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Amar con condiciones

¿Qué se entenderá hoy, por amar con toda la fuerza que significa hacerlo? Tantas guerras, tantos conflictos, tanta corrupción. ¿Es que faltará el suficiente altruismo y magnanimidad para afrontar la vida, o sobrará egoísmo? El ingrediente de la confianza, para amalgamar las relaciones humanas, parece perdido. Y tal vez ni siquiera se busque mucho. Y eso parte desde las células más pequeñas de relaciones, como la familia.

Cada vez más se escuchan comentarios sobre la forma de encarar las relaciones familiares, especialmente sobre la perdurabilidad de ésas relaciones y la predisposición para afrontarlas. Y note que se ha transformado en un clásico el manifestar el miedo al famoso «para toda la vida». Se lo considera una ingenuidad impropia de los tiempos actuales.

Si analizamos un momento, lo que en realidad representa ese miedo es básicamente, un real miedo a vivir, un pánico a los riesgos, a las dificultades, a los sacrificios, ya que implica, solapadamente, una patética desesperación de salvar los propios egoísmos.

El que ama con condiciones, en realidad no ama, sino que busca primero, ser amado.

Es una cosa muy distinta. Es manejarse con una raquítica reciedumbre moral.

No asumir compromisos de durabilidad o condicionarlos a circunstancias, además remotas e impredecibles, significa de antemano, suponer una derrota o frustración.

Notemos bien que ésta actitud, pretende liberarse de límites de acción, para, paradójicamente, auto limitarse a la parálisis de la duda. Y lo grave, diría yo, que no es dudar sólo de agentes externos o circunstancias, sino fundamentalmente dudar del otro o de los demás, incluso dudar de sí mismo. Entonces, se desarrolla esa predisposición de desertar del objetivo de construir algo sólido, anteponiéndolo al esfuerzo de enfocar las soluciones para consolidarlos. Es dejarse arrastrar por las circunstancias, como veletas.

Hay que entender bien que ésa actitud no significa ser víctima. Significa ser cómplice. Es como si estuviera llamando los problemas.

Tome en cuenta, que ése temor a «para toda la vida», o condicionar las acciones o emprendimientos para resguardarse de problemas, es una actitud nefasta para afrontar cualquier cosa en la vida. Es siempre encarar lo que se pretende a la defensiva de las dificultades e ingeniarse para desligarse de sacrificios y obligaciones. Laxos de espíritu,

esos personajes son los que en general quieren que existan leyes y normas, pero asegurándose que exista también un mecanismo para neutralizarlas a su antojo. Así, por supuesto, es más fácil y menos riesgoso no encarar un matrimonio en serio, sino simplemente convivir, «juntarse», sin ataduras de común acuerdo. Y lo triste es que se admita ser amado condicionadamente. ¿Se imagina cómo puede fiarse del otro, alguien quien siempre supone la posibilidad de ruptura?

Imagínese por ejemplo un clavadista, esos deportistas que efectúan saltos enormes lanzándose al agua, incluso desde rocas altísimas «clavándose» literalmente en el mar. Eso conlleva grandes riesgos y disciplina, ya que exige una coordinación entre la fuerza del salto, la distancia de separación a las rocas, el viento, el movimiento de subida y bajada del agua al romper las olas en la costa rocosa. Sobre todo hace falta mucho arrojo y valentía. Una vez en el aire, no hay vuelta atrás.

Ahora le pido que imagine al mismo clavadista ponderando todas ésas cosas, y que quiera reducir o anular los riesgos, emprender la bajada en forma más segura, poniendo entonces «condiciones» para realizar la acción. Entonces comienza a bajar por las rocas mismas, crispándose con las manos y los pies, bajando de a poquito, mirando hacia abajo, y viendo de dónde se sostiene que sea más fuerte y seguro. Como escalando hacia abajo. Como queriendo volar sin alas. Lo gracioso además, es que no sería nada raro que se jacte después, de «haber llegado al agua».

Puedo asegurarle que ése modo de actuar es toda una mentalidad, que poco a poco va conformando a un pusilánime existencial, con una gran cobardía ante el futuro.

Es quedarse en la orilla de la grandeza de los emprendimientos, y «esos de la orilla — como escribe Jesús Urteaga— recibirán las burlas de los hombres de tierra firme, y el mismo mar los salpicará con su desprecio».

Notemos que lo realmente penoso, no es escapar de los miedos haciendo desaparecer los problemas o escondiéndose, engañándose uno mismo, sino la incapacidad de abnegación y coraje, para darse a los demás, para afrontar lo que «se ponga adelante» con confianza en los demás y en si mismo. No en forma temeraria, sino valiente.

En definitiva, esto no es otra cosa que afrontar la vida con confianza en Dios, hoy tan olvidado para saltar a la vida y vivir con trascendencia.

Amar con condiciones es borrar la confianza. Es, en cierta forma, negar a Dios. Significa «nunca» arreglar el mundo.

Nunca olvide que la cobardía es el miedo consentido, y que el valor, es el miedo dominado.

No tenga vergüenza de tener miedo, todos lo tienen. Pero domínelo, sea un clavadista en la vida. . . Dios lo cuida.

Ahora en...

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