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Es la hora de orar

El postulador de la causa de beatificación de Juan Pablo II, monseñor Slawomir Oder, ha hecho hincapié en el hecho de que Karol Wojtyla manifestaba una notable predilección por la oración y que «Es desde la oración de donde nacía la fecundidad de su actuar».

Siendo, el beato Juan Pablo II, ejemplo de católico a imitar por su forma de ser, espiritual y humanamente hablando, debemos mostrar un «fervor por la oración» que haga de nosotros unos fieles hijos de Dios.

La oración es, digamos, un instrumento válido para que el cristiano se dirija a Dios. No es sólo para momentos de aflicción porque muchas cosas tenemos que agradecer a Dios. Sin embargo, en momentos difíciles, a nivel personal o comunitario (de Iglesia católica misma) se hace más urgente echar mano de la oración.

A este respecto, nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica (2701) que Jesucristo acudía al Padre en oración muchas veces y que «los Evangelios nos lo presentan elevando la voz para expresar su oración personal, desde la bendición exultante del Padre (cf Mt 11, 25-26), hasta la agonía de Getsemaní (cf Mc 14, 36)».

Orar, hacer oración es, por lo tanto, alimento espiritual para el cristiano.

Ahora sin embargo, exactamente ahora, es tiempo que exige orar y hacerlo con contundencia espiritual o con perseverancia que es la forma a través de la cual los hijos de Dios demostramos que lo somos.

Fue el mismo Santo Padre citado arriba el que dijo, al respecto de lo que podemos pensar acerca de lo que es orar y, en definitiva, lo que representa para nosotros y con evidente voluntad de infundir en el orante ánimo y esperanza, que «No olvidéis que el Señor escucha vuestra oración. En el silencio de la cárcel, incluso cuando os invade la melancolía y os sentís oprimidos por la amargura de la incomprensión y el abandono, nada puede impediros que abráis el corazón a la oración y al diálogo con Dios, que conoce la verdad de la vida de cada uno y puede repetir a quien le confía su propia pena e implora su ayuda: ‘Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más’».

Y ante los tiempos que corren para los católicos no podemos dejarnos atrapar por la desesperación. Son, por eso, momentos par confiar en Dios porque cuando es la hora de orar nada mejor que rendirnos a la misericordia del Creador. Así lo hizo el salmista que compuso el que hace 142 de tal libro al decir «Señor, escucha mi oración; tú, que eres fiel, atiende a mi súplica; tú, que eres justo, escúchame. No llames a juicio a tu siervo, pues ningún hombre vivo es inocente frente a ti. El enemigo me persigue a muerte, empuja mi vida al sepulcro, me confina a las tinieblas como a los muertos ya olvidados. Mi aliento desfallece, mi corazón dentro de mí está yerto. Recuerdo los tiempos antiguos, medito todas tus acciones, considero las obras de tus manos y extiendo mis brazos hacia ti: tengo sed de ti como tierra reseca. Escúchame enseguida, Señor, que me falta el aliento. No me escondas tu rostro, igual que a los que bajan a la fosa. En la mañana hazme escuchar tu gracia, ya que confío en ti. Indícame el camino que he de seguir, pues levanto mi alma a ti. Líbrame del enemigo, Señor, que me refugio en ti. Enséñame a cumplir tu voluntad, ya que tú eres mi Dios. Tu espíritu, que es bueno, me guíe por tierra llana. Por tu nombre, Señor, consérvame vivo; por tu clemencia, sácame de la angustia».

Reconoce el salmista que todos somos culpables ante Dios porque vivimos en pecado. Por eso tenemos que orar, para que se nos perdone ante la tribulación que pasamos.

Incluso habiendo pasado muchos siglos desde que se escribiera aquel Salmo no es poco cierto que, hoy día, la Iglesia católica tiene enemigos que la persiguen y que la zahieren a la más mínima oportunidad. También debemos orar por eso porque es obligación grave del hijo de Dios saber dónde está la Esposa de Cristo y en qué situación se encuentra.

Y súplica de saber el camino que nos lleva al definitivo reino de Dios. Siendo Dios nuestro refugio y nuestro Padre ya sabemos que no tenemos que temer a nadie ni a nada pero la oración nos ha de ayudar a llevar a la práctica tal creencia y tal seguridad.

Orar, en estos tiempos, es, sin duda alguna, una forma de cubrirse del Amor de Dios con una piel de Espíritu que nos lleve en volandas por un mundo perturbado donde el relativismo y el hedonismo han asentado sus reales de dueños inconmovibles.

Y por volver al principio, el postulador Oder ha dicho que para Juan Pablo II la oración era «el aire que respiraba, el agua que bebía, el alimento que le nutría».

No es fácil decir tanto en tan pocas palabras: respirar en la oración, nutrirse en la oración y tener, por agua viva que lleva a la eternidad, a la oración es una recomendación digna de tener en cuenta.

«Padre nuestro que estás en los cielos»… Pedir siempre es fácil, escuchar su voluntad, no tanto.

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