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Carta de Álvaro Corcuera L.C.
Muy estimados en Jesucristo:
Les escribo estas líneas delante de Cristo Eucaristía, para agradecerles todas sus oraciones y cercanía. Es una muestra del espíritu de familia con el que Dios nos ha bendecido en su infinita bondad. También les escribo para manifestarles mi más sincero y afectuoso apoyo, como un hermano que lo único que quiere es estar a su lado y unirnos en torno a Jesucristo, centro de nuestras vidas.
En estos momentos queremos ver todo desde la fe, la esperanza y la caridad, actuar según el Corazón de Cristo, que se encarnó y nos redimió.
Estamos viviendo unos momentos de dolor y sufrimiento. Y, en este dolor, una experiencia del amor infinito de Dios, que nos pide seguir adelante con paz y bondad pues lo único que quiere en nuestras vidas es que experimentemos la felicidad de ser sus hijos. Por experiencia propia, cada vez que puedo estar con Ustedes, veo el amor de Dios que está en sus corazones, como espejo que ilumina las vidas de tantos hombres, y nos une entre nosotros como una sola familia.
En la Eucaristía, en oración, le pedía a Jesucristo que me ayudase a decir las palabras justas para dirigirme a ustedes en este momento. Humanamente no ha sido fácil, pero en estas situaciones es cuando Él nos dice: «confía en mí, coloca todo en mi corazón». Nos ama hasta el extremo y nos cuida como el Buen Pastor, que nunca permite que caigamos en la soledad y oscuridad: «Cuando camino por cañadas oscuras, nada temo, porque el Señor va conmigo» (Salmo 22 [23], 4).
Yo sé que todos queremos actuar, como dice San Pablo, en la verdad. Como enseña San Agustín: «Sólo la verdad triunfa» y añade «La victoria de la verdad es la caridad» (Sermón 358, 11) La caridad todo lo soporta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta. (cf. 1 Cor 13, 7) Es el peso del amor lo que dará la respuesta que Él quiere para darnos paz a nuestras almas.
Sobre la verdad, lo primero que vemos ante Cristo, es que Él es la Verdad, que nos lleva a ver todo desde Él. En este caso, sobre la persona de Nuestro Padre fundador, no puedo sino reconocer todo el bien que he recibido por medio de él. Muchas personas hemos recibido de Dios, a través del carisma que nos transmitió, lo que ha dado sentido a nuestras vidas: el amor a Jesucristo, a la Santísima Virgen, a la Iglesia, al Papa, a las almas. Estos son nuestros amores.
En lo personal le estoy agradecido por haber sido el instrumento de Dios por el que toda mi vida ha logrado un sentido, caminando hacia la salvación eterna, el camino hacia Dios. Para mí, esto es verdad y sería imposible tener palabras suficientes para agradecer.
También es verdad que fue un hombre y que estos temas que nos han dolido, sorprendido —y que creo no podemos explicar con nuestro entendimiento— ya están en el juicio de Dios. Es verdad que hay mucho dolor y mucha pena. Como en una familia, estas penas nos unen y nos llevan a sufrir y gozar como un mismo cuerpo. Esta circunstancia que vivimos, nos invita a ver todo con mucha fe, humildad y caridad. Así la colocamos en las manos de Dios Nuestro Señor, que nos enseña el camino de la misericordia infinita.
Por mi parte, no dudo en pedir perdón por todo este sufrimiento. Y suplico a Dios con todo mi ser que nos conceda a todos verlo desde el corazón de Jesucristo.
La verdad, en la caridad, nos hace pensar, hablar y actuar como Jesucristo.
Yo sé que en todo lo que yo pueda expresar, me quedaré muy corto, pero quisiera manifestarles toda mi cercanía, gratitud y oraciones, con la certeza de que «para el que ama, TODO contribuye al bien» (cf. Rm 8, 28).
La Santísima Virgen nos guía. Hace unos días fuimos a la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe. Ahí, con varios miembros del Movimiento, rezamos el Rosario. María nos acoge y sorprende con su amor, y nos vuelve a decir al corazón: «Hijo, ¿no estoy aquí, que soy tu Madre? No te aflijas ni te entristezcas».
Sé que estas reflexiones son generales. Estas actitudes que he querido compartir con ustedes son la respuesta que quisiera que encontrásemos en nuestros corazones.
Ver todo desde Él, ver hacia delante, no detenernos ni cansarnos de hacer el bien. Son tiempos de santidad, humildad, caridad y en todo, ser instrumentos de Dios para hacer el bien.
¡Dios les bendiga siempre!
Su hermano afectísimo en Cristo y el Movimiento.
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