («Nuestro Padre»), sólo le debo (al igual que ayer y que siempre) un gran respeto, una venerable admiración, un profundo cariño filial y un sincero y enorme agradecimiento. ¡Que Dios lo guarde en su Gloria!
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