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¿Hay diferencias sustantivas entre el PSOE y el PP? ¿Hay alternativa posible fuera del consenso?
Las diferencias que pueda haber entre PP y PSOE son meramente formales: el PP es la derecha del consenso socialdemócrata. Como única derecha, tiene cautiva una masa de votantes engañada por esa palabra, ¡que el propio PP rechaza, postulándose como centrista!: o sea, como la esencia del reaccionario consenso político. Esa masa, por cierto, católica en su mayoría por convicción o tradición —igual que la de los votantes de los otros partidos tolerados, pero tal vez más ideologizados—, necesita de un partido que se ocupe de los intereses de España como nación; papel atribuido en teoría a la derecha, puesto que la izquierda juega al internacionalismo. Así que, no teniendo otro partido político al que votar, a fin de subsistir políticamente, se acoge sin la menor ilusión al principio del mal menor. Los demás partidos no engañan a nadie de la misma manera, ya que ninguno pretende ser de centro.
Corrupción moral y política
La causa de esta situación es el sistema establecido; se trata de un sistema de desgobierno, organizado para cloroformizar a la nación mediante la corrupción; y no sólo la económica. Por sí sola, la corrupción económica carecería de importancia: lo grave es la corrupción política debida a la perversión de las instituciones, al servicio de la oligarquía. Sin embargo, la más grave de todas las corrupciones es, obviamente, la corrupción moral; y, en este caso, el sistema la ha fomentado, y la fomenta sistemáticamente, a veces frenéticamente. La corrupción moral de la nación es casi una obsesión del consenso político.
¿Era necesario destruir la nación? ¿Es la nación un enemigo político? La nación no es, en sí misma, ni un enemigo ni un ente abstracto, sino la forma histórico-política de la civilización europea. La destrucción de una nación es, pues, una acción descivilizadora, ya que lo esencial de la nación es su êthos, su espíritu, su forma moral. Y, con la perspectiva avalada por los hechos y los frutos que da el transcurso del tiempo, ése ha sido el principal objetivo a batir en la llamada Transición. La unidad moral que es la nación está en trance de destrucción, al emplearse contra ella los medios más diversos en aplicación del principio divide et impera.
La derecha, estatista
Retrospectivamente, a juzgar por los frutos, el gran error del punto de partida fue la preferencia otorgada al Partido Socialista para dirigir la llamada Transición. Pues ese partido es, por definición, ontológicamente antinacional, es decir, antiespañol y descivilizador. No obstante, el socialismo puede gustar o no gustar; mas, al formar parte de la realidad, tiene un legítimo derecho a ser un elemento configurador del orden político. Pero no a costa de eliminar lo que suele llamarse la derecha, suplantada hoy por una derecha socialdemócrata no menos estatista.
Hoy, un partido seriamente conservador o liberal sería tildado de extrema derecha, y todos se unirían frente a él -en primer lugar, el PP, que sería el más amenazado, y, desde luego, los medios de comunicación libres, a fin de parecerlo- en defensa del orden constitucional, el consenso oligárquico, que, como es lógico, no pone en cambio ninguna traba a partidos extremistas de izquierda, ni siquiera ya a ETA.
Objetivo: aniquilar la conciencia
En suma, la socialdemocracia ha desencadenado en España una especie de Kulturkampf contra la cultura y la tradición españolas y contra el êthos de la nación, utilizando el método de la revolución legal, que es más letal que la revolución violenta marxista-leninista. En efecto, justificándose con su humanitarismo y su pacifismo, mima los cuerpos y corrompe las almas, alterando poco a poco, insensiblemente, los contenidos de la conciencia: el objetivo último de todo totalitarismo, como suelen repetir los dos últimos Papas.
Errores políticos y morales
«La ideología socialdemócrata es la que ha inspirado y sigue inspirando el consenso político, pues, la derecha se limita a seguir los pasos del PSOE, director del tinglado del consenso, criticando sus errores económicos más o menos nominalmente o enmendándolos, mientras consolida los errores políticos y los morales».
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