Un nuevo Syllabus para el siglo XXI
El anuncio, hecho por Benedicto XVI luego del Angelus de año nuevo, de un viaje a Asís, el próximo octubre, para celebrar un nuevo encuentro interreligioso para orar por la paz, ha estimulado las controversias no sólo sobre el llamado "espíritu de Asís", sino también sobre el Concilio Vaticano II y el postconcilio.
El profesor Roberto de Mattei –flamante autor de una redacción de la historia del Concilio que culmina en el pedido a Benedicto XVI para que promueva "un nuevo examen" de los documentos conciliares, y así disipar la sospecha que éstos últimos habían roto con la doctrina tradicional de la Iglesia– ha firmado junto a otras personalidades católicas un pedido al Papa, para que el nuevo encuentro de Asís "no reencienda las confusiones sincretistas" del primero, convocado el 27 de octubre de 1986 por Juan Pablo II en la ciudad de san Francisco.
En efecto, en el año 1986, el entonces cardenal Joseph Ratzinger no fue a ese primer encuentro, del cual fue crítico. Por el contrario, participó en una réplica celebrada también en Asís el 24 de enero del 2002, a la que adhirió "in extremis" luego de haberse asegurado que los equívocos del encuentro anterior no se volverían a repetir.
El equívoco principal alimentado por el encuentro de Asís del año 1986 fue el de equiparar las religiones como fuentes de salvación para la humanidad. Contra este equívoco la Congregación para la Doctrina de la Fe emitió en el año 2000 la Declaración "Dominus Iesus", para reafirmar que todo hombre no tiene otro salvador que Jesús.
Pero también como Papa, Ratzinger ha vuelto a alertar contra las confusiones. En un mensaje al obispo de Asís, del 2 de setiembre del 2006, ha escrito:
"Para que no haya equívocos con respecto al sentido de lo que Juan Pablo II quiso realizar en 1986, y que se ha calificado con una expresión suya como 'espíritu de Asís', es importante no olvidar el cuidado que se puso entonces para que el encuentro interreligioso de oración no se prestara a interpretaciones sincretistas, fundadas en una concepción relativista. […] Por eso, también cuando nos reunimos para orar por la paz es necesario que la oración se desarrolle según los distintos caminos que son propios de las diversas religiones. Esta fue la opción que se hizo en 1986, y sigue siendo válida también hoy. La convergencia de personas diversas no debe dar la impresión de que se cae en el relativismo que niega el sentido mismo de la verdad y la posibilidad de alcanzarla".
Y en una visita a Asís el 17 de junio del 2007, ha dicho en la homilía:
"La elección de celebrar ese encuentro en Asís fue sugerida precisamente por el testimonio de Francisco como hombre de paz, al cual tantos miran con simpatía incluso desde otras posiciones culturales y religiosas. Al mismo tiempo, la luz del 'Pobrecillo' sobre esa iniciativa era una garantía de autenticidad cristiana, ya que su vida y su mensaje se apoyan de modo tan visible en la opción por Cristo, que rechaza a priori cualquier tentación de indiferentismo religioso, que nada tendría que ver con el auténtico diálogo religioso. […] No podría ser actitud evangélica, ni franciscana, el no lograr conjugar la acogida, el diálogo y el respeto por todo con la certeza de fe que cada cristiano, a la par que el santo de Asís, se espera que cultive, anunciando a Cristo como camino, verdad y vida del hombre, único Salvador del mundo".
Volviendo a la controversia sobre el Concilio Vaticano II, hay que señalar un congreso importante celebrado el 16-18 de diciembre pasado en Roma, a pocos pasos de la basílica de san Pedro, "para una justa hermenéutica del Concilio a la luz de la Tradición de la Iglesia".
Bajo el juicio crítico de los expositores estaban sobre todo la naturaleza "pastoral" del Vaticano II y los abusos que se han llevado a cabo en su nombre.
Entre los expositores estuvieron el profesor de Mattei y el teólogo Brunero Gherardini, de 85 años de edad, canónico de la basílica de san Pedro, profesor emérito de la Pontifica Universidad Lateranense y director de la revista de teología tomista "Divinitas".
Gherardini es autor de un volumen sobre el Concilio Vaticano II que concluye con una "Súplica al Santo Padre", en la que se pide que se sometan a revisión los documentos del Concilio, para aclarar de una vez por todas "si, en qué sentido y hasta qué punto " el Vaticano II está o no en continuidad con el anterior magisterio de la Iglesia.
El libro de Gherardini tiene el prefacio de Albert Malcolm Ranjith, arzobispo de Colombo y ex secretario de la Congregación vaticana para el Culto Divino, creado cardenal en el consistorio del pasado mes de noviembre.
Ranjith es uno de los dos obispos a los que www.chiesa ha dedicado recientemente un servicio con este título:
> Los mejores alumnos de Ratzinger están en Sri Lanka y Kazajstán
Y el segundo de estos obispos, el auxiliar de Karaganda, Athanasius Schneider, estuvo presente como expositor en el congreso romano del 16-18 de diciembre.
A continuación se reproduce la parte final de su conferencia, la cual concluye con el pedido al Papa de dos remedios contra los abusos del postconcilio: la redacción y difusión de un "Syllabus" contra los errores doctrinales de interpretación del Vaticano II y el nombramiento de obispos "santos, valientes y profundamente arraigados en la Tradición de la Iglesia".
Hubo cardenales, funcionarios de la curia y teólogos de relieve que escucharon a Schneider. Basta decir que entre los mismos expositores estuvieron el cardenal Velasio de Paolis, el arzobispo Agostino Marchetto, el obispo Luigi Negri y monseñor Florian Kolfhaus, de la Secretaría de Estado del Vaticano.
Entre los oyentes hubo un nutrido grupo de Franciscanos de la Inmaculada, una joven congregación religiosa surgida en el surco de san Francisco, floreciente de vocaciones y de orientación decididamente ortodoxa, situada en las antípodas del llamado "espíritu de Asís", promotora del mismo congreso.
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EL DESAFÍO DE LAS INTERPRETACIONES CONTRASTANTES
por Athanasius Schneider
[…] Para una interpretación correcta del Concilio Vaticano II es necesario tener en cuenta la intención manifestada en los mismos documentos conciliares y en las palabras específicas de los Papas que lo han convocado y presidido: Juan XXIII y Pablo VI.
Además es necesario descubrir el hilo conductor de toda la obra del Concilio, es decir, su intención pastoral, que es la "salus animarum", la salvación de las almas. Ésta, a su vez, depende y está subordinada a la promoción del culto divino y de la gloria de Dios, es decir, depende del primado de Dios.
Este primado de Dios en la vida y en toda la actividad de la Iglesia se manifiesta inequívocamente por el hecho que la Constitución sobre la liturgia ocupa intencional y cronológicamente el primer puesto en la vasta obra del Concilio. […]
*
Lo característico de la ruptura en la interpretación de los textos conciliares se manifiesta, en la forma más estereotipada y difundida, en la tesis de un viraje antropológico, secularizante o naturalista del Concilio Vaticano II respecto a la tradición eclesial anterior.
Una de las manifestaciones más conocidas de tal interpretación errónea ha sido, por ejemplo, la llamada teología de la liberación y su consiguiente devastadora praxis pastoral. Cuál es el contraste que hay entre esta teología de la liberación, su praxis y el Concilio, aparece claramente en la siguiente enseñanza conciliar: «La misión propia que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social. El fin que le asignó es de orden religioso» (cfr. "Gaudium et Spes", n. 42). […]
Una interpretación de ruptura de peso doctrinalmente más ligero se ha manifestado en el campo pastoral-litúrgico. Se puede mencionar a tal fin la merma del carácter sagrado y sublime de la liturgia y la introducción de elementos gestuales más antropocéntricos.
Este fenómeno se evidencia en tres prácticas litúrgicas demasiado conocidas y difundidas en la casi totalidad de las parroquias del orbe católico: la desaparición casi total del uso de la lengua latina, la recepción del cuerpo eucarístico de Cristo directamente en la mano y de pie y la celebración del sacrificio eucarístico en la modalidad de un círculo cerrado en el que sacerdote y pueblo se observan recíprocamente cara a cara.
Este modo de rezar – el no estar todos orientados en la misma dirección, lo cual es una expresión corporal y simbólica más natural respecto a la verdad de estar todos espiritualmente orientados hacia Dios en el culto público – contradice la práctica que Jesús mismo y sus apóstoles han observado en la oración pública, tanto en el templo como en la sinagoga. Contradice además el testimonio unánime de los Padres de la Iglesia y de toda la tradición posterior de la Iglesia oriental y occidental.
Estas tres prácticas pastorales y litúrgicas, de clamorosa ruptura con la ley de la oración mantenida por generaciones de fieles católicos durante al menos un milenio, no encuentran ningún apoyo en los textos conciliares, por el contrario, más bien contradicen tanto un texto específico del Concilio (en la lengua latina: cfr. "Sacrosanctum Concilium", nn. 36 y 54), como la "mens", la verdadera intención de los Padres conciliares, tal como se puede verificar en las actas del Concilio.
*
En el alboroto hermenéutico de las interpretaciones contrastantes y en la confusión de las aplicaciones pastorales y litúrgicas, aparece como único intérprete auténtico de los textos conciliares el Concilio mismo, en unidad con el Papa.
Se podría plantear una analogía con el clima hermenéutico confuso de los primeros siglos de la Iglesia, provocado por interpretaciones bíblicas y doctrinales arbitrarias por parte de grupos heterodoxos. En su famosa obra "De praescriptione haereticorum", Tertuliano pudo contraponer a los herejes de distintas orientaciones el hecho que solamente la iglesia posee la "praescriptio", es decir, solamente la Iglesia es la legítima propietaria de la fe, de la palabra de Dios y de la tradición. Con esto, en las disputas sobre la verdadera interpretación la Iglesia puede rechazar a los herejes. Solamente la Iglesia puede decir, según Tertuliano: «Ego sum heres Apostolorum», yo soy la heredera de los apóstoles. Hablando analógicamente, solamente el magisterio supremo del Papa o de un posible futuro concilio ecuménico podrá decir: «Ego sum heres Concilii Vaticani II», [yo soy el heredero del Concilio Vaticano II].
En las décadas pasadas existían, y todavía existen, reagrupamientos en el interior de la Iglesia que abusan enormemente del carácter pastoral del Concilio y de sus textos, escritos según esta intención pastoral, ya que el Concilio no quería presentar enseñanzas propias definitivas o irreformables. De la misma naturaleza pastoral de los textos del Concilio se evidencia que sus textos están en principio abiertos a perfeccionamientos y a ulteriores precisiones doctrinales. Teniendo en cuenta la experiencia de varias décadas de interpretaciones doctrinal y pastoralmente equivocadas y contrarias a la continuidad bimilenaria de la doctrina y de la oración de la fe, surge entonces la necesidad y la urgencia de una intervención específica y autorizada del magisterio pontificio para una interpretación auténtica de los textos conciliares, con perfeccionamientos y precisiones doctrinales; una especie de "Syllabus" de los errores respecto a la interpretación del Concilio Vaticano II.
Hay necesidad de un nuevo Syllabus, dirigido esta vez no tanto contra los errores provenientes de afuera de la Iglesia, sino contra los errores difundidos dentro de la Iglesia por parte de los partidarios de la tesis de la discontinuidad y de la ruptura, con su aplicación doctrinal, litúrgica y pastoral.
Tal Syllabus debería constar de dos partes: la parte que señala los errores y la parte positiva con las proposiciones aclaratorias, conclusivas y de precisiones doctrinales.
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Se ponen en evidencia dos reagrupamientos que sostienen la teoría de la ruptura. Uno de estos reagrupamientos intenta "protestantizar" doctrinal, litúrgica y pastoralmente la vida de la Iglesia. Del lado opuesto están esos grupos tradicionalistas que, en nombre de la tradición, rechazan el Concilio y se apartan de la sumisión al supremo magisterio viviente de la Iglesia, a la cabeza visible de la Iglesia - que es el vicario de Cristo en la tierra -, sometiéndose entre tanto sólo a la cabeza invisible de la Iglesia, esperando tiempos mejores. […]
Sustancialmente, ha habido dos impedimentos para que la verdadera intención del Concilio y su magisterio pudieran llevar frutos abundantes y duraderos.
Uno se encontraba fuera de la Iglesia, en el violento proceso de revolución cultural y social de los años ´60, que como todo fuerte fenómeno social penetraba en el interior de la Iglesia, contagiando con su espíritu de ruptura amplios ámbitos de personas y de instituciones.
El otro impedimento se manifestaba en la falta de sabios y al mismo tiempo intrépidos pastores de la Iglesia que estuviesen dispuestos a defender la pureza y la integridad de la fe y de la vida litúrgica y pastoral, no dejándose influenciar ni por el elogio ni por el temor.
Ya el Concilio de Trento afirmaba en uno de sus últimos decretos sobre la reforma general de la Iglesia: «Últimamente el mismo santo Concilio, movido por los gravísimos males que padece la Iglesia, no puede no recordar que nada es más necesario a la Iglesia de Dios escoger pastores óptimos e idóneos; y esto con tanta mayor causa, cuanto nuestro Señor Jesucristo pedirá cuenta de la sangre de las ovejas que perecieren a causa del mal gobierno de los Pastores negligentes y olvidados de su deber» (Sesión XXIV, Decreto "Sobre la reforma", cap. 1).
Seguía diciendo el Concilio: «En cuanto a todos los que por algún motivo tienen por parte de la Sede Apostólica algún derecho para intervenir en la promoción de los futuros prelados o de alguna otra forma participan en ello, el santo Concilio los exhorta y los amonesta para que recuerden ante todo que ellos no pueden hacer nada que sea más útil para la gloria de Dios y la salvación de los pueblos que procurar se promuevan pastores buenos e idóneos para gobernar a la Iglesia».
Hay entonces verdadera necesidad de un Syllabus conciliar con valor doctrinal, y además existe la necesidad del aumento del número de pastores santos, valientes y profundamente arraigados en la Tradición de la Iglesia, despojados de toda especie de mentalidad de ruptura tanto en el campo doctrinal como en el campo litúrgico.
Estos dos elementos constituyen la condición indispensable para que la confusión doctrinal, litúrgica y pastoral disminuya notablemente y la obra pastoral del Concilio Vaticano II pueda proporcionar muchos y duraderos frutos en el espíritu de la Tradición, que nos enlaza con el espíritu que ha reinado en todo tiempo, en todas partes y en todos los verdaderos hijos de la Iglesia Católica, la cual es la única y la verdadera Iglesia de Dios en la tierra.
Del director
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