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Libertad y Progreso

El reciente libro-entrevista de Peter Seewald a Benedicto XVI da para muchos temas interesantes. Voy a tratar de fijar mi atención solamente en las ideas que dan título a estas líneas. Es posible que haya temas más interesantes en esta obra, pero no hay duda de que libertad y progreso son cuestiones actuales y atrayentes, además de prácticas, porque la libertad es comúnmente apreciada y el progreso universalmente deseado.

La Iglesia ama los avances de la humanidad en cualquier campo. En la mente de todos está la encíclica «Populorum progressio» o el comienzo de la Constitución «Gaudium et Spes» donde se dice que los gozos, las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres lo son de los discípulos de Cristo; y, más específicamente, algo después se lee que, bajo las reivindicaciones políticas, sociales, económicas o culturales, se oculta una aspiración más profunda y universal: las personas y los grupos sociales están sedientos de una vida plena, libre, digna del hombre, a cuyo servicio deben ponerse las inmensas posibilidades que ofrece el mundo actual.

Se ha hablado mucho de la sociedad del conocimiento, lo que tiene mucha relación con lo que va escrito. El conocimiento -afirma el Papa en la citada entrevista- es poder, que puede utilizarse en la dirección anteriormente apuntada o emplearse en destruir el mundo que creemos haber descubierto por completo. Benedicto XVI se interroga: ¿Qué es progreso? ¿Es progreso si puedo destruir? ¿Es progreso si puedo hacer, seleccionar y eliminar seres humanos por mí mismo? ¿Cómo puede lograrse un dominio ético y humano del progreso?

Y ahí aparece la libertad, un concepto muy frecuentemente entendido como la capacidad para poder hacerlo todo. Ahí se une con la reivindicación del propio conocimiento, de que la ciencia es indivisible y, por tanto, todo lo que se puede hacer, hay que poder hacerlo. Se piensa que otra cosa no sería libertad. El Papa afirma que tales ideas de progreso y libertad son erróneas. Basta considerar a qué ha conducido, en muchas ocasiones, el progreso no pensado en clave moral. Basta recordar las guerras y el armamento, el uso de los conocimientos genéticos -fantásticos en sí mismos- pero que están conduciendo a una manipulación de la vida y el hombre en proporciones no calculadas, el mal trato a las personas y al planeta, los egoísmos personales o societarios.

Si la pregunta sobre Dios no vuelve a colocarse en nuestra existencia, afirmará más adelante, la libertad se queda sin parámetros y el progreso se puede volver contra el hombre, como ya sucede. El cambio climático, las soluciones para la crisis económica y tantos otros temas reclaman la necesidad de una reflexión moral, considerando que, sin ella, estamos siendo incapaces de resolver las más agudas cuestiones. Benedicto XVI afirma que la voluntad política no puede ser eficaz si no existe en la humanidad entera una conciencia moral nueva y más profunda, que no parece posible sin un principio que la sustente y se limita a la búsqueda de meros consensos que, si llegaran, ¿quién lograría que esa conciencia universal fuera eficaz en cada persona?

Sólo podrá obtenerlo una instancia que toque la conciencia de cada uno. Esto únicamente procede del Absoluto. Lo dice el Papa de los católicos, pero también una de las mentes más lúcidas de nuestro tiempo.

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