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Dignidad de la mujer III.- Maternidad, el mayor tesoro

III.- Maternidad, el mayor tesoro

Recuerda Juan Pablo II varios documentos, entre los que destacan la "Pacem in terris" de Juan XXIII y fragmentos del Concilio Vaticano II; es Pablo VI quien creo una «Comisión para la promoción y responsabilidad de las mujeres», fundado en su afirmación: En efecto, en el cristianismo, más que en cualquier otra religión, la mujer tiene desde los orígenes un estatuto especial de dignidad, del cual el Nuevo Testamento da testimonio en no pocos de sus importantes aspectos; es evidente que la mujer está llamada a formar parte de la estructura viva y operante del Cristianismo de un modo tan prominente que acaso no se hayan todavía puesto en evidencia sus virtualidades.

Juan Pablo II hace suyas dichas citas y afirmaciones. Y desea ir más adelante en el descubrimiento y en la exaltación de las virtualidades femeninas.

Todas las religiones prestigiosas y hasta filósofos independientes se han preguntado sobre el destino del hombre en la tierra. La respuesta es el envío del Salvador, cuya venida y obra constituye el punto culminante y definitivo de la autorrevelación de Dios a la humanidad. Y el Salvador, Dios, es "nacido de mujer" (3).

Y esa mujer que se halla en el corazón mismo de este acontecimiento salvífico acepta su misión, noble y dolorosa; en ese momento, por su voluntaria respuesta, Dios mismo sale al encuentro de las inquietudes del corazón humano. En el acontecimiento, verificado en la oscuridad y soledad de un desconocido recinto de Nazaret, María alcanza tal unión con Dios que supera todas las expectativas del espíritu humano. Supera incluso las expectativas de todo Israel y, en particular, de las hijas del pueblo elegido, las cuales, basándose en la promesa, podían esperar que una de ellas llegaría a ser un día madre del Mesías. Sin embargo, ¿quién podía suponer que el Mesías prometido sería el "Hijo del Altísimo"? Esto era algo difícilmente imaginable según la fe monoteísta del Antiguo Testamento. Solamente en virtud del Espíritu Santo, que "extendió su sombra» sobre ella, María pudo aceptar lo que era "imposible para los hombres, pero posible para Dios (3).

Ahí queda la dignidad femenina exaltada hasta lo inverosímil.

Elevación a Dios

La dignidad extraordinaria de la mujer está en la elevación sobrenatural a la unión con Dios en Jesucristo. Hombres y mujeres podemos adquirirla, pero de manera única y especial María ya que es verdaderamente la Madre de Dios, puesto que la maternidad abarca toda la persona y no solo el cuerpo. María es la primera predestinada al perdón y la unión con Dios, que Dios concederá de modo más tenue a todos los hombres.

La mujer no solo es la compañera más o menos necesaria del varón; es también imprescindible para que se verifique el poema de un amor perfecto: el hombre y la mujer, creados como "unidad de los dos" en su común humanidad, están llamados a vivir una comunión de amor que se da en Dios, por la que las tres Personas se aman en el íntimo misterio de la única vida divina. Tan necesaria, para esta perfección del amor, es la mujer como el hombre.

Progenitora la mujer

Del hecho de que Dios, en la persona del Salvador, asumiera cuerpo y estructura interior masculinos, no significa que Dios quisiera dejar en inferioridad a la mujer, que posee cualidades específicas que Dios desea se le atribuyan también a Él: la espera de la criatura en el seno de su progenitora; el amor instintivo de una madre hacia su criatura; los cuidados imprescindibles del inerme niño, de ordinario a cargo de la mujer; la profusión del alimento lácteo exclusivo de la mujer. En la Biblia a Dios se le atribuyen "comparaciones de cualidades masculinas y femeninas". ¿Una aberración de los escritores sagrados? De ningún modo, ya que en esas comparaciones podemos ver la confirmación indirecta de la verdad de que ambos, tanto el hombre como la mujer, han sido creados a imagen y semejanza de Dios. Si existe semejanza entre el Creador y las criaturas, es comprensible que la Biblia haya usado expresiones que le atribuyen cualidades tanto masculinas como femeninas (8). El error en nosotros está en que pensamos que Dios en masculino, cuando no tiene sexo por ser un espíritu.

Aparte de las funciones educadoras y promocionales del niño, casi siempre exclusivas de la mujer, el hecho mismo de la procreación es tan eficiente acto de la mujer que del hombre. No puede verificarse sin varón, pero tampoco con solo el varón. Esta creación en el seno materno, tiene una gran analogía con el engendrar o crear del mismo Dios, y ambos sexos se reparten por igual su participación: Lo que en el engendrar humano es propio del hombre y de la mujer lleva consigo la semejanza, o sea, la analogía con el "engendrar" divino y con aquella "paternidad" que en Dios es totalmente diversa: completamente espiritual y divina por esencia. En cambio, en el orden humano el engendrar es propio de la "unidad de los dos": ambos son "progenitores", tanto el hombre como la mujer (8).

Juan Pablo II coloca las realidades en su lugar; con lo que igualmente condena un machismo que es falsa superioridad del varón, como el feminismo que supondría una engañosa superioridad de la mujer.

La creación del hombre y mujer es, según voluntad divina, igual: a imagen y semejanza de Dios. Y ¿su destino eterno? La enseñanza bíblica en su conjunto nos permite afirmar que la predestinación concierne a las personas humanas, hombres y mujeres, a todos y a cada uno sin excepción (9).

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