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Educación católica: Diakonía de la verdad
Dios «quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» le escribe San Pablo al «pastor de almas» Timoteo (Tim 2, 4).
La Iglesia entendió desde siempre que esa es su misión, que para eso existe, que la enseñanza de la Buena Nueva, ha sido y será siempre su tarea primordial.
«Enviada y evangelizada, la Iglesia misma envía a los evangelizadores. Ella pone en su boca la Palabra que salva, les explica el mensaje del que ella misma es depositaria, les da el mandato que ella misma ha recibido y les envía a predicar. A predicar no a sí mismos o sus ideas personales, sino un Evangelio del que ni ellos ni ella son dueños y propietarios absolutos para disponer de él a su gusto, sino ministros para transmitirlo con suma fidelidad» (Evangelii nuntiandi, 15).
«Ahora bien, únicamente pueden evangelizar el mundo quienes están libres de su fascinación, aquellos que no le temen ni tampoco lo desean con avidez; es decir, aquellos que en Cristo lo han vencido por la fe» (1Jn 4, 4).
El historiador judío Josefo, en el siglo I, afirmaba que «los hijos de los cristianos eran educados por maestros sacerdotes y laicos, en la ciencia, y asimismo, en la práctica de la virtud».
Todo el florecimiento de las escuelas monacales y catedralicias de la Edad Media, surgió de la conjunción de la enseñanza de materias profanas y de la religión. De aquellos maestros primordialmente sacerdotes y de aquellas escuelas, nacieron las modernas universidades.
La enseñanza de la juventud es la palanca para engrandecer o arruinar una patria, para fortalecer o debilitar la Iglesia. Es el ariete más formidable para pulverizar la civilización cristiana o el arma más eficaz para cimentarla y desarrollarla. Por eso la educación de la juventud es el campo de batalla que se disputan dos fuerzas antagónicas: Dios-Belial.
Frente a ideologías totalitarias –o pseudoliberales- que desde los días de la Ilustración o de Napoleón tratan de monopolizar la escuela esclavizándola a la política, los católicos defendemos y defenderemos el derecho de los padres -como acaba de proclamarlo una vez más, el Señor Cardenal Julio Terrazas- derecho anterior al Estado, de educar a sus hijos, y los derechos de la Iglesia colaborando con ellos.
Decía Balmes, «los elementos más poderosos para formar o deformar un pueblo son la instrucción y la educación». «Las sociedades, para formarse de nuevo, o para rejuvenecerse cuando están caducas, necesitan algo más que hombres. Necesitan principios que se filtren hasta su corazón; principios que, obrando sobre ideas y costumbres, reformen al individuo y organicen la familia y la sociedad, dando así una base anchurosa y sólida al establecimiento de buenos gobiernos».
Consecuentemente la razón por la que existen y deben existir centros católicos, es para lograr una mejor formación cristiana de los alumnos, sin contar con que hay más control y mejores resultados educativos, pues como todos sabemos, las instituciones que dirige el Estado funcionan más deficientemente que las católicas.
Precisamente por esas razones religiosas es por lo que los partidos y gobiernos «laicos» (léase anticatólicos), procuran por todos los medios extinguir escuelas, colegios y universidades católicas.
Teóricamente, los centros no religiosos deberían ser neutrales (como la pura enseñanza de cualquier materia profana), pero en la práctica eso no es así. Porque si los profesores de dicho establecimiento estatal no son católicos, o están obligados a enseñar una currícula ideológicamente diseñada, su enfoque histórico por ejemplo, o sus comentarios, envenenan a quienes están en un proceso de formación, y que, por lo tanto, están desprovistos de conocimientos precisos para rebatirlos.
Pero también hay que reconocer que muchos de estos centros de enseñanza católica, han perdido esa singladura. Ahí tenemos las tristes consecuencias de la formación de profesores de religión, que durante un tiempo en una diócesis de Bolivia, estuvieron bajo la dirección de un «católico izquierdista», miembro del Partido Comunista. Estos, hoy, no dan la cara por la Iglesia, y están conformes con las exigencias de las reformas educativas actuales, de enseñar «cosmovisiones», en vez de Religión y Moral. Dicho sea de paso, conformes con la eliminación de la materia de Religión Católica, fe que profesa la gran mayoría del país para enseñar una religión sin Dios, fieles a la propia formación que recibieron.
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