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Descubrirse asi mismo una experiencia personal

El siglo de las luces nos dejo muy arraigada la idea de que el hombre puede comprenderlo todo a través de la razón. Y efectivamente en la búsqueda del hombre por responder las cuestiones fundamentales de su existencia ha desarrollado a lo largo de la historia un camino intelectual en el que ha tratado de plasmar las respuestas creando así un sinnúmero de saberes y propiciando en el corazón del hombre el sentido de su existencia.

En este largo sendero de búsqueda resulta una paradoja el siguiente hecho: que para descubrir el sentido de la vida misma es necesario descubrirse a sí mismo y para descubrirse a sí mismo es indispensable comprender el sentido de la propia existencia. Y es justo en esta dilucidación donde entran en juego todos los saberes que el hombre ha puesto al servicio de la verdad y que orientarán rectamente el despliegue de toda la estructura personal para situarse frente al mundo y así progresar, realizarse y ser feliz. Y cuando «el ser humano se sorprende al descubrirse inmerso en el mundo este asombro es el que le permitirá vivir una existencia verdaderamente personal» (JP II).

He aquí uno de los problemas de la actualidad. El ser humano está tan inmerso en el mundo que ha dejado de sorprenderse y la consecuencia es el abandonado de su existencia personal. Por ello hoy la masificación, la colectividad y lo impersonal ha tomado tanta fuerza. Las respuestas a las preguntas existenciales que el hombre de todas las épocas se plantea hoy se las responde desde la abrumadora carga informativa que la tecnología le provee y además la posiciona sólo a un nivel de información, no la hace verdaderamente suya y por tanto no afecta su existencia personal, marcando el sentido de su vida lo inmediato y lo fugaz, pensando que conoce muchas cosas pero es incapaz de centrarse en las verdaderamente importantes.

En este contexto podemos claramente situar a la razón en su verdadero lugar. Cuando se le desprecia el hombre se confunde, su voluntad se debilita y la vida sentimental deviene en un movimiento sin dirección fija, pues es propio de los sentimientos que sean conducidos por la luz de la razón y cuando esto no sucede, como el sentimiento necesita una dirección, cae bajo la orientación de la sensibilidad provocando el hundimiento personal en un vacío existencial. Cuando se le exalta y sobrevalora el hombre se enorgullece vanamente y no acepta otro tipo de conocimiento y rechaza como falso e inútil todo aquello que no es racional y su vida se transforma en un idealismo que rompe en meras estructuras dialécticas, se impone su mentalidad positivista destruyendo al paso la metafísica y la moral y la razón de su propia vida es un nihilismo donde lo único valido son las sensaciones, lo efímero, no asume ningún compromiso definitivo y pone como director de la propia vida los sentimientos a pesar de creer en la razón.

Solo por la recta razón y reflexionando críticamente sobre los datos que le arrojan los sentidos puede alcanzar la causa que da lugar a toda realidad sensible (JP II) situándose así frente al mundo para conocerlo, desentrañarlo y descubrirlo, dándose así la oportunidad de descubrirse a sí mismo en él. Pero sólo con su afectividad y todos los sentimientos que allí se encierran el hombre puede enfrentarse interiormente a este mundo, sorprenderse y dialogar con él atreviéndose a traspasar el límite del conocimiento natural y vincularse finamente al conocimiento que sólo puede alcanzar la fe, ya que sólo el conocimiento intelectual iluminado por la fe trasciende la limitación humana.

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