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Ser libres

En una «lectio divina» ofrecida, el 20 de febrero de 2009, por Benedicto XVI a los seminaristas habló el Santo Padre de la Libertad.

No es, por decirlo así, expresión fácil de llevar a cabo.

El 6 de noviembre de 1992, durante la ceremonia de su iniciación en la Academia Moral y Ciencias Políticas del Instituto de Francia, el entonces Cardenal Ratzinger vino a decir que para que una sociedad se pueda considerar libre las personas que la conforman han de compartir las convicciones morales llamadas fundamentales y, además, «altas normas morales».

Pero, además, para que una sociedad sea verdaderamente libre, hizo hincapié en que las convicciones citadas supra no pueden ser «impuestas ni arbitrariamente definidas por la fuerza».

Por tanto, la libertad, ser libre, para un cristiano, es algo, digamos, de importancia radical porque arraiga en su propia naturaleza del hijo de Dios.

Ser libres para ser libres: libertad de y libertad para

La esencia de la libertad es, precisamente, creer que podemos ser libres. Tal noción de libertad, básica en el comportamiento humano, no se aleja, para nada, de una concepción religiosa de la vida.

Por una parte, como descendencia adoptiva del Creador, somos libres porque somos hijos suyos. De tal filiación divina nace la suprema libertad que supone aceptar, o no, la supremacía de Dios sobre nosotros.

Pero, por otra parte, la libertad ha de ser para algo.

Bien dice, en la lectio divina citada arriba, Benedicto XVI que la libertad se entiende como tal cuando se considera «servicio». Esto, que, en principio, puede resultar extraño al mismo concepto filosófico y existencial del término libertad, es, en realidad, la plasmación más exacta de lo que un cristiano ha de entender por libre albedrío.

Tal albedrío lo es perfecto cuando ha escogido libremente (precisamente) entregarse a los demás en el servicio al prójimo. Por eso, es la forma más esperada de comportamiento en un hermano del hermano: servir es, por eso mismo, ser libre; libre para aceptar tal servicio.

De aquí que el Santo Padre les dijera, a los seminaristas que «En otras palabras, libertad humana es, por una parte, estar en la alegría y en el espacio grande del amor de Dios, pero implica también ser una sola cosa con el otro y para el otro. No hay libertad contra el otro».

«No hay libertad sin el otro». Y si el otro no es libre tampoco podemos serlo los que nos reconocemos hermanos.

Ser libres para creer en Dios

No es posible ser libre y hacerlo desde un pensamiento cristiano si, previamente no se considera, con seriedad y consecuencia, la creencia en Dios como punto elemental de partida.

En esto no podemos hacer otra cosa que asentir a lo obvio. Reconocido Dios en nuestras vidas por las huellas que su paso deja en el mundo y en nuestros corazones (templos somos del Espíritu Santo, dejó dicho Pablo en 1Co 6:19) no podemos, de ninguna de las maneras, permitir que se coarte, de la forma que sea, la libertad que tenemos de creer en tan esencial realidad espiritual.

De aquí, de tal creencia, sólo puede inferirse un bien tanto para nosotros como para aquellas personas que, con nosotros, tienen algún tipo de relación porque, de ser consecuentes con aquella la libertad se transforma, a modo de externalidad de nuestro corazón, en luz que puede iluminar la existencia de algún hermano nuestro.

Ser libres para proclamar el Evangelio

La Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española, emitió un documento, el 22 de abril de 1986, titulado «Católicos en la vida pública» en el que se explicita, de forma clara, la importancia de la evangelización:

«La evangelización y la formación religiosa de los cristianos está íntimamente relacionada con la formación y educación general de los jóvenes y de los adultos. Por otra parte, instruir y educar es un servicio personal y social que la Iglesia y los cristianos han valorado siempre entre las acciones más importantes que se pueden hacer en favor del prójimo» (150)

De aquí que ser libres para proclamar la verdad del Evangelio ha de estar entre las formas más evidentes de lo que supone, al fin y al cabo, ser libres.

En una ocasión, dijo Jesucristo a sus discípulos algo que resulta básico para un discípulo suyo: "Lo que os digo de noche, decidlo en pleno día; y lo que escucháis al oído, pregonadlo desde la azotea". Esto lo recoge el que fuera publicano Mateo, en su Evangelio (En 10:27)

Y nosotros, a tantos siglos temporales de distancia (pero a ninguno espiritual) sólo nos queda asentir: somos libres para proclamar la Buena Noticia de la llegada, a nosotros, del Reino de Dios.

Y libres quiere decir libres.

Ahora en...

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