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Protestones o protestantes

La noticia de que un tercio de los profesores de Teología católica de lengua alemana (Alemania, Suiza y Austria) ha publicado un comunicado en el que piden el fin del celibato, la ordenación de mujeres y la elección de obispos por los laicos, ha recorrido el mundo y se está contemplando en diversos foros como un reto por parte de la «inteligencia» católica más progresista al Papa actual, también alemán. Previamente, y ahora podemos decir que con mucha probabilidad como preparación para la publicación de este documento, se dio a conocer que el Pontífice, en su época de profesor de teología, firmó un documento en el que se pedía que se estudiara la supresión del celibato sacerdotal.

Lo primero que hay que decir es que los firmantes del manifiesto son muchos y pocos a la vez, depende de cómo se mire. Un tercio es eso: un tercio. Es decir, hay dos tercios que no han firmado y esa es una buena mayoría. Los firmantes dicen que no han reunido más firmas porque otros tienen miedo a castigos canónicos. Eso significa llamar cobardes a los que no les apoyan, lo cual no dice mucho de quien insulta de ese modo. En cambio, ocultan algo que en el resto de los países del mundo se suele ignorar: que las Facultades de Teología en Alemania, en su mayor parte, dependen del Estado y que no es la Jerarquía católica la que provee y controla a los profesores; además, también ocultan otro dato, como que buena parte de los firmantes están jubilado y pertenecen a la viejísima guardia de teólogos progresistas con la que ya se tuvo que enfrentar Juan Pablo II (movimiento «Nosotros somos Iglesia»).

Lo peor, sin embargo, es el uso de un hecho tristísimo y condenable –la pederastia de algunos sacerdotes- para forzar la llegada de cambios, sabiendo que ambas cosas no tienen nada que ver. Dicen los teólogos «protestones» –posiblemente también protestantes en el sentido teológico del término-, que tras lo sucedido las cosas no pueden quedar igual, como si entre el celibato y la pederastia hubiera una relación de causa y efecto. Saben perfectamente, porque es público, que más de la mitad de las denuncias contra sacerdotes son falsas –en Boston, que fue donde se destapó el problema, sólo 4 de 80 sacerdotes inculpados eran pederastas-. Saben que el porcentaje de pederastia entre el clero es del 0,3 por 100 (libro de Philip Jenkins sobre pedofilia y sacerdocio), mientras que entre los hombres casados ese porcentaje es del 2 por 100. Saben que también hay mujeres pederastas y que por lo tanto el hecho de que la mujer pueda ser sacerdotisa –como piden- no tiene nada que ver con la reducción de ese horrible pecado y delito. Todo eso lo saben, pero les da igual, y ahí es donde se pone de manifiesto su mala fe, su intención no de afrontar un problema teológico o disciplinar, sino de hacer todo el daño posible a la Iglesia.

Por otro lado, los teólogos protestones saben también que lo que piden lo llevan años aplicando las Iglesias luteranas y anglicanas y conocen los resultados: desde 1950, los luteranos alemanes han perdido un 42% de sus feligreses mientras los católicos han crecido un 7%. En 2009, por primera vez, el catolicismo superó al protestantismo en este país. Además, como respuesta a la aplicación de esas teologías progresistas y liberales, son cada vez más los anglicanos y luteranos que se hacen católicos.

La mala fe de los firmantes del manifiesto y su deseo de herir a la Iglesia es, pues, manifiesta. No tiene nada que ver con la actitud –ingenua aunque equivocada- de un teólogo llamado Ratzinger en los años sesenta. Estos lo que quieren no es construir sino destruir. No quieren dialogar sino subvertir. Pero hay un camino que se abrió, precisamente desde Alemania, hace ya siglos: el de Lutero. Lo mismo que hay anglicanos que se hacen católicos, la Iglesia luterana y la episcopaliana deberían crear una especie de «ordinariato» para este tipo de teólogos a fin de que estén con ellos, sean felices y todos podamos vivir en paz. Si no lo hacen, se podría pensar que esta es la respuesta de esas Iglesias a la huida de sus fieles hacia la Iglesia católica: alentar la subversión interna en aquella que está acogiendo a sus disidentes. Que se vayan, por favor. Si lo hacen, seremos «hermanos separados», nos miraremos unos a otros con respeto y tendremos por delante muchos milenios para reuniones de teólogos donde se debatirán los pormenores más exquisitos sobre las más delicadas esfumaturas teológicas. Ahora, simplemente, nos están insultando.

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