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Revoluciones para recuperar la dignidad

Decía Julián Marías que «la única manera en que podemos entender algo es viendo su dificultad», pues eso pasa con los acontecimientos revolucionarios que suceden en el norte de África y en parte del Medio Oriente. Ocurre que la población de diversos países árabes no sólo quiere superar regímenes autocráticos, tiene una clara necesidad de sentido para sus vidas, como cualquiera de nosotros, y a la vez quiere establecer nuevas reglas políticas y de organización de la sociedad, por ese motivo no desean tener nuevos dictadores, tampoco salva-patrias islamistas.

Esta creciente sensibilidad y crítica al poder corrupto, gracias a la globalización y a las redes sociales, se extenderá más allá del mundo árabe. Y recordamos la caída del Muro de Berlín y la ocupación de la plaza de Tiananmen, pero no como un choque de civilizaciones, ¡no!, es un choque de la libertad y la dignidad frente al sometimiento y la humillación de la naturaleza humana. Es la sociedad civil que desea tener un libre ejercicio de su creatividad y de esforzarse por el bien común.

Sinceramente pienso que estos jóvenes, hombres y mujeres que quieren un mundo más justo y mejor, también desprecian la hipocresía de una sociedad de consumo, hedonista y de ombligo grande, que aherroja casi como las dictaduras que se quieren ahora quitar de encima. Por eso, Europa está frente a la Historia, hemos de dar soluciones, aportar a nuestro vecindario inmediato los principios y valores que sustentan el respeto a la persona y a su dignidad, y aplicárnoslos también nosotros.

El comisario europeo de Ampliación y Vecindad, Stefan Füle, ha sido el primero en referirse abiertamente a los errores de una política europea basada en las relaciones con dictadores a cambio de una supuesta estabilidad. Y es cierto que todas las naciones se deberían poder integrar en un mundo exterior más libre y más próspero. En Iberoamérica tenemos muchos tristes ejemplos de estancamiento democrático, ayunos de mejoras socioeconómicas.

No esperemos que la política vaya a resolver todos los problemas de la humanidad. Pero sí es necesaria su implicación para lograr unos objetivos adecuados y legítimos, que tengan la dignidad del hombre y la justicia como principios básicos. Es por eso que no nos podemos conformar con el «médico cúrate a ti mismo». Hemos de exportar los valores con valor, con determinación, con espíritu de servicio.

Y es nuestra responsabilidad no mirar hacia otro lado, ni dejar que los intereses económicos prevalezcan en esta revolución, que recordemos no es sólo árabe pues puede acabar afectando a países como Irán y China; y por emulación, al eje Castro-Chávez y demás. Lo que ocurre ahora es un claro signo de que la dignidad humana nunca va a poder ser destruida, de que tampoco en Europa e Iberoamérica nos podemos conformar con democracias de corral, ineficaces y manirrotas.

Según estadísticas, el 68% de los árabes tienen menos de 30 años. Pues frente a ellos se están agotando los gases lacrimógenos y las balas de goma. La juventud tiene una singular rebeldía, tozudez y capacidad de comunicarse. Aunque en Yemen, en Siria, en Arabia Saudí y en Irán, los conatos de revuelta han sido duramente sofocados por el momento.

Pero es que estamos hablando de personas, ¡sí como nosotros!, que quieren llevar una vida normal y que lo bueno que desean para ellos también lo desean para los demás. Y que los intereses occidentales, o chinos, o japoneses o cualesquiera que sean, no pueden ser obstáculo para el progreso generalizado de esos países, no sólo de sus clases dirigentes.

Y hablando de China, tomemos nota de que conforme crece su capacidad económica, también lo hace su poder militar y su prepotencia. Y tenemos ya a sus Fuerzas Armadas (lo que nunca habían hecho) surcando el Mediterráneo, a causa del rescate de los chinos atrapados en países en conflicto.

Para acabar, y como homenaje a las mujeres, vale decir que han de ser ellas principalísimas protagonistas de estas modernas revoluciones. Ya hablan libremente y sin temor frente a las cámaras, cosa impensable y castigada sólo hace unos meses en muchos de esos países. Su presencia continuada será prueba clara de avances significativos.

Y no es cuestión de aplicar la Alianza de Civilizaciones, que ni está ni se la espera: triste derroche de tiempo y de dinero que en los restrictivos presupuestos de la España de 2011 va a recibir todavía un 33% más de ayuda.

Es, principalmente, cuestión de defensa valiente de los derechos humanos, sin contemporizar con tiranos que se presentan como presuntos «estabilizadores» frente a la amenaza islamista. A ésta hay que hacerle frente, sí, pero con mayor pasión por la libertad personal, dentro y fuera de nuestras fronteras, no con barreras de injusticia y opresión.

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