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¿Se puede salir del infierno?
Una de las más grandes desgracias de los progresistas cristianos es que se creen más buenos que Dios. Sostienen que el infierno va contra la naturaleza de Dios, que «es Amor»
La eternidad de las penas
El tercer elemento que configura la realidad del infierno es que sus penas son eternas. Si sus penas fuesen temporales estaríamos en presencia de un falso purgatorio. Al respecto es curioso que muchos protestantes que niegan la realidad del purgatorio, prácticamente lo aceptan al sostener que las penas del infierno son temporales.
¿Por qué razón las penas del infierno son eternas? Dice Santo Tomás: «La pena del pecado mortal es eterna, porque por él se peca contra Dios, que es infinito. Y como la pena no puede ser infinita en su intensidad, puesto que la criatura no es capaz de cualidad alguna infinita, se requiere que, por lo menos, sea de duración infinita» [45].
Los que niegan la eternidad del infierno lo suelen hacer por alguna de las siguientes hipótesis:
- O porque el pecador repara sus faltas y se rehabilita, hipótesis condenada por la Iglesia [46] y totalmente absurda ya que, fuera del tiempo, es imposible el cambio con relación al último fin.
- O porque Dios lo perdona sin que se arrepienta el condenado, lo cual contradice a la justicia de Dios, a su infinita sabiduría y al amor mismo de Dios.
- O porque Dios lo aniquila volviéndolo a la nada, lo cual también contradice la sabiduría de Dios y a su justicia.
Esta última hipótesis parece ser la que sostiene el teólogo progresista Eduardo Schillebeeckx, OP. Sostiene literalmente que: «No se sabe si hay hombres que hagan el mal con voluntad definitiva, rechazando la gracia y el perdón de Dios; pero si hay hombres -es una hipótesis- que no tienen relación teologal con Dios, éstos no tienen ni siquiera el fundamento de la vida eterna. El infierno es el final de quienes hacen el mal de forma definitiva. Su muerte física es también su final absoluto. Por tanto, desde el punto de vista escatológico, sólo existe el cielo.
Es una cosa totalmente distinta de la apocatástasis o recapitulación general de Orígenes y otros. Repito: no sé si existirán hombres tan perversos que rechacen la gracia y el perdón de Dios. Es posible que todos los hombres estén destinados al cielo; pero, en todo caso, si eventualmente existen hombres malvados, en el sentido de definitivamente malvados, su muerte física sería el final de su existencia. Existe sólo el cielo, y no junto a un infierno donde los hombres sufren el fuego y las penas para toda la eternidad. Va contra la naturaleza de Dios, que es Amor, el que los hombres sean castigados eternamente. Para mí, como hombre de fe, es impensable que, mientras que la alegría inunda el cielo, haya personas a dos pasos [47], en medio de sufrimientos infernales y eternos. No puede existir un infierno que sea el reverso de la alegría eterna del Reino de Dios. No existe más que el Reino de Dios» [48].
Una de las más grandes desgracias de los progresistas cristianos es que se creen más buenos que Dios. Sostienen que va contra la naturaleza de Dios, que «es Amor» (1Jn 4, 16), ¡lo que ha revelado el mismo Amor encarnado! Pretenden enseñarle a la Sabiduría Infinita lo que pertenece o no a su naturaleza. Le indican al Amor Subsistente cómo debe ser su Amor. Da la impresión que nos consideran tan estúpidos que vamos a hacerles caso a ellos, en contra de Jesucristo.
Continua hipotizando: «Cielo e infierno son posibilidades antropológicas porque el hombre es finito, su libertad es finita, puede elegir el bien o el mal de una forma definitiva. Es un dato antropológico. Si existen estos hombres que optan por el mal, no lo sé. Pero aun admitiendo que existan, el infierno no existe [49]. No hay una vida infernal» [50]. Por algo se la llama muerte eterna. Pero eso no quiere decir que el infierno no exista. Mal que le pese al dominico belga de lengua flamenca, es dogma de fe definido que los demonios están condenados, ya, en el infierno, y, por tanto, éste existe; y, asimismo, es dogma de fe definido que «el hombre que muere en pecado grave tiene que vivir eternamente en el estado del infierno» [51], y, por tanto, éste existe.
A continuación, este teólogo «católico», muy suelto de cuerpo, afirma la vieja doctrina gnóstica de la aniquilación: «Si hay alguno que en su vida es capaz de separarse totalmente y de forma definitiva de la comunión con el Dios de la vida, éste está destinado a la aniquilación de su propio ser» [52]. Schillebeeckx es peor que los nazis que mataban el cuerpo, pero no podían matar el alma; él no solo desintegra los cuerpos, sino que quiere que Dios desintegre las almas. ¡Qué poco respeto por la persona humana! ¿Dónde queda la inmortalidad del hombre? En su cerrazón quiere obligar a Dios que haga lo que Dios nunca hará. Ignora Schillebeeckx que Santo Tomás, quien debería ser su maestro, enseña: «Aunque por el hecho de que uno peca contra Dios, que es Autor del ser, merece perder el mismo ser; considerado, sin embargo, el desorden de su mismo acto, no debe perderlo: porque el ser se presupone para el mérito o el demérito, ni tampoco por el desorden del pecado se quita o se corrompe el ser. Y, por lo tanto, no puede ser adecuada pena de alguna culpa la privación del ser mismo» [53].
El Angélico Doctor sostiene que nada se aniquila y lo demuestra aún del punto de vista natural: «Las naturalezas de las criaturas demuestran que ninguna de ellas es aniquilada: porque o son inmateriales, donde no hay potencia para no existir; o son materiales, y estas subsisten siempre, por lo menos en cuanto a la materia, que es incorruptible como sujeto existente de la generación y corrupción. Tampoco pertenece a la manifestación de la gracia reducir algo a la nada, porque más se muestra la omnipotencia y bondad de Dios en la conservación de las cosas en su ser. Luego, debemos decir simplemente [simpliciter] que ninguna cosa se aniquila» [54].
Continua el «teólogo feliz» con expresiones semejantes a las que utilizáramos antes y a las que ya hice referencia: «Algunos teólogos me dicen: «Entonces no hay castigo para el mal que se comete». Respondo: no se entiende lo que se quiere decir estar con Dios durante toda la eternidad. Para los hombres no habría una vida de comunión con Dios... Es terrible. Dios no tiene sentimientos de venganza. Para mí es imposible esta coexistencia del cielo eterno para los buenos y el infierno para los malos, que reciben un castigo eterno. El «éschaton» o cumplimiento último es exclusivamente positivo: no existe un «éschaton» negativo. Es el bien, no el mal, el que tiene la última palabra. Este es el mensaje y esta la praxis de la vida de Jesús de Nazaret» [55]. El dominico de Nimega ignora que Dios triunfa por su misericordia con los que se salvan y triunfa por su justicia con los que se condenan, y que aún con éstos tiene misericordia «en cuanto son castigados menos de lo que lo merecen» [56]. O como decía Santa Catalina de Siena en una oración dirigida al Padre celestial: «En el infierno resplandece tu gloria por la justicia que se verifica en los condenados; más también obra con ellos la misericordia, puesto que no tienen el castigo tan grande como habían merecido» [57].
Schillebeeckx ignora que el mensaje y la vida de Jesús de Nazareth incluye la clarísima enseñanza de que existe el infierno con su pena de daño: «Apartaos de mí, malditos...», con su pena de sentido: «...id al fuego...», con su eternidad: «...eterno...», y con sus habitantes: «E irán éstos a un castigo eterno». No deben creer que «Jesucristo ha venido en carne» (1Jn 4, 2) quienes niegan verdad, autoridad y utilidad a todas sus palabras. Quienes creemos que Él es «el Verbo [que] se hizo carne» (Cf. Jn 1, 14) confesamos, y por ello estamos dispuestos a dar la vida si fuese necesario, a Cristo: «Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 68). Y también son palabras de vida eterna sus palabras sobre el infierno.
Schillebeeckx sostiene que no hay simetría entre la noción de cielo y la de infierno, y por tanto, la noción de infierno no puede hacer de contrapunto a la del cielo, pero no se da cuenta que el más perfecto contrapunto del cielo es el «infierno» que él propone, ya que contrapone al mismo Ser Subsistente -que es el objeto de la visión y fruición del cielo-, el nihil -la nada- en que terminan los condenados, en su teoría. Para Santo Tomás no hay ningún contrapunto entre la predestinación y la reprobación. La primera es toda obra de Dios correspondida por el hombre; la segunda, comienza por la desviación de la criatura que prefiere la carencia a la plenitud del ser. En la aniquilación de Schillebeeckx no hay lugar para Dios; en el infierno revelado hay lugar para Dios que, naturalmente, está por esencia, presencia y potencia, y en la conciencia de los condenados que allí sí saben lo que perdieron por culpa propia. Tal vez en ningún otro punto de doctrina se vé tanto la asimetría entre la fe católica y la fe progresista, como en éste del infierno.
Por el contrario, la Iglesia Católica enseña, sin ir más lejos en mayo de 1979, con toda claridad que «Ella cree en el castigo eterno que espera al pecador, que será privado de la visión de Dios, y en la repercusión de esta pena en todo su ser... Esto es lo que entiende la Iglesia cuando habla del infierno...» [58]. Nosotros debemos hacer caso a quien Jesucristo prometió la indefectibilidad y no a los teólogos del disenso.
Me parece que la principal dificultad contra la doctrina católica del infierno brota, justamente, de no conocer lo que es el amor: «¿quién puede garantizar, sin destruir el mismo amor, que el amor realmente ofrecido no puede convertirse en un amor libremente rehusado?» [59]. Genialmente el Dante colocó en la entrada del infierno: «Los que entráis aquí, abandonad toda esperanza»; y agregó:
«La Justicia movió a mi sublime Hacedor;
Soy la obra del Divino Poder,
de la Suprema Sabiduría y del Primer Amor».
Comenta el P. Lacordaire: «Si fuese únicamente la justicia la que hubiese abierto el abismo, aún tendría remedio; pero es también el amor, el Primer Amor, quien lo ha hecho: he ahí lo que suprime toda esperanza. Cuando uno es condenado por la justicia, puede recurrir al amor; pero cuando es condenado por el amor, ¿a quién recurrirá? ... El amor no es un juego. No se es amado impunemente por un Dios, no se es amado impunemente hasta la muerte de cruz. No es la justicia la que carece de misericordia; es el amor mismo el que condena al pecador. El amor -lo hemos experimentado demasiado- es la vida o la muerte; y si se trata del amor de Dios, es la vida eterna o la eterna muerte» [60].
Por eso, sabiamente afirma Cornelio Fabro: «sin la eternidad de las penas del infierno y sin infierno la existencia se convierte en una gira campestre» [61], en un pic-nic. Cita a Kierkegaard: «Una vez eliminado el horror a la eternidad (o eterna felicidad o eterna condenación), el querer imitar a Jesús se convierte en el fondo en una fantasía. Porque únicamente la seriedad de la eternidad puede obligar, pero también mover, a un hombre a cumplir y a justificar sus pasos». Los progresistas han eliminado el horror a la eternidad y sus predicaciones, sus acciones pastorales, su evangelización ...¡son una fantasía! Sin eternidad el seguimiento de Cristo ...¡es una fantasía! No quieren la seriedad de la eternidad y por eso son incapaces de obligarse, moverse, cumplir y justificar sus acciones. Sin la posibilidad concreta de la eterna condenación, la eternidad del cielo es fútil, pueril, insignificante. La pérdida de la seriedad de la eternidad, y no la supuesta falta de vocación, está en la base de la claudicación de tantos sacerdotes y religiosas [62].
Quien no está convencido de la seriedad de la eternidad, no convence a nadie, sus palabras son aire que se lleva el viento y sus obras pesan lo que tela de araña. ¿A quién puede convencer la frivolidad del infierno gnóstico, producto de la cultura de la trivialización?
Todavía hay que decir más. Los que quieren extender en demasía la misericordia, en el fondo, la acortan. Así es. Algunos se creen muy misericordiosos, pero en el fondo son crueles, porque si se terminase el castigo para los ángeles malos y los condenados, no se ve porqué motivo no se terminaría la bienaventuranza para los ángeles y los santos. Enseña Santo Tomás: «Así como los ángeles buenos son bienaventurados por su conversión a Dios, del mismo modo los ángeles malos son reprobados por su aversión a Dios. Por tanto, si la miseria de los ángeles malos alguna vez hubiere de terminar, también la bienaventuranza de los buenos tendría fin, lo cual es inadmisible» [63]. Y en otra parte explica porque este error de Orígenes fue reprobado por la Iglesia: «porque, por una parte, extendía demasiado la misericordia de Dios, y por otra la coartaba demasiado. Pues la misma razón parece que hay para que los ángeles buenos permanezcan en la bienaventuranza eterna y que los ángeles malos sean castigados para siempre. De ahí que, así como afirmaba que los demonios y las almas de los condenados en un tiempo serían librados de las penas, así decía que los ángeles buenos y las almas de los bienaventurados volverían de la bienaventuranza a las miserias de la vida» [64]. Y aún: «Es totalmente irracional [pensar que terminará en algún tiempo el castigo de los condenados]. Del mismo modo que los demonios están obstinados en su malicia, y por eso estarán eternamente castigados, así están también las almas de los hombres que mueren sin caridad, dado que 'la muerte es para los hombres lo que la caída para los ángeles' [65] como dice San Juan Damasceno» [66].
Notas
[45] S.Th., Suppl. 99, 1.
[46] Dz. 211.
[47] «...a dos pasos...», esto no es más que la imaginación del A. Si hiciese más caso al Evangelio de Jesucristo se daría cuenta que «entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo» (Lc 16, 26). El infierno no está a dos pasos del cielo como pretende Schillebeeckx.
[48] Soy un teólogo feliz, Entrevista con Francesco Strazzari, Soc. Educación Atenas, Madrid, 1994, pp. 100-101.
[49] Es claro que Schillebeeckx niega el infierno. Para él la lógica del bien, tal como se expresa en la praxis del reino, lleva, sobre la base de la promesa y de la gracia, al cumplimiento final de la felicidad eterna; la lógica del mal no lleva, en cambio, a ninguna parte; y si hay alguno que es capaz, en su vida, de separarse total y definitivamente de la comunión con el Dios de la vida, este está destinado a la aniquilación de su propio ser: «pero no hay ningún reino de sombras infernal junto al reino de Dios de la felicidad eterna.[...] El éschaton, o sea, lo que es último, es exclusivamente positivo. No hay ningún éschaton negativo. El bien, no el mal, tiene la última palabra. Este es el mensaje y la característica de la praxis humana de Jesús de Nazaret, a quien, por esto, los cristianos confiesan como el Cristo» (E. Schillebeeckx, El hombre, imagen de Dios).
[50] Ibid., nota 48.
[51] Michael Schmaus, Teología Dogmática, Ed. RIALP, Madrid, 1965, t. VII, p. 429.
[52] Ibid., nota 48.
[53] S. Th., Suppl., 99, 1, ad 6.
[54] S. Th., I, q. 104, a. 4, c.
[55] Ibid., nota 48.
[56] S.Th., Suppl.,99, 2, ad 1.
[57] Taurisano, Preghiere ed elevazioni de S. Caterina, Roma, 1932, p. 105.
[58] Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta sobre algunas cuestiones referentes a la escatología, del 17 de mayo de 1979, publicada en Mundo Mejor del 4 de agosto de 1979.
[59] Cf. Martelet, G., L'audelà retrouvé, París, 1975, p. 182; citado por Juan L. Ruiz de la Peña, La otra dimensión. Escatología cristiana, Ed. Sal Terrae, Santander, 1986, p. 265.
[60] Conferencias de Nuestra Señora de París, conf. 72 (año 1851). Cf. Obras completas, traducción del P. Castaño, Madrid, 1926, t. 7, pp. 186-187. (Citado por Antonio Royo Marín, O.P., Teología de la Salvación, B.A.C., Madrid, 1965, p. 328).
[61] La aventura de la teología progresista, Eunsa, Pamplona, 1976, p. 230.
[62] Afirma Hans Küng: «...No es extraño que actualmente ni a los mismos obispos les resulte fácil responder convincentemente a la pregunta de por qué permanecer en la Iglesia o simplemente en el ministerio, cuando ya no se puede amenazar con el infierno...» (Mantener la esperanza. Escritos para la reforma de la Iglesia, Ed. Trotta, 1993, p. 18). En la actualidad más de 900 sacerdotes abandonan el ministerio (cf. L'Osservatore Romano, del 27 de mayo 1994, p. 7); y según el CELAM en América Latina cada 30 minutos 200 católicos dejan la Iglesia Católica para pasar a las sectas (AICA, nº 2066, 24 de julio de 1996, p. 157).
[63] IV Sent. d. 46, q. 2, a. 3 sc. praet.
[64] IV Sent. d. 46, q. 2, a. 3, sol.1; cf. Suppl. 99, 2, c.
[65] De fide orth. lib. 2, cap. 4.
[66] IV Sent. d. 46, q. 4, sol. 2; cf. Suppl. 99, 3.
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