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Indígenas

Entre las muchas palabras que aparecen de vez en cuando en la vida pública hay una que reúne significados no siempre bien comprendidos: «indígenas».

¿Qué es un indígena? Alguno pensará en un hombre de cultura primitiva, que no ha entrado en la civilización occidental. Esta definición tiene un pequeño error: exalta una forma cultural (la que ahora domina) para, desde ella, etiquetar a los demás como si se encontrasen en una situación de retraso, de inferioridad. Un indígena puede no saber usar la computadora o el teléfono, pero ello no lo toca en su dignidad fundamental: es un ser humano como nosotros, aunque no lleve ningún vestido de marca. Otras veces algunos piensan lo contrario: ven al indígena como superior mientras que los hombres y mujeres que visten según el estilo occidental serían seres sin personalidad, masificados, culturalmente pobres y llenos de complejos y frustraciones...

Otro dirá que indígena es el que pertenece a una raza autóctona, es decir, a una raza que vive en el mismo lugar donde se originó. Si vamos miles de años hacia atrás, hombres autóctonos serán muy pocos: los que nacieron y vivieron, tal vez, en un lugar de África (si allí empezó la especie humana), y luego invadieron y ocuparon toda la tierra. Todos los demás, desde los blancos de Suecia hasta los negros de algunas islas de Oceanía, somos «invasores» de tierras despobladas. A veces un pueblo se convierte en invasor de regiones conquistadas por otros invasores...

Si se sigue la anterior definición y la aplicamos a la situación actual de Hispanoamérica, para algunos «indígena» sería todo ciudadano americano «originario», es decir, descendiente directo de los pobladores que vivían aquí antes de que llegasen los «barbudos» españoles. Lo cual es algo bastante subjetivo, pues muchos de esos indígenas también vinieron de alguna parte a poblar América (quizá incluso atacaron a pobladores más primitivos, más «indígenas»), y no siempre es fácil determinar quién tiene sangre no mezclada con la de otros pueblos. Además, ¿no podemos decir que se han convertido en «indígenas» los que desde tantos lugares del planeta han emigrado para vivir en América y hoy disfrutan del mismo sol y se unen al esfuerzo de muchos americanos por construir un mundo más justo y feliz?

De todos modos, la palabra «indígena» sigue siendo usada. En ella se recoge sobre todo el significado de poblador autóctono, sin que se deje de lado la primera definición (persona de una cultura distinta de la cultura dominante). Si estamos atentos, también habría que decir que el español (en España, claro está, pues sería «originario» de ese lugar) es indígena. Pero, ¿dejaría de serlo cuando viaja a México o a Uruguay para vivir allí? Entonces, si un grupo de aztecas conquista y puebla tierras de otros indígenas, ¿dejan de ser indígenas para convertirse en otra cosa? ¿Y qué ocurre si un maya decide coger las maletas e irse a trabajar a los Estados Unidos? ¿Dejará de ser indígena para convertirse en invasor de un país poblado por «indígenas americanos» y por otros colonos de muchas razas distintas que han ido a vivir a ese país?

Es cierto que existen entre los hombres diferencias de raza, de cultura, de religión, de mentalidad. Pero con la palabra «indígenas» ponemos una etiqueta en un grupo de personas que no nos dice mucho sobre el modo de ser de este grupo. Para saber cómo son los indígenas, hay que conocer sus valores, las reglas de vida, el respeto a los demás (niños no nacidos, niños esclavos, varones y mujeres, ancianos, enfermos), la religión que profesan. Con estos parámetros descubriremos que pueblos con alta tecnología pueden ser sumamente «primitivos» (pues permiten, por ejemplo, el aborto de los niños o la discriminación de personas según las razas), mientras que otros pueblos con poca tecnología (ya no los llamaremos indígenas, pues el término es ambiguo) tienen un nivel de civilización muy alto, pues respetan la vida, cuidan a los ancianos y enfermos, acogen al forastero y saben rezar en lo más profundo de sus corazones.

Hay que reconocer también que las normas que dominan en un grupo o en una cultura no lo son todo. Es claro que en algunos pueblos ha sido legal la esclavitud, pero no por ello todos tenían esclavos, ni todos estaban de acuerdo con este triste fenómeno humano. En una población «indígena» encontraremos una serie de reglas dominantes, pero luego cada uno puede vivir de un modo distinto. Es decir, en cada grupo humano hay egoístas y generosos, opresores y oprimidos, trabajadores y holgazanes.

Un país que viva plenamente la justicia no puede proteger sólo a algunos grupos de ciudadanos según criterios más o menos confusos. Si en una región de Europa llegan mexicanos a trabajar, y lo hacen con honradez y eficacia, causa indignación cuando algunos defienden a los «indígenas blancos europeos» en contra de los «extranjeros» sólo porque los primeros son de allí y los otros vienen de fuera. Lo mismo se puede aplicar entre las distintas razas o pueblos que viven en una misma nación. Los de una región no pueden despreciar a los de otra con la excusa de que no quieren que nadie cambie las «cosas» (lengua, costumbres y modos de vivir) como están. El inmovilismo, a pesar de las apariencias, no es conservación, sino, muchas veces, inicio de decadencia y de muerte.

El «indigenismo», como cualquier «ismo», tiene el peligro de despreciar a los otros, de establecer discriminaciones contrarias a los derechos humanos. Hay casos en los que sería injusto prohibir la entrada en una zona de indígenas a otros seres humanos (de raza blanco o negra, por ejemplo) simplemente porque son de una cultura distinta. Lo que importa es ver lo que piensan y lo que hacen quienes van de una zona geográfica a otra. Por encima de cualquier «ismo» nos queda mirar al hombre en su dignidad, en su valor. No importa de dónde venga o de qué raza sea. Lo único que vale es su humanidad y su honradez.

Se sigue hablando mucho de los indígenas. Es un asunto que preocupa mucho no sólo en Hispanoamérica, sino en todo el mundo (basta con ver todo lo que se discute en las Naciones Unidas sobre el tema). Mientras, nuestros niños nos enseñan que hay algo más importante que las razas o que los lugares de nacimiento. El valor de cada hombre radica precisamente en su ser hombre, en su ser un hermano nuestro, aunque hable un idioma distinto, tenga otro color de piel o no conozca nuestras tradiciones.

Un mundo justo se construye sobre el respeto de todos, sin que nadie pueda sentirse «privilegiado» para despreciar a otros, se trate de indígenas o de no indígenas. Basta con pertenecer a la misma especie humana para que cada uno pueda exigir, justamente, el que se le respeten sus derechos fundamentales.

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